Los jóvenes muertos en Galisancho pudieron volver a casa en taxi, pero se subieron al coche de su amigo Pecho.
Los chavales son quienes mejor saben lo que pasó. Los adolescentes del pueblo. De hecho, los adultos, salvo algunos casos, únicamente reproducen lo que les han contado sus hijos de aquella noche. La mayoría son menores de edad; el resto ya tiene 18 años y casi todos les conocen. El pasado domingo, sobre las siete y media de la mañana, un vehículo amarillo tuvo un accidente en la carretera comarcal que une Alba de Tormes con la localidad, también salmantina, de Santa Inés. Dentro viajaban seis jóvenes. Cuatro de ellos, de 17, 19 y 20 años y ocupantes de los asientos traseros, murieron. Pecho, el conductor, ya está fuera del hospital, de donde salió ayer Alfredo, su copiloto. Los informes elaborados por la Guardia Civil tras el siniestro confirman que Pecho dio positivo en alcohol y drogas tras una noche de fiesta que acabó en una tragedia que pudo haberse evitado.
-¿Cuánto costaba volver a Alba de Tormes en taxi aquella noche?
-Unos 15 euros, más o menos.
Responde José Luis Cosme, taxista de la localidad, quien confirma a ABC que llegó al lugar del accidente, una curva a derechas antes de llegar a Galisancho, en segundo lugar y antes que los servicios de Emergencias.
«Arrastrándose»
«El conductor logró salir del coche arrastrándose y el copiloto deambulaba alrededor del automóvil», rememora Cosme, que iba de camino a Santa Inés para devolver a otros jóvenes a Alba de Tormes después de la noche de verbena. Cuando llegó, allí ya estaba Antonio, conocido como «Tao», y también taxista que, precisamente, fue quien alertó de que el coche de Pecho, un joven electricista de 29 años, había tenido un accidente.
El caso le pilló por sorpresa. «La gente normalmente está bastante bien concienciada, pero siempre hay casos que no se pueden controlar. En general la gente se desplaza bastante en taxi», explica Cosme, que añade que aquella noche, a partir de las cinco de la mañana, «que es cuando la gente empieza a volver», pudo realizar alrededor de siete servicios con el taxi lleno: «Mi vehículo es de cinco plazas y siempre en estos casos intento llenarlo. Si se suben dos y conocen a otros dos que puedan subirse, les digo que suban porque al final estás llevando a gente del pueblo que conoces».
Tres días de luto después del fatal suceso, la carretera tiene cicatrices y la señal que marca la curva, una herida. La tapan las coronas de flores colocadas en memoria de Roberto, Raquel, Víctor y Roberto, los cuatro jóvenes muertos, cuya pérdida ha nublado Alba de Tormes, una localidad castellana de 5.100 habitantes donde todo el mundo se conoce y cuya vida social, en verano, pasa por la piscina. Allí está todo el pueblo, también los amigos de los fallecidos, que intentan volver a la normalidad tras el golpe.
A última hora de la tarde, cuando el sol cae, ya no es tiempo de baño y comienza el desfile. Nadie parece cómodo al hablar de lo ocurrido y mucho menos aquellos que más conocían a las víctimas mortales. La prudencia manda, pero todos los testimonios de los más jóvenes coinciden en varios puntos: las seis personas que viajaban en el coche pertenecían al mismo grupo de amigos, no generaban problemas en el día a día del pueblo y eran buena gente. Sin embargo, también dejan entrever que les gustaba la fiesta. Y al preguntarles concretamente por Pecho -de nombre Alejandro- algunos cambian el gesto.
Se trata de un chico mucho más mayor que ellos, pero todos saben quién es. Bajan la mirada cuando sale el tema de las drogas y aseguran que aquella noche, cuando perdió el control de su Fiat amarillo, circulaba a una velocidad elevada en una vía estrecha que está limitada a los 70 kilómetros por hora. Las pruebas periciales de la Guardia Civil al respecto no han trascendido, aunque la Benemérita sí ha confirmado que Pecho se mostró colaborador en los primeros interrogatorios tras recibir el alta.
«No esperamos»
«A nosotros nos costó 3 euros a cada uno volver en taxi y no tuvimos que esperar mucho», dicen varios de ellos, menores, que al salir de la piscina todavía guardan recuerdos de la noche del accidente. «Estuvimos con ellos a primera hora en Santa Inés e iban normal», indican estos chicos, que abren una hipótesis extendida en el pueblo: un taxista les dijo que se esperaran, que no iban para conducir y que él les llevaría después. Hablan de Antonio, «Tao», uno de los taxistas de la localidad, que era familiar de la única joven fallecida, presenció el accidente y llamó a Emergencias. Él, sin embargo, manifiesta a ABC que no habló en ningún momento con ellos y que tampoco le adelantaron: «Salieron delante y ya luego vimos el accidente».
Según la Dirección General de Tráfico, el año pasado, cuatro de cada diez muertos en carretera habían consumido alcohol o drogas. En lo que va de año han perdido la vida en la carretera 489 personas. Cuatro de estos últimos son Raquel, Roberto, Víctor y Roberto, que decidieron subir al coche de Pecho, que había bebido y consumido drogas, en vez de esperar a que les llevaran a casa en taxi.
LOS POBRES NO TENDRÍAN DINERO PARA EL TAXI PERO NO SE PUEDE BEBER CONDUCIENDO ES UN SUICIDIO.
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