Ximo Puig debe responder de su propio despilfarro.
No está Ximo Puig en condiciones de dar lecciones de redistribución y progresividad fiscal, ni de pedir para Madrid un impuesto especial. Alineado con las tesis ‘armonizadoras’ de ERC y de un separatismo catalán a cuyas franquicias riega de millones en forma de subvenciones, el presidente valenciano ha hecho del despilfarro una de sus señas de identidad. Con una enorme deuda, la mayor de España en relación al PIB, la Comunidad Valenciana dejó de justificar en 2019, último año auditado, transferencias y subvenciones por valor de 2.469 millones de euros. Entre otros logros, Puig ha reabierto una televisión autonómica sin apenas espectadores y con facturas millonarias, y revertido la concesión de un hospital, el de Alzira, que en manos públicas ha disparado su gasto en un 30 por ciento y que consume cada año 75 millones de euros más que en manos privadas. Pedir que Madrid suba los impuestos para pagar sus obsesiones locales no es redistribuir la riqueza, sino malversarla.
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