Cuando en Europa solo vivían 25.000 personas, pero eran muchas
Un estudio calcula el número de humanos en el área occidental del continente hace 500.000 años y resultan ser más de lo que se pensaba
Los primeros europeos podrían haber sido bastante más numerosos de lo que se creía. Un equipo internacional liderado por investigadores españoles sugiere que la población humana de Europa occidental hace entre 350.000 y 500.000 años pudo alcanzar los 25.000 individuos. Aunque a nuestros ojos no parezca gran cosa -todos juntos apenas darían para formar una localidad de tamaño medio hoy en día-, el número supera con creces los escasos miles de individuos propuestos en investigaciones anteriores. Además, esos primeros habitantes estaban más distribuidos y seguían ocupando el norte durante las duras condiciones glaciares.
Ese período de tiempo del Pleistoceno fue crucial para la evolución humana en Europa, ya que entonces comenzó el proceso que daría lugar a los neandertales, otra especie humana con pruebas de haber sido inteligente y sofisticada, y se sentaron las bases para el desarrollo del Levallois, una nueva tecnología de fabricación de herramientas líticas.
Fue además una época de marcadas oscilaciones climáticas que pudieron afectar a las poblaciones humanas y condicionar su evolución. A Homo sapiens, la especie a la que pertenecemos todos los humanos modernos, todavía le quedaba mucho para llegar hasta aquí.
Jesús Rodríguez, del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), explica que, para ser viables, las poblaciones tienen que tener un tamaño mínimo, ser lo suficientemente grandes «para que haya un flujo genético que evite los efectos negativos que tiene la consanguinidad, uno de los mayores problemas en poblaciones pequeñas». Una diversidad genética muy baja «puede provocar que cualquier enfermedad o circunstancia aleatoria lleven a la extinción», dice. «Tan solo unos miles de individuos en Europa y mil en la península ibérica -como señalaban estudios anteriores- son cifras extremadamente bajas, poco realistas», subraya.
El tamaño de los grupos podía ser similar al de las bandas de cazadores-recolectores del siglo XIX y XX en África o América, con unos 20 o 25 individuos. «Pero seguramente tenían relaciones con otros grupos más grandes y puntualmente se reunían para distintas actividades, intercambiar individuos, etc... », señala Rodríguez.
Adaptados al frío
Para llevar a cabo este estudio, el equipo utilizó un modelo que se utiliza habitualmente para pronosticar dónde podemos encontrar una especie en un área. De esta forma, combinó en una serie de mapas los datos de distribución humana conocidos y los cambios en la precipitación y la temperatura a lo largo de milenios en Europa occidental.
En contra de lo que suele pensarse habitualmente, los resultados, publicados en 'Scientific Reports', no solo muestran que la densidad de la población era mucho mayor, sino que esta no variaba drásticamente en los períodos fríos respecto a los de clima templado. «Nos ha sorprendido encontrar que gran parte de las zonas que se creían deshabitadas en períodos glaciares, al norte de Pirineos y los Alpes, en realidad seguían ocupadas», afirma Rodríguez. El modelo predice un área habitable continua que conectaba la península ibérica con las Islas Británicas a través de lo que hoy es Francia y el oeste de Alemania. Por tanto, existieron extensas áreas habitables para los humanos durante el Pleistoceno medio europeo.
«Planteamos que incluso en las etapas frías el norte de Europa -quizás no Gran Bretaña pero sí grandes partes de Francia-, podía estar ocupado», dice el investigador. En el modelo anterior, las poblaciones más pequeñas permanecían separadas -no había conexión entre España e Italia- durante decenas de miles de años, lo que habría tenido efectos en la evolución humana. Los resultados indican que las dos poblaciones estaban conectadas durante los períodos más fríos, «por lo que serían más extensas y se evitarían los problemas de deriva genética».
En esas etapas frías, las temperaturas medias anuales en el norte de Europa se acercaban a los cero grados. Para soportarlos, los individuos tuvieron que adaptarse: buscar refugio, cubrirse con pieles de animales... De esta forma, «podrían resistir esas temperaturas tan bajas incluso sin utilizar el fuego, del que todavía no había un uso generalizado».
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