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sábado, 18 de mayo de 2013

SE ACRECIENTAN LAS DIFERENCIAS ENTRE POBRES Y RICOS

La división que hacen los ajustes.

Disminuye la clase media mientras crece la pobreza y unos pocos se acercan a la opulencia.

La crisis que afecta a Europa está dividiendo a la población en dos partes cada vez más diferenciadas, más distantes, más separadas. Y si el efecto se produce en niveles continentales se agudiza cuando nos fijamos en países como España y la zona mediterránea. Me refiero al nivel de renta, a la diferencia entre la economía de unos y otros contribuyentes. Está disminuyendo la clase media a un ritmo desolador, a tal velocidad que hay economistas que predicen su desaparición. La alta burguesía se nutre de directivos que cobran cada vez más grandes y blindados contratos; la baja aumenta con los llegados de la media y se acerca a la pobreza, sin trabajo, sin recursos, ¿sin esperanza?

Los dictados de la economía implantada por Bruselas, que se rige por los dictados implantados por Berlín, que a su vez sigue los dictados de Fráncfort, son tan rígidos que han cegado la salida de los créditos de los bancos, cuyos accionistas han ganado mucho dinero en los años de la abundancia, y los solicitantes de créditos, empresarios pequeños y medianos, han ido cerrando sus empresas. Los empleos van desapareciendo con tal cadencia que el número de parados superó los seis millones, multiplicándose por tres en el lustro crítico que ya se cumple.

Ahora la población camina hacia la pobreza mientras unos pocos se acercan a la opulencia. La distancia es cada vez mayor y si los más van hacia la miseria los menos alcanzan el lujo. Las consecuencias se van palpando en la ideología, que podría acabar enconando las posturas, distanciando las actitudes y fagocitando el centro, para muchos equilibrante, aunque no comprometido, inhibido ideológicamente. Así ya se habla de disidentes, de movimientos radicales tanto en el centro-derecha como en el centro-izquierda. Desaparecería entonces el bipartidismo y surgiría una polarización que podría generar el brote de nuevas ideas, que enriquecería la política. No creo que piensen así la canciller Angela Merkel -«La eurozona debe estar lista para ceder soberanía», ha dicho- y los banqueros alemanes pero si continúan imponiendo una estrategia de recortes, que siguen otros muchos gobernantes, la radicalización terminará plasmándose en las urnas. Se especula ya en algunos mentideros con las intenciones de Esperanza Aguirre en la derecha y en los discrepantes en el socialismo mientras se mira a partidos más ideologizados o emergentes antibipartidismo.

Si el príncipe Felipe, en el reciente foro hispano-alemán celebrado en Madrid, advertía sobre las actitudes insolidarias «que a la postre se traducen en resultados estériles e incluso contraproducentes», un gurú de la economía mundial actual, el Nobel Paul Krugman, en un artículo («La depresión del Excel» - http://www.nytimes.com/2013/04/19/opinion/krugman-yhe-excel-depression.html?ref=paulkruman&_r=0-), refutaba la política de recortes aludiendo a un error de los propulsores de esa política y rechazaba el «deseo de los legisladores, políticos y expertos de todo el mundo occidental de dar la espalda a los parados y, en cambio, usar la crisis económica como excusa para reducir drásticamente los programas sociales».

La radicalización de posturas en esta materia nos lleva a preguntarnos quién puede gobernar una población dividida en dos partes tan desiguales, antagónicas, cada día más irreconciliables. Un ejemplo vivo es Italia. El desmoronamiento soviético no significó la liberación de los oprimidos sino el enriquecimiento de la camarilla cercana al antiguo poder que ya gozaba de grandes privilegios. El mantenimiento de las restricciones impuestas desde el epicentro económico europeo devolverá el dinero invertido a la banca pero penalizará al sufrido contribuyente. Abrirá mayores distancias y radicalizará al perdedor hasta llevarle a unas, más o menos moderadas, ideas revolucionarias.

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