Magdiel Ríos (izq.) y Pedro Muñoz en su casa en Miami
La primera mañana de la América de Trump, en casa de dos mexicanos indocumentados.
"Si él cumple su promesa se acabó mi sueño americano. Y lo peor es que ya formo parte de esto. No sabría qué hacer en México", dice Magdiel Ríos en su casa de Miami.
Cinco horas después de que Donald Trump diera su discurso de vencedor en Nueva York, el mexicano Pedro Muñoz hacía su colada en una lavandería de Miami. No tiene papeles pero tiene ropa que lavar, y la vida sigue, como siempre desde que llegó hace 20 años.
“Yo no tengo miedo. Somos más de diez millones de indocumentados y no le va a ser tan fácil al señor Trump sacarnos de Estados Unidos”, dice Muñoz, cocinero de 59 años.
“¿Y qué van a hacer si botan a los hispanos?”, se pregunta a su lado la encargada de la lavandería. “Se les van a quedar los restaurantes sin meseros y con los gerentes mirando para los clientes sin saber qué hacer”. Muñoz relativiza la noticia que ha impactado al mundo entero: “Veremos qué pasa. Como dicen, Dios pone y el diablo descompone”.
Entra José Luis. Guatemalteco, llegó hace seis años por Texas escapando de la violencia de su país. No tiene papeles ni mucho que decir. Cocina en un restaurante italiano. Le gusta Estados Unidos. “Es bonito acá”. Y la playa. “Oh, sí, la playa”.
Por la ventana se ve la avenida Alton Road. El tráfico normal, los coches deportivos normales de la gente con dinero, las palmeras, Miami Beach como cualquier otro día.
Muñoz saca su ropa de la secadora, la mete en dos bolsas y sale de vuelta a casa. Pantalones cortos, una crucifijo colgando del cuello, una pulsera con el arcoíris gay.
En la lavandería se quedan otros clientes latinos y la televisión encendida. Con periodistas y analistas preguntándose cómo ganó Trump. Las lavadoras girando.
Camina Muñoz sin regularizar, pero con documentos falsos que se compran en el mercado negro y sirven para encontrar trabajo –“no te los checan”–; con una bancarrota a sus espaldas que logró superar hace unos años: “Ahora tengo otra vez cinco tarjetas de crédito y crédito en tiendas Macy’s, en Walmart, en Amazon. No me está yendo mal”.
Ha intentado legalizarse. “Pero los tres abogados a los que les consulté me han dicho lo mismo: no hay posibilidad para ti, la única forma es que te cases”.
–¿Y por qué no se casa?
–Porque te piden mucha plata para casarse. Yo no tengo 10.000 dólares.
El mexicano Pedro Muñoz camina tranquilo por la América del día después, por la América del día primero del hombre que llamó “violadores” a los mexicanos.
Llega a casa y despierta a su compañero de apartamento, Magdiel Ríos, 30 años, también mexicano, también cocinero, también indocumentado.
Ríos se despega las sábanas, se viste, se pone a charlar. “A mí América me encanta. Si pudiera me quedaría toda la vida. Pero si Trump cumple su promesa se acabó mi sueño americano. Y lo peor es que ya formo parte de esto. No sabría qué ir a hacer a México”.
“Yo no tengo miedo. Somos más de diez millones de indocumentados y no le va a ser tan fácil al señor Trump sacarnos de Estados Unidos”.
“Aquí todo es bonito, en realidad”, añade Muñoz.
–¿Y tiene miedo a ser deportado, Magdiel?
–Sí, cómo no.
Creen que cuando Trump asuma la presidencia los controles de documentos serán más severos. “En cualquier lugar donde uno vaya a pedir trabajo tendrá que pasar el sistema de verificación y la gente ya no conseguirá empleos”, imagina Ríos. “Unos se irán por su propia cuenta. A otros los deportarán el día en que los agarren conduciendo sin licencia”.
Dos gatos miran por la ventana. Un perro microscópico circula por la sala. Comparten con un guatemalteco sin papeles el pequeño apartamento por el que pagan 1.650 dólares al mes. “Uno no está aquí de gratis”, se queja Ríos. “Uno paga tasas, paga renta, consume en las tiendas. Si nos expulsan van a perder mucho dinero”.
“Pero se tienen que ir”, dijo Trump en 2015 cuando arrancaba su campaña para ser presidente de Estados Unidos. “No podemos dejar que sigan aprovechándose de nosotros”.
Los planes de Trump y sus límites
Donald Trump avanzó durante su campaña que preveía deportar a dos millones de indocumentados que habían cometido delitos y a otros cuatro millones que no habían respetado el plazo de estancia que marcaban sus visas. Otros cinco millones, que completan la cifra total de 11 millones de irregulares en Estados Unidos, tendrían que volver a sus países a gestionar otra vez una visa de entrada. Si el presidente electo lleva a cabo sus planes expondría al colapso a las cortes de inmigración, que tienen actualmente más de medio millón de expedientes que resolver. El mercado laboral también se resentiría: en Estados Unidos trabajan ocho millones de indocumentados, un 5% de la masa laboral.
CON EL MOVIMIENTO SE VERÁ LO QUE OCURRIRÁ, AHORA ES PRONTO PARA JUZGAR.
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