Donald Trump en Carolina del Norte
‘Trumpeconomics’, un salto en el vacío
El programa económico de Trump pone en peligro el comercio global
El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, ha presentado un programa económico contradictorio, mal hilvanado y construido fundamentalmente sobre las ideas, claramente nocivas para el crecimiento económico estadounidense y mundial, del proteccionismo más rancio y de la negación de la multilateralidad. No es extraño, pues, que muchos economistas —y también los mercados e inversores— quieran protegerse hoy detrás del argumento, débil pero plausible, de que las declaraciones incendiarias de campaña y las propuestas desatinadas tropezarán más temprano que tarde con el realismo que impone cualquier acción de gobierno. La pregunta pertinente es si el aislacionismo hostil defendido por el candidato Trump es compatible con una economía globalizada donde tendrá que operar el presidente Trump.
Hay razones para un optimismo moderado. El proteccionismo enarbolado por el candidato, sus invectivas a la globalización y sus amenazas de aranceles y barreras son ideas de difícil ejecución. Ni es posible desembarazarse de los acuerdos económicos o ambientales firmados por Estados Unidos ni dentro del Partido Republicano existe un acuerdo monolítico sobre esta neurosis proteccionista que aqueja al presidente electo. Aunque sí es evidente que el instrumento comercial decisivo para Europa, el TTIP, va a sufrir importantes retrasos o una congelación casi definitiva.
El proteccionismo es un grave riesgo para EE UU, la zona euro y los países emergentes
La concepción proteccionista de Trump multiplica el riesgo de una recesión global precisamente porque cercena de raíz cualquier posibilidad de crecimiento del comercio internacional; sin el TTIP, la zona euro pierde un instrumento básico para recuperar tasas de crecimiento, empleo y rentas del euro. Para los países emergentes, las expectativas son si cabe peores: dependiendo de cada caso particular, el proteccionismo planeado retrasará sus respectivas recuperaciones durante trimestres o quizá años.
Puesto que los intereses de las compañías estadounidenses en el mundo van más allá del fundamentalismo aislacionista del nuevo presidente, es probable que los lobbies actúen para mitigar las aristas más radicales del discurso. Conviene contrastar la violenta antiglobalización de Trump con la experiencia de quienes tomarán las decisiones económicas reales en la nueva Administración. Los temores catastrofistas generados por programas incendiarios quizá se mitiguen después si se observa que el nuevo equipo económico es más proclive al realismo. Aunque las amenazas vertidas contra Janet Yellen no auguran nada bueno.
Washington no puede ni debe romper sus compromisos económicos internacionales
Los mercados mundiales, de momento, han optado por esperar y ver. Tras una reacción inicial de temor, los inversores han valorado que a efectos de crecimiento económico interno las propuestas del presidente electo no son disparatadas, aunque sí contradictorias. Trump propone al mismo tiempo bajar los impuestos —algo que ya hizo Reagan con malos resultados, aunque la economía vudú tuvo seguidores en Europa y, sobre todo, en España— y desarrollar un ambicioso plan de inversión en infraestructuras. Gastar más dinero contando con menos ingresos implica de forma inmediata elevar el déficit y el endeudamiento del país; la probabilidad de que sean necesarias nuevas subidas de impuestos a medio plazo es muy elevada. El plan energético carece de matices. Una apuesta por el petróleo y el carbón es sencillamente regresiva, porque liquida la creación de puestos de trabajo con más valor añadido en las nuevas energías.
Hay otra consecuencia predecible: los tipos de interés tendrán que subir (nueva presión sobre la Reserva Federal) y el dólar tenderá a apreciarse. El efecto para Europa debería ser una mejora en la competitividad —en un mercado mundial no proteccionista— y, si con la expansión fiscal y presupuestaria se afianza el crecimiento americano, un acicate poderoso para que Bruselas, Berlín y Fráncfort acepten por fin la expansión fiscal.
La trumpconomics parece hoy un peligroso salto en el vacío. Rompe la débil relación del comercio mundial, cuyo fortalecimiento era una de las esperanzas para una recuperación más firme; afianza la amenaza de una guerra comercial entre áreas monetarias; quiebra el ajuste gradual de los tipos de interés americanos, gradualidad que era y es un reconocimiento de los compromisos de Washington con la economía global; expone al mundo a una nueva recesión y propone un agravamiento de la desigualdad en Estados Unidos. Washington no puede ni debe retirarse de sus compromisos con el equilibrio económico general y con el tejido de instituciones multilaterales. Esta es la amenaza inminente que representa Trump.
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