Un día en Gomorra
Sólo existe un lugar en el mundo donde puede vivirse una noche 'sin límites'
Entre 10.000 y 30.000 jóvenes se reúnen cada luna llena.
Una de la tarde. El Haadrin Queen llega al muelle entre los aplausos de los cientos de mochileros que doblan su capacidad y hacen del barco una Torre de Babel flotante. Hay israelíes, indios, japoneses, surafricanos, suecos, estadounidenses, una pareja de Antigua o un hippie francés que asegura llevar 35 años de viaje. El primer cartel, nada más poner pie en tierra, anuncia una clínica de primeros auxilios. «Los vamos a necesitar», bromea Joan, un barcelonés de larga melena teñida de rubio y pendientes en ambas orejas.
La isla de Phangan (Tailandia) tiene algunas de las mejores playas y paisajes del sureste asiático, pero las hordas de jóvenes que estos días la invaden no tienen interés en hacer turismo. Vienen atraídos por una fiesta legendaria, convocada en las noches de luna llena y promocionada como una versión moderna y tropical de Gomorra. «Una noche sin límites ni inhibiciones», dice uno de los letreros en la playa de Haad Rin, en el Golfo de Tailandia.
Han pasado 25 años desde que una veintena de hippies, gurús de la felicidad y viajeros sin mapa se reunieran en este mismo lugar para organizar un pequeño guateque al aire libre. Escogieron una noche de luna llena porque entonces no había electricidad. Al año siguiente se sumaron medio centenar de invitados. Al otro, un par de cientos. Y así hasta llegar a las macrofiestas que estos días han transformado lo que solía ser una idílica y tranquila aldea de pescadores, hoy entregada a los excesos de sus visitantes.
6.00 PM. Los habitantes de Ban Talai, el pueblo donde se encuentra la playa que acoge la fiesta, solían vivir de la pesca, la agricultura y sus pequeños comercios. Estos días, al caer la tarde, dejan sus actividades e instalan improvisados bares callejeros donde el alcohol se vende exclusivamente en cubos de playa infantiles. Las tiendas y mercados tradicionales han sido tomados por 7-Eleven, casas de tatuajes y clínicas que se mantienen abiertas las 24 horas del día, haciendo caja gracias a los comas etílicos, las contusiones, los ahogamientos, los accidentes de carretera o las sobredosis. «Se meten en el mar drogados», explica una de las enfermeras de la clínica First Western. El parte nocturno suele incluir cortes por el empeño de los bañistas por ir descalzos y la visita de adolescentes que solicitan la píldora del día después. «Estaremos aquí cuando nos necesites», dice el lema a la entrada del centro médico.
Entre 10.000 y 30.000 personas llenan la playa cada noche de luna llena. La mayoría son jóvenes de entre 17 y 25 años que se marcharán con una simple resaca o ese tatuaje que parecía una buena idea en mitad de la borrachera. Pero si lo ocurrido en otras ocasiones sirve de guía, algunos volverán a casa con cicatrices más dolorosas. O no lo harán. Las autoridades no dan cifras oficiales, pero las embajadas han registrado decenas de muertes de ciudadanos de sus países en los últimos años.
Fuentes diplomáticas europeas aseguran que la policía, en un intento de preservar lo que le queda de reputación a la isla, certifica todas las muertes como naturales y obliga a las familias a pagar la autopsia si quieren comprobar su veracidad. Entre las víctimas del año pasado hubo dos españoles: una mujer de 27 años fallecida de un «ataque al corazón» y un joven que perdió la vida en un accidente de motocicleta. Hasta hace unos años era difícil encontrar a españoles en Phangan, pero la fiesta se ha hecho popular y algunas agencias la publicitan expresamente. «La fiesta más famosa y loca de Tailandia», asegura la agencia de Barcelona Nice Experience, que entre sus atractivos destaca «beber, beber y beber de sus famosos cubos».
10.00 PM. La música tecno retumba ya en todo el pueblo y a lo largo de los dos kilómetros de playa de Haad Rin, donde los chiringuitos han fijado plataformas para bailar. Los establecimientos situados junto al mar anuncian el comienzo de la fiesta con carteles iluminados en fuego. Miles de ravers descienden desde las calles que llevan al mar, enfundados en camisetas con el lema "Fiesta de la Luna Llena" y los torsos pintados con dibujos fluorescentes.
Tres funcionarios hacen guardia en el ignorado Centro de Seguridad para Turistas de la Fiesta de la Luna Llena, creado para tratar de poner algo de control en una celebración que ha empezado a incomodar al gobierno tailandés. Los vecinos más mayores lamentan los días de tranquilidad perdidos y su sustitución por las vomitonas en mitad de la calle, las agresiones sexuales --la mayoría no se denuncian--, los ahogados que el mar escupe horas e incluso días después o las sobredosis por ya ba, la variante tailandesa de la metanfetamina. La muerte del joven británico Stephen Ashton hace un año, tras recibir un disparo de bala, terminó con la paciencia local y llevó a la imposición de medidas de seguridad.
Aunque la posesión de las más pequeñas cantidades de droga está penada con la cárcel en Tailandia, en Phangan es fácil lograrlas todas. Los policías, con sueldos de entre 170 y 300 euros al mes, completan su salario con redadas en las que exigen a los turistas el pago de sobornos a cambio de mirar a otro lado cuando son descubiertos con marihuana o cocaína. Pero la verdadera especialidad es el batido feliz, hecho con las mismas setas alucinógenas (Psilocybe cubensis) que atrajeron a algunos de los primeros visitantes en los años 70 y que se ofrecen con la promesa de que ayudarán a aguantar toda la noche en pie. «La idea es seguir hasta el amanecer y más allá», dice Bert, un alemán de 18 años que ha venido desde Berlín con varios amigos. «No aguantar sería un fracaso».
02.00 AM. La playa se ha cubierto de cuerpos que danzan al ritmo de DJ's que compiten por atraer la mayor clientela. Las primeras bajas no las producen los comas etílicos, sino juegos acrobáticos organizados sobre la arena que incluyen el salto a la comba: la cuerda, en este caso, ha sido previamente rociada con gasolina y envuelta en llamas. Los participantes se desafían también a lanzarse a través de un aro de fuego o arrojándose desde lo alto de una de las discotecas a través de un tobogán que da con sus cuerpos en la arena.
Cada vez que hay un accidente, amigos lo suficientemente sobrios llevan en volandas al herido hasta una de las clínicas del pueblo. Sólo en la avenida de Mae Boontham, una calle estrecha que cruza la localidad, se han instalado media docena de servicios de emergencia. «Me torcí el pie», dice una adolescente belga, decidida a regresar a la fiesta tras haber sido vendada. «Me quemé con la cuerda», cuenta un joven al mostrar las marcas en la espalda. «Están tratando de reanimarlo», dicen los amigos de un finlandés que ha perdido el conocimiento tras mezclar alcohol y ya ba.
La apuesta en Haad Rin sigue siendo música, alcohol y drogas, pero la playa vive un intento de lavado de imagen que ha suavizado algunos de los excesos de antaño. Atrás han quedado, por ejemplo, los carteles que anunciaban en farmacias y clínicas la opción de realizarse un test de embarazo antes de volver a casa. Se siguen ofreciendo, ahora discretamente. El desenfreno es el principal atractivo: da tan buen resultado que los establecimientos han empezado a organizar también fiestas de la media luna llena y en ocasiones especiales que se repiten con creciente asiduidad. «Si empezaran a poner controles a todo, la gente no vendría y nos arruinaríamos», dice el director de un hotel de la zona, recordando que los mochileros dan trabajo a camareros, taxistas, limpiadores o empleados de hoteles. «Es demasiado tarde para volver a los tiempos idílicos del pasado».
06.00 AM. Empieza a amanecer y miles de personas siguen danzando sobre la arena. Junto a los que todavía se mantienen en pie yacen los que han desfallecido. Un surcoreano duerme completamente inconsciente y abandonado en mitad de la playa. Otro joven se desploma sobre una mesa, mientras sus amigos lo bañan en cerveza. Un grupo de turistas suecas han dejado a una de sus amigas en la arena para seguir bailando sobre un escenario situado a unos pocos metros. Hay parejas besándose, bañistas que llegan al mar dando tumbos, disfrazados de personajes de Disney y borrachos que se empujan en mitad de improvisadas pistas de baile.
Cristales rotos, basura y chanclas extraviadas se acumulan en la arena, mientras los primeros limpiadores empiezan la recogida sin esperar a que termine la fiesta. Decenas de jóvenes orinan en el mar para ahorrarse los 20 céntimos que cuesta utilizar los servicios instalados junto a las discotecas al aire libre. Camellos susurran al oído las últimas ofertas de drogas, ahora rebajadas de precio. «¡Luna llenaaaaaaaa!», grita un grupo de adolescentes al ver un círculo en el cielo.
Es el sol.
La escena no podía estar más alejada de los recuerdos que Colin Hinshelwood guarda de este lugar. El periodista escocés tenía un restaurante en la vecina isla de Samui y asistió a la primera fiesta de la luna llena en 1988, junto a otras 20 personas. La playa estaba entonces impoluta, no había construcciones baratas junto a la costa y, en lugar de música disco, se podía «escuchar el sonido de las olas del mar», según describía recientemente Hinshelwood en un artículo para la revista Time, en el que lamentaba la decadencia de una playa antaño mítica.
A primera hora de la mañana, los cuerpos tendidos de juerguistas inconscientes se mezclan con los primeros bañistas que llegan a la playa, algunos acompañados de niños pequeños. Una anciana intenta sacar algo de la fiesta, vendiendo botellas de agua a los supervivientes.
11:40 AM. El Haadrin Queen espera junto al muelle a que suban cientos de jóvenes, listos para iniciar su viaje de regreso. Algunos, como el italiano Paolo, lo hacen con un tatuaje, recuerdo de una noche que se le fue de las manos. Media docena de pasajeros presentan lesiones leves. Al otro lado del estrecho, en la isla de Samui, espera una ambulancia que trasladará al herido más grave a un hospital. Llegó desde Noruega y su novia dice no explicarse cómo se rompió cuatro costillas y la rodilla derecha. «Lo dejé un momento y me lo encontré así», cuenta.
La mayoría se despide con nostalgia anticipada de una fiesta que no deja de ser una acumulación de los excesos que se pueden encontrar en Ibiza, Ámsterdam o Nueva York, pero reunidos en un ambiente tropical, en el escenario de una isla paradisiaca y con el supuesto aliciente adicional de estar en el lugar que la literatura de viajes considera místico, a pesar de que sus secretos dejaron de serlo hace tiempo. Los calendarios de próximas citas lunares se publicitan en internet y los que han completado el rito de pasaje ofrecerán consejos que van desde qué estupefacientes tomar a qué pensión ofrece las mejores ofertas de hospedaje.
Mientras el Haadrin Queen avanza a duras penas, en mitad de una leve tormenta y lastrado por el exceso de peso, sus pasajeros son sustituidos por los recién llegados en otros barcos. Se suman a los que han decidido quedarse algunos días más. «Para la fiesta de Nochevieja», asegura Joan, que ha sobrevivido a la noche sin un rasguño. «Dicen que es más salvaje que la de la Luna Llena».COMENTARIO:
El «batido feliz» y otros excesos
25 años de juerga. La primera fiesta se celebró en 1988, cuando un grupo de hippies y expatriados aprovechó la luna llena para hacer una pequeña fiesta en una isla que no tenía electricidad. Masificación. En cada noche de luna llena se reúnen entre 10.000 y 30.000 personas llegadas de un centenar de países. Cientos de portales de internet ofrecen las fechas de luna llena y consejos para asistir a las fiestas. Embarazos. En el pueblo de Ban Talai florecen dos negocios: casas de tatuajes y clínicas, que entre otras cosas ofrecen test de embarazo a jóvenes antes de que regresen a casa. Muertos. Decenas de personas resultan heridas en cada fiesta y en los últimos años han muerto un número indeterminado de extran-jeros (el gobierno no facilita las cifras). Dos españoles lo hicieron el año pasado. Ahogamientos, sobredosis y accidentes de moto son las causas principales. Drogas. La droga más utilizada es el «ya ba», la versión tailandesa de la metanfetamina. La especialidad local, sin embargo, es el «batido feliz», hecha con setas alucinó-genas. La policía mira a otro lado a cambio de pequeños sobornos.
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