Crispación y sobreactuación
La izquierda se apropia de la amenaza de modo partidista y torticero, de tal manera que solo el amenazado es un demócrata, y el resto, un violento fascista, un ultra o un insolidario.
UNA vez más, y son innumerables desde la aciaga campaña de 2004, la izquierda está recurriendo a la crispación extrema y a la sobreactuación de su victimismo para convulsionar las urnas de forma desesperada. Es una práctica conocida. Cada vez que unas elecciones le van a ser adversas, pone en marcha una campaña drástica de deslegitimación de la democracia, y si sus partidos no ganan, los votos no valen porque carecen de su marchamo moral. Y todo, por la sencilla razón de que ellos encarnan la libertad y la democracia, y el resto es solo un reducto fascista al que criminalizar. No puede decirse que esta estrategia no le dé réditos. Por eso la resucita ahora, apelando a un voto emocional con técnicas radicales de agitación para convertir las urnas en una elección entre ultraderecha y democracia, en contraste con el lema de Díaz Ayuso para optar entre comunismo y libertad. Eslóganes aparte, lo que se dirime es si esta vez fallarán los mantras de las ‘alertas antifascistas’ o los ‘cordones sanitarios’.
Solo desde una necesidad perentoria de crispación se entiende que el ministro del Interior frivolice de manera tan burda la realidad llamando al PP «organización criminal». O que Podemos excite la ira diciendo que los derechistas son «nazis a cara descubierta». Igual ocurre con la sobreactuación de Pablo Iglesias, con la carencia de escrúpulos de la directora de la Guardia Civil exhibiéndose en mítines del PSOE, con la atrabiliaria campaña de Ángel Gabilondo, o con la opacidad sobre el extraño envío de cartas amenazantes de muerte. La ‘alerta antifascista’ está de nuevo recreada, como lo están el discurso del miedo, los dejes totalitarios de Pedro Sánchez, o la apología de una violencia que es justificable si proviene de la izquierda, pero peligrosa si llega de la derecha. En España no existe el fascismo, y bien lo saben. Pero se trata de exaltarlo artificialmente para alterar la convivencia, y si para ello hay que inventar acusaciones contra el PP o Vox sin pruebas, la izquierda lo hace sin sonrojarse. No es la derecha violenta quien envió una navaja ensangrentada a la ministra Reyes Maroto, sino un enfermo mental. Pero todo vale para la izquierda si de lo que se trata es de convertir las amenazas en un icono de campaña para reivindicar dignidad política. Se apropian de la amenaza de modo torticero -así lo hizo Maroto posando con una imagen de la navaja-, de tal modo que solo el amenazado es un demócrata indefenso, y el no amenazado, un ultra violento. Decir, como dijo Maroto sin evidencias, que «los demócratas estamos amenazados de muerte si no paramos a Vox» es un desahogo impropio de una demócrata. Pero con tanta teatralización, se ridiculizan a sí mismos.
Naturalmente, son condenables las amenazas, vengan de donde vengan, y las cometa quien las cometa, sin matices. Pero el argumento es menos creíble si quien lo usa se fotografía con Arnaldo Otegui, lo defiende como «hombre de paz», o le invita a integrarse en la «dirección del Estado». Olvidan las balas que recibieron en sobres muchos periodistas, también de ABC, o políticos como la difunta Rita Barberá. No hay una violencia en nombre de la libertad y otra diferente en nombre del fascismo, pero es lo que quieren hacer creer obviando cuánto mataban las balas que Otegui defendía. La memoria de Iglesias es corta. O cínica. Olvida las apelaciones de Podemos a la guillotina contra la Familia Real, la cal viva en el Congreso, las agresiones de ‘jarabe democrático’ a la derecha, la defensa de las piedras de Vallecas contra Vox… La izquierda va a generar una convulsión irrespirable en lo que resta de campaña. Es la esencia de este socialismo venido a menos y de este populismo hiperventilado.
AHORA TOCA EL PUCHERAZO
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