Es irrelevante la discusión acerca del «ganador» de la comparecencia parlamentaria del presidente Rajoy sobre el «caso Bárcenas». Reducir estos graves momentos de la vida política a una calificación de las habilidades dialécticas de los líderes es tan maniqueo como darse golpes de pecho repitiendo «me equivoqué» y «cometí el error» para concluir en que «ni dimito ni convoco elecciones» en aras de una interpretación unilateral de lo que interesa o no interesa a España. Este cinismo delata el desprecio de los valores democráticos que tan peligrosamente está envileciendo el ejercicio de la política entre propios y extraños. Si reconocer errores en un desdichado culebrón de presuntas corrupciones no apareja más consecuencia que la de que todo siga igual, es preciso reconocer que Rajoy ha ganado el debate. Pero es una amarga victoria personal solapada en el pesebre parlamentario, y una pírrica victoria nacional por multiplicar los motivos de la confianza y las causas del descrédito.
Rajoy tan sólo ha defendido su honorabilidad, sin apuesta seria por la del partido que preside ni de los dirigentes que son objeto de sospecha. Decir «No me consta» no es exculpar, ni siquiera defender, sino acreditar ignorancia culpable. Remitir las responsabilidades hipotéticas al final de la instrucción judicial es desdeñar la trascendencia del escándalo y generar el efecto que se critica: el de judicializar un asunto netamente político y degradar como si fueran monsergas para el juego dialéctico conceptos primordiales como la carga de la prueba en la acusación de culpabilidad, y la presunción de inocencia. El sentido de la instrucción judicial nada tiene que ver con los comportamientos políticos y el juicio específico que merecen a la ciudadanía.
Es insoportable que trivialicen la culpabilidad de los «complementos y anticipos» como habituales «en todas partes». Estas y otras no-respuestas del señor Presidente parecen parte de un extraño sistema ético que estaría parasitando el de los valores en los que merece la pena creer. Rajoy ha llevado ante la cámara un discurso precocinado y ramplón, que no se molestó en prever respuesta a las preguntas del pueblo español, trasladadas por varios portavoces de la oposición. La castiza frescura, la arrogancia y la falta de compromiso ante el pueblo representado, que Rajoy demuestra no contestando sino apelando al fariseísmo de un reconocimiento de errores completamente inútil, es el mejor indicador del agujero negro en el que están hundiendo la más básica y primaria confianza en la política. Pase lo que pase con ella, será muy higiénico no renunciar a una moción de censura, sin esperar siquiera a la venganza de Bárcenas con nuevas revelaciones documentadas.
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