La feroz resistencia de Afganistán que se convirtió en la pesadilla de Alejandro Magno
El macedonio siempre consideró aquella conquista como la más difícil de su vida, atravesando montañas nevadas, matando de hambre a sus tropas y sometiendo a las tribus locales en feroces asedios
Joe Biden no es Alejandro Magno. Tampoco lo eran Mijáil Gorbachov ni el general británico William Elphinstone. El presidente de Estados Unidos dejó claro este martes que mantenía el 31 de agosto como fecha límite para que sus tropas se retiren de Afganistán. A pesar de las presiones recibidas, justificó su decisión por los riesgos que supondría para su personal y sus soldados quedarse más tiempo en el país tras la toma del poder por parte de los talibanes.
El mandatario de la URSS hizo lo mismo en 1988 tras intentar conquistar el territorio. Perdió nada menos que 15.000 hombres y diez años, en una operación que definió como «una herida abierta». Por eso decidió ponerle fin con una retirada de las tropas lo más digna posible. Era la crónica de una muerte anunciada que también sufrió Elphinstone en 1842, cuando huyó de Kabul hacia la ciudad de Jalalabad con 20.000 soldados y solo uno consiguió llegar a su destino. El propio general fue hecho prisionero y murió de disentería.
Invadir Afganistán ha sido una tarea prácticamente imposible para todo aquel que lo ha intentado en los últimos dos milenios. Cuando los árabes tomaron la decisión de llevar allí la religión musulmana hace 1.300 años, necesitaron dos siglos para conquistar la capital e imponer el islam a sus tribus. Para que se hagan una idea, en la España del siglo VIII, los árabes solo tardaron 15 años en conquistar la Península Ibérica.
El único que lo consiguió casi por completo fue el todopoderoso Alejandro Magno, que siempre consideró aquella campaña como la más difícil de su vida. Una lucha que se caracterizó por una serie de letales asedios, marchas sobrehumanas, ataques feroces y batallas demoledoras contra los pueblos nómadas que se prolongaron durante dos años: desde el 330 a.C. al 328 a.C. El joven Rey macedonio consiguió sobreponerse a esas adversidades, triunfó sobre sus enemigos e, incluso, se casó con una princesa local para asegurar la paz: Roxana.
Hacia Afganistan
Alejandro Magno decidió continuar con las conquistas iniciadas por su padre y se lanzó contra el Imperio Persa un año antes de llegar al territorio del la actual Afganistán. Pronto se hizo con todos los territorios que se extendían desde Egipto hasta la India. Aplastó a Dario III en la famosa batalla de Gaugamela, le arrebató el trono y le obligó a huir. Luego se dedicó a perseguir a uno de los generales de este, Bessos, que asesinó al derrotado Rey persa con la intención de hacerse con el poder que el macedono le habían robado a este.
Nada detuvo a Alejandro Magno en la caza que había iniciado. Se adentró con su Ejército en las heladas cimas de la cordillera del Hindu Kush. Muchos de sus soldados murieron de hambre y frío durante aquellos días de marcha, pero consiguieron atravesar las montañas y llegar a las llanuras de Afganistán. «Para mantener su Ejército se necesitaban diariamente unas 225 toneladas de comida y forraje, así como unos 600.000 litros de agua», explica Hugo A. Cañete en su dossier ‘Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja’.
A pesar de ello, el Rey macedonio avanzó rápido y saqueaó muchas de las poblaciones indígenas que se encontró en el camino. La voz se corrió y sembró el pánico entre sus enemigos, hasta el punto de que otros muchos líderes tribales, encabezados por Espitamenes, le comunicaron a Alejandro su intención de traicionar a Bessos y capturarlo como muestra de fidelidad. Las fuentes difieren sobre cuál fue el castigo que recibió cuando se lo entregaron. Algunas dicen que fue azotado y ejecutado por el mismo macedonio y otros, que le cortó la nariz y las orejas para entregárselo al hermano de Darío. Luego este lo asesinaría como venganza.
La burla de Espitamenes
Parecía que la campaña de Afganistán había terminado y que podría liberar a sus soldados para continuar con las conquistas. Estableció entonces una cadena de posiciones fortificadas a lo largo del río Jaxartes y hasta empezó a construir una ciudad, Alejandría Escate. En ella quería alojar a sus soldados más veteranos y difundir la cultura griega entre los bárbaros, pero se precipitaba. No sabía que aún le esperaba una larga y cruenta guerra de guerrillas contra nuevas tribus como los sogdianos, los bactrianos y los escitas, que veían como el macedonio intentaba convertirlos en griegos y erradicar su modo de vida.
Almacenaron sus riquezas en algunas de sus plazas fuertes y ocultaron a sus mujeres e hijos antes de lanzarse contra el invasor. Alejandro Magno no contempló la retirada en ningún momento y cargó con su artillería y sus arqueros. Consiguió hacer retroceder a los escitas. Sus jefes le prometieron una paz duradera si este dejaba de arrasar sus tierras. El Rey macedonio accedió para poder ocuparse de los restantes rebeldes.
A continuación decidió atacar a Espitamenes, el gran líder de los sogdianos, en la Roca. Era una imponente fortaleza levantada en la vertiente de una montaña. Sus defensores disponían de abundantes alimentos y rechazaron la oferta de rendición de Alejandro, pero cometieron el error de burlarse de su emisario al decir que se entregarían cuando les atacara con soldados voladores. El macedonio aceptó el desafío y reunió a sus mejores escaladores. Les prometió que los haría ricos si conseguían llegar hasta la cima.
Equipados con cuerdas y clavijas, 300 hombres empezaron el ascenso y, poco a poco, ascendieron las paredes verticales de hielo y roca hasta alcanzar la cumbre. Los sogdianos se rindieron al ver a los macedonios ‘alados’. Para dar ejemplo y convencer a estos de que se lo pensaran dos veces antes de sublevarse de nuevo, el Rey macedonio masacró a la guarnición y vendió sus mujeres e hijos como esclavos. Eso provocó que otras tribus del actual territorio afgano se convencieran de que la victoria era imposible.
El matrimonio con Roxana
Una tras otra se fueron rindiendo. Entre sus líderes se encontraba Oxiartes, jefe de uno de los pueblos rebeldes y a la sazón padre de la princesa Roxana, que terminaría convirtiéndose en la esposa de Alejandro. Era su estrategia para cimentar su alianza con las tribus. Este noble convertido en su suegro había sido muy importante para el sometimiento de los sogdianos, pues hizo las veces de mediador para convencerles de que el conquistador macedonio no era una amenaza, sino un aliado que seguiría la política de tolerancia hacia sus costumbres.
«Alejandro Magno fue hasta los más remotos confines de Afganistán y de sus salvajes fronteras. Dio caza a todos y cada uno de los rebeldes en su contra; estableció fundaciones militares en el territorio para sellar fronteras; repobló regiones enteras con colonos europeos y veteranos de sus ejércitos; asoló y quemó ciudades; castigó a civiles…», añade Cañete. La región, sin embargo, siguió plagada de caudillos locales que no estaban dispuestos a rendirse. Uno de los más peligrosos fue el obstinado Espitamenes, que se refugió con los escitas para continuar la guerra desde el exilio, pues estaba indignado de que sus compatriotas se hubieran rendido.
La batallas continuaron y Alejandro nunca logró controlar el territorio por completo. Era el comienzo de una pesadillla que parece repetirse desde hace siglos hasta hoy.
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