El Rastro, con mascarilla y con más de los mismos
En el primer día en el que el popular mercadillo abre al 100%, los madrileños responden con un civismo reseñable
La cacharrería del Rastro sin terrazas tiene algo de muñeca viviente de Gómez de la Serna sin piernas. Aun abriendo el Rastro con todos los tenderetes, en domingo con sol, al 'madriles' le falta una terraza donde fardar de ese LP de Mercury que se cree una bicoca habiendo regateado al del puesto. Hay bragas y camisetas del Atleti al sol cruel del otoño que pasan desapercibidas para Luis, con bigote como de Alatriste que aún, muchos años después de que su padre lo llevara «a conocer el Rastro», sigue esperando un incunable así, por arte de magia y quizá de un despiste de Erik el Belga. El Rastro es la excusa del madrileño para dejar el armario de lo inservible lleno, y este domingo, que vuelve al 100%, es una excusa para celebrar un mercadillo que tiene los cuartillos de sangre exactos de Marrakech y Andalucía/Extremadura, de feria de ganado y de celebración del capitalismo por lo bajo. De Mediterráneo moral.
Paco va al Rastro, pero no como Gómez de la Serna ni como Andrés Trapiello, sino como militante de la cosa y en los peores tiempos. Y ahí anda en su Ribera de Curtidores vendiendo cazadoras que desmienten el cambio climático para las tribus urbanas que todavía hay en Madrid. Paco, al que retratamos en estas páginas hace unas semanas por motivos arquitectónicos, anda pregonando su artesanía de abrigos confeccionados desde una corrala: la artesanía de la España Vacía también sale de los barrios castizos.
El Rastro, después de la pandemia, o cuando la pandemia, se sobrelleva; tiene su ambiente típico de los paisanos que van a buscar el óxido. Un niño con una pistola de agua quiere desmentir la estación y un 'rocker' revuelve vinilos por molestar al tendero: ambos se conocen, a sí mismos y al género. En eso consiste esto tan mediterráneo del regateo y la economía del regateo. Al final no hay ganancia ni venta, pero el comercio es así desde que lo inventamos en Medina del Campo o en Zafra.
«A leuro y medio»
Pero el Rastro es más. La Flor, que es flor de la raza calé (sic), va vendiendo bragas «a leuro y medio» y el hidalgo venido a menos que no deja que se fotografíe la decadencia de la estirpe sigue en su sueño. Todo eso y más pasa en el Rastro, cuando a un niño le explota el globo y llora, y este Gran Bazar español sigue a lo suyo, que es la supervivencia. Si Paco nos dijo que su Rastro era su vida y sacaba sus «chupas por militancia», Gari y Verónica, peruanos, tienen al Rastro como «epicentro de Madrid». Un Kilómetro Cero pero en cuesta donde Gari, peruano del Perú como el poema de César Vallejo, ha encontrado un CD de Chabuca Granda y va feliz con la sudadera atada a la cintura; Verónica también sonríe y ambos llevan cara de aperitivo barato y apretado.
Más abajo, bajando hacia lo que los antiguos llamaban los 'atochales', el Rastro toma otra temperatura. La policía controla aforo y mascarilla, pero es la multitud, la vuelta de la multitud, la multitud fotografiada con foco, lo que evidencia que la penúltima herida que Madrid tenía que cerrar, el Rastro, ha vuelto con ganas. Hay quien vende un 'pedrolo' de cuarzo a 2,50 con la promesa de que el cuarzo, sí, es antibiótico. También huele a fritanga; y sin los calores de cuando la Paloma, el cronista se topa con dos barquilleros que «tienen permiso diferente» a los del Rastro para vender sus castizos carbohidratos. Los hermanos Cañas. Justo ahí, en el mentidero de la Escuela municipal de danza, el 'piernas' y la parienta beben de una amorosa yonkilata y miran eso que hace unos años era tan normal como una multitud en Madrid. En la Capital.
Y luego los objetos, el sagrado Egipto de las cosas, que diría Umbral. Porque los objetos tienen vida y más memoria histórica que Carmen Calvo. Hay tazas con chistes de Forges, portadas de Susana Estrada según un discípulo fotero de Botticelli, y candelabros mate a los que alguien ha olvidado dar una pátina de vinagre. El walkie de los amables Municipales va dando, en 'Dolby', el aforo y las zonas donde puede que haya gente sin cumplir las normas.
LA MASCARÍLLA TRAUMÁTICA
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