Un desafío poliédrico
Europa no debe entrar en discordias internas sobre la respuesta común a la tragedia afgana, ni caer en el error de pensar que le corresponde echarse a la espalda cualquier crisis humanitaria.
La conmoción por la caída de Kabul en manos de los talibanes y por las imágenes de miles de afganos aterrados por el nuevo régimen no debe nublar el juicio de los gobiernos europeos a la hora de dar una respuesta política y humanitaria a la tragedia que se avecina en Afganistán. Es evidente que los países occidentales que han participado en la coalición internacional liderada por Estados Unidos no deben abandonar a su suerte a los afganos que cooperaron con sus funcionarios civiles y militares. Su rescate es un imperativo ético sobre el que no debería existir discrepancias. Todo esfuerzo en salvar sus vidas y las de sus familias está justificado.
Cuestión distinta es qué va a suceder con los miles de afganos que quieren huir de su país por miedo a las represalias de los talibanes y a la política de represión que van a imponer para cercenar los avances conseguidos en estos años de presencia militar occidental. Es cierto que el desmoronamiento del Gobierno de Kabul ha sido una enmienda a la totalidad del esfuerzo bélico, político y económico de las democracias en Afganistán, pero también es cierto que allí donde hubo control militar de la coalición, se extendieron derechos y libertades, especialmente entre las mujeres afganas. Estas pudieron acceder a la educación y al trabajo que el integrismo musulmán les había vedado, aunque los y las portavoces habituales de la izquierda sectaria, particularmente española, sigan mirando a otro lado para que no parezca que con las tropas aliadas las mujeres afganas tenían una vida más digna.
Las promesas de los talibanes ya están siendo desmentidas por los hechos. Tirotean a los manifestantes, someten a las mujeres y buscan ‘colaboradores’ de las misiones internacionales. No hay talibán moderado, porque ser talibán no es una condición graduable: es una opción por el integrismo totalitario y su fuerza expansiva no parará en las fronteras afganas. Por eso, la UE debe preparar un plan realista ante una posible avalancha de refugiados, que empieza con la premisa de que en la comunidad internacional hay otros países que también pueden asumir una cuota de responsabilidad humanitaria. El recuerdo de los flujos masivos de refugiados que huían de la guerra en Siria está muy presente en los gobiernos europeos, aunque por simples razones geográficas no es verosímil que se reproduzcan con los refugiados afganos. En todo caso, Europa no debe entrar nuevamente en discordias internas sobre la respuesta común a la tragedia afgana, ni caer en el error de pensar que le corresponde echarse totalmente a la espalda cualquier crisis humanitaria.
Como en los siglos XIX y XX, Afganistán vuelve a ser pieza de un tablero de intereses económicos y geoestratégicos de grandes potencias mundiales y regionales, como China, Rusia y Turquía. Bruselas debe ser muy exigente en el reparto de responsabilidades para no quedarse a solas con el coste humanitario. La fuga de Estados Unidos va a marcar una nueva época en su política exterior. Nunca pensó Donald Trump que sería Joe Biden el mejor ejecutor de la estrategia de repliegue de sus tropas. Humanitarismo, legalidad internacional y pragmatismo son los valores que Bruselas debe combinar equilibradamente, porque Afganistán se ha convertido en un dilema moral para las democracias. Bruselas, por boca de Josep Borrell ha declarado a los talibanes ganadores de la guerra, pero de esta afirmación, quizá innecesaria, no se deduce qué va a hacer Europa. Estados Unidos ha fijado con claridad sus prioridades, al igual que China y Rusia. Conviene saber cuanto antes cuáles son las de la Unión Europea y cómo sus dirigentes van a ponerlas en práctica.
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