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domingo, 21 de febrero de 2021

"SOY NÉSTOR Y ESTOY EMBARAZADO DE 40 SEMANAS"

 «Soy Néstor y estoy embarazado de 40 semanas»

Casado desde 2016, alaba la metamorfosis social de los últimos años y ve la ‘ley Trans’ como una etapa más, aunque no es partidario de generalizar, porque «muchos no quieren transicionar».

La historia de Esther Román y su mujer, Juani Bermejo-Vega, se convirtió en viral cuando Esther contó que estaba embarazado. Al coger el teléfono, en plena pandemia y a muy pocos días de traer al mundo un bebé, reclama su nombre: Néstor. «Es agotador que tu existencia se convierta en objeto de debate», reprocha este diseñador gráfico, algo cansado de las preguntas reiterativas. Aunque él y su mujer, casados desde 2016, se saben poco convencionales.

Esther nació niña y ahora es un hombre que pasa los 33 años y que dice, con completa seguridad y sorpresa para algunos que escuchan: «Soy Néstor y estoy embarazado de 40 semanas». Juani nació niño y con un nombre distinto al que tiene ahora. Es doctora en Física, profesora de Computación Cuántica en la Universidad de Granada. Siempre fue mujer, pero no mudó de nombre hasta que no se supo mujer. Esta pareja de treinteañeros van a ser papás.

Antes de este alumbramiento que les llena de alegría, Néstor no evade en el relato algún que otro paso en falso, episodios de incomprensión, de ‘bullying’ escolar, de acoso y ofensas escondidos en un cajón y que en este momento feliz de sus vidas no desearían volver a abrir. Firmes defensores de la teoría ‘queer’, de que al mundo se traen ‘hijes’ sin una categoría sexual que inscriba al bebé como niño o niña (por lo que ridiculizan la pregunta del periodista), hacen gala de un único mandamiento: el amor que se profesan estos extremeños desde hace más de 15 años.

El debate de la 'ley Trans'

La política ha querido poner en primera línea de debate algunos de los problemas que atraviesan las personas transexuales. Se debate la ‘ley Trans’ que ha diseñado no exenta de mucha polémica el Ministerio de Igualdad de Irene Montero, y aunque ellos dicen no alinearse con el cien por cien de los puntos de la norma, también se alegran de que la sociedad haya dado pasos de gigante para aceptar sus vivencias internas. Y creen que esa ley puede ser la etapa siguiente. Prueba de esa metamorfosis social es Néstor, con quien habla ABC: nació en el pueblo pacense de Villanueva de la Serena. «No es verdad lo que se dice del mundo rural. Ellos me aceptan como soy, me acogen, ahora me siento como en casa», declara. Pero, lamenta, «de niña, me comí mucho por mi apariencia. Me costaba socializar, no tenía claro qué era ni qué debía sentir. Sufría el acoso de quienes van a por el friki. Pero te sorprendería ahora mi experiencia en el pueblo: ha habiado un avance social muy fuerte, también con los gais, lesbianas... ahora veo a los chavales de 14 años y me dan cierta envidia. Me digo: ‘Ojalá nadie tenga que volver a pasar por lo que pasamos’», dice.

Penetra: «No tienes referentes, te sientes perdido. Lo reprimes, te destrozan la autoestima, te ocultas y te niegas. Va algo mal en esta dirección, te repites, no sabes qué camino tomar». La dureza de un proceso jalonado de dudas traspasa.

Néstor conoció a Juani en la Universidad de Salamanca. Han pasado por Francia, Alemania y Madrid. «La cosa evolucionó en Berlín, comencé a relacionarme con gente LGTB. Por entonces me consideraba bisexual. Me animaron a explorar en mi personalidad, mi pareja también dudaba, pensaba que era gai. No me he querido forzar en ningún aspecto. Tu identidad es un logro que tienes que ir viviendo tú solo». En Alemania encontraron una sociedad que reivindica la identidad de género sin trabas; se casaron. Se trasladaron a la ciudad nazarí y ha formado una familia con su Juani, la mujer que lo inseminó, y el bebé que está a punto de venir al mundo. Lo mejor, con Néstor, es dejarle hablar. Se expresa derribando florituras que el interlocutor se va construyendo mentalmente: «Siempre quisimos tener descendencia. La pregunta habitual y compleja para mí es si tendré niño o niña. Lo único que deseo ahora mismo es tenerlo en brazos. Quiero sobrevivir; no me importa mucho lo otro. Deseo criarle sin estereotipos y, como soy autónomo, poder hacerlo con la baja oportuna. Porque la verdadera critica al siestema es que el sistema de ayudas está roto». Las demás zancadillas no le importan demasiado.

La ‘ley Trans’ acepta que las personas transgénero hagan uso de las técnica de reproducción asistida y el aborto dentro del Sistema Nacional de Salud, sin que tengan que recurrir a pagos clandestinos o estratosféricos. Néstor prefiere no abordar este punto. «Sobre lo del sexo biológico, quiero dejar claro que no soy un experto en este tema en absoluto. Si tuviera que dar una opinión, creo que existen diferencias sexuales, pero que no son tan binarias como hombre y mujer y que por mucho que se quieran definir los ‘montoncitos’ 1 y 2, siempre va a quedar gente fuera. Para eso recomiendo las charlas de Isabel López Calderón, que explica de forma muy interesante la biología del sexo. Sobre el género, yo no soy particularmente fan de su existencia ni creo que esté particularmente ligado a la biología. No tengo grandes explicaciones teóricas de por qué soy trans. Prefiero dejarle eso a gente que estudie antropología. Yo solo sé que quiero transicionar para poder vivir en paz». Continúa: «No tengo estudios de antropología ni biología ni neurología. Las preguntas que nos hace todo el mundo me resultan difíciles», se abre con toda sinceridad ante los interrogantes que solo pretenden acercar su realidad al entendimiento de la población que se resiste, de algún modo.

Prejuicios

Existen muchos prejuicios en torno a los trans. Néstor lo acepta. Les costó un largo trayecto vital tener claro lo que sentían, y en Alemania, un psiquiatra les diagnosticó disforia de género, un trámite que ahora el borrador de la ley de Igualdad elimina como un requisito imprescindible y que facultaría la hormonación de los menores de 16 y 17 años a espaldas de sus padres. Néstor no se moja. Perdió joven a su madre. Invita a reflexionar sobre lo que necesita cada sujeto y no generalizar. Por ejemplo, a ella no le importa tanto que se le mente como Esther, el nombre con el que nació; pero sí a su pareja, la cacereña Juani, que ni lo menta.

La gente trans tiene una relación complicada con su nombre de nacimiento en ocasiones, por lo que saludan el cambio registral que permite la ‘ley Trans’ sin necesidad de permiso paterno. El padre de Néstor aún la llama Esther.

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