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martes, 1 de marzo de 2022

"ESTAMOS TRES FAMILIAS ENCERRADAS CON NIÑOS PEQUEÑOS Y SOLO TENEMOS COMIDA PARA UNA SEMANA.ES MUY DURO"

 «Estamos tres familias encerradas con niños pequeños y solo tenemos comida para una semana. Es muy duro»

Julia Secreta está con otras diez personas, incluido un bebé de 3 meses, su hija de 1,2 años y otra de 4

«Siempre había visto la guerra en las películas y jamás pensé que viviría una de verdad; solo tengo ganas de llorar»

Sigue en directo la última hora de la guerra en Ucrania

«Nunca voy a olvidar este horror. Siempre había visto las guerras en las películas y jamás pensé que viviría una de verdad; solo tengo ganas de llorar». Quien eso dice, con voz entrecortada es Julia Secreta, de 34 años. Escapó con su marido, Denis, de 32, y su pequeña, de un año y dos meses de Kiev sin mirar atrás cuando empezaron los bombardeos y tiroteos del ejército ruso en la capital Ucrania. Emprendieron rumbo a casa de unos amigos a una ciudad de la que prefiere omitir su nombre por miedo.

«No sabíamos qué hacer. Barajamos ir a casa de mis padres, que viven en Ivankiv, cerca de Bielorrusia pero nos aconsejaron que no fuésemos ahí. Que era muy peligroso.

Las explosiones y los ataques se sucedían, había muchos muertos y ellos estaban refugiados la mayor parte del tiempo en el sótano con otros vecinos», indica Julia.

« Optamos por ir al pequeño municipio de un colega de mi marido. Aquí estamos tres familias; somos 11 personas en total con tres menores: un bebé de 3 meses, otra niña de 4 años y mi pequeña».

El terror de Julia, que habla perfectamente castellano, ya que es traductora y trabajó una década en la Embajada de España en Kiev, no ha terminado. «Desde aquí vemos llamaradas, el resplandor de los cohetes que lanzan los rusos y escuchamos los disparos y el sonido atronador de las bombas en un aeropuerto cercano y en la capital».

«Una hormiga contra un gigante»

Su preocupación inmediata, al igual que la de todo el grupo es la escasez de alimentos. «Tenemos agua, pero solo tenemos comida para una semana. No sabemos cómo vamos a salir adelante. Las dos tiendas de esta localidad están cerradas por falta de existencias. Hasta aquí no se puede llegar porque nuestros soldados volaron los puentes para que no entraran los enemigos. Solo tenemos macarrones y arroz. ¿Qué van a tomar nuestros niños?. Es muy duro. Es doloroso, reflexiona, intraquila, convencida de que permanecerán ahí durante mucho tiempo.

En la vivienda en la que se han encerrado han habilitado la parte de abajo, a medio construir, a modo de búnker para ocultarse. Ahí duermen las tres familias con los colchones y mantas que han extendido sobre el suelo, junto a los jirones de sus vidas que introdujeron a toda prisa en unas cuantas maletas.

«Tengo miedo a morir. ¡Queremos vivir¡. Esta guerra no tiene sentido. Putin está loco. Quiere resucitar la extinta URSS y tener a medio mundo bajo su control. Necesitamos que el resto del mundo nos ayude para alcanzar la paz y estar tranquilos como antes», recalca Julia. «Nosotros solos, ¿qué podemos hacer contra las fuerzas soviéticas? -se pregunta-. Es la lucha de una hormiga contra un gigante», recalca esta asustada mujer. Ni siquiera se atreve a pisar la calle por miedo.

No odia a los rusos; maldice a quien ha orquestado el absurdo ataque. «Veo fotos de militares soviéticos muertos y siento mucha pena. Tienen familia y amigos que también están sufriendo. ¡Por favor, que acabe esta pesadilla de una vez!», concluye Julia.

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