Pepe Viyuela: «Reconozco que me equivoqué con las palabras que utilicé contra Vox»
El intérprete, que se sube a las tablas para protagonizar el clásico ‘Tartufo’, confiesa: «Lo he pasado muy mal»
«Ridi, pagliaccio». Se agarra más que nunca Pepe Viyuela a la vieja máxima de que el espectáculo debe continuar. Como el protagonista de ‘Pagliacci’, la ópera de Leoncavallo, se viste el traje y se empolva la cara y deja atrás el dolor de la reciente muerte de su madre y la angustia por la respuesta a un artículo de cariz político que publicó hace unos meses -en el que decía que Vox era un cáncer: «reconozco que me equivoqué, no estuve acertado con las palabras que utilicé»-, y que le ha hecho abandonar las redes sociales. «Lo he pasado muy mal», confiesa el actor. Y para superarlo confía en Molière y su ‘Tartufo’, personaje al que encarna, dirigido por Ernesto Caballero, en el teatro Reina Victoria de Madrid.
-Últimamente no para de hacer teatro...
-Siempre he hecho teatro. Incluso en la época en que lo tenía más complicado -los diez años en que lo tenía que compatibilizar con ‘Aida’-, nunca dejé de hacer teatro. El teatro es lo que más me gusta. Me divierte mucho; no lo considero un trabajo. Ya estoy mayor y me canso más, pero es una delicia hacer teatro.
-Usted empezó por amor...
-Es una forma de decirlo. Cuando era adolescente no sabía ni lo qué era. Pero la que ahora es mi mujer hacía teatro en un grupo, y yo me apunté: era una manera de estar más tiempo juntos. Empecé así y enseguida me flechó; descubrí que era divertidísimo y que se pasaba muy bien. Desde el principio el teatro me dio sensación de libertad, de juego.
-Imagino que no ha perdido esa sensación.
-No, y por eso no quiero dejar de hacer teatro. Nunca me aburro. Por más veces que haga una función, siempre encuentro un aliciente para que cada representación sea distinta; hay días en que te aburres hasta de ti mismo, pero en general siempre están la cabeza y más cosas dentro de ti están con la función, y un día descubres la importancia de una palabra, de una mirada, de algo nuevo, que compartes con los compañeros... Está vivo.
-Usted se hizo popular con unos 'sketches' en televisión. En este país donde se encasilla todo tanto, ¿le ha costado mucho romper la barrera de ese personaje, de ese payaso?
-De hecho, sigo haciéndolo, nunca lo he abandonado, y echo de menos no tener más tiempo para hacerlo, porque me divierte mucho. Sí es verdad que cuando empecé a hacer teatro ‘de otro tipo’, teatro de texto, había gente que se sorprendía, tanto negativa como positivamente. Pero la gente enseguida se acostumbra; sobre todo el público de teatro, que muchas veces no es el que te conoce por la televisión... La idea de que por salir en televisión va a venir más gente a verte al teatro es equivocada. En el teatro tienes que ir cultivando al público a través de los años. A la gente a la que le gusta ‘Aida’ no tiene por qué interesarle ver ‘Tartufo’ en escena. Es la gente que ama el teatro la que te va a ver; probablemente haya una filtración de público, pero yo creo que en general está bastante encasillado. A mí me gustan mucho el teatro, el cine, la televisión... Y no he tenido la sensación de haber tenido que atravesar territorios. Son complementarios. Ahora que estoy haciendo obras de cierto peso, no siento rechazo por parte del público por ser ‘el de la tele’.
-Lleva unas cuantas funciones a cuestas ya... Si tenía que convencer a alguien, ya lo habrá hecho.
-Y al revés. Habrá gente a la que siga sin convencer. Es imposible gustarle a todo el mundo.
-Y ahora llega ‘Tartufo’. Es un personaje enorme...
-Sí. Estoy muy contento. Es la primera vez que interpreto a Molière. Con Ernesto Caballero he trabajado varias veces; nos entendemos a las mil maravillas, nos respetamos mucho... Es muy receptivo, siempre tiene las ventanas abiertas a las sugerencias y a todos los vientos que soplen y pasen por los ensayos. Ernesto no se rinde nunca... Y Molière es tan rico, ofrece tantos puntos de vista, tantas posibilidades: de comedia, de profundidad, de reflexión...
-¿Es un personaje paradigmático como los de Shakespeare: Otello de los celos, Romeo y Julieta del amor?...
-Tartufo es un arquetipo, sí. Y por eso es tan interesante volver a él, volver a interpretarlo. Hay tantos Tartufos como actores lo vayan a encarnar y como directores lo vayan a montar. Existe un molde, pero se ‘amolda’ al actor. La apuesta de Ernesto combina muy bien lo clásico y lo contemporáneo de la función.
-Fernando Fernán-Gómez, que dirigió ‘Tartufo’ hace casi veinticinco años, decía que no era el prototipo del hipócrita, sino del falso devoto, y añadía que había muchos.
-No solo hoy... A veces nos cuestionamos el presente como si viviéramos el peor momento de la historia. La mentira, la falsedad, la hipocresía... han estado presentes siempre. Y están en nuestra vida de forma permanente. Todos somos un poco -o un mucho- Tartufos, y también mucho Orgones. Necesitamos creer en cosas: una fe, una ideología, necesitamos revestir nuestro carácter para ir por la vida. Y eso no se corresponde exactamente con lo que opinamos o sentimos de verdad, sino con lo que nos conviene en cada momento. El tartufismo está presente en todos los órdenes de la vida; lo que ocurre es que algunos afectan a la gente: la política, la religión.. En la función no se apunta tanto a los devotos religiosos -que evidentemente los hay, y era a los que se refería Molière-, sino a todo lo que hoy en día huele a ‘mentira gorda’: la publicidad, internet, las redes sociales, los medios de comunicación, la economía. El mundo está lleno de grandes mentiras; se habla ahora de la posverdad, que no es más que un término que dulcifica el término ‘mentira’. Y hacia todos esos sitios intentamos apuntar. La idea es mostrar claramente que Molière no está muerto y, por otra parte, que la universalidad y la eternidad de la mentira están presentes. Por eso, esos falsos devotos de los que hablaba Fernán-Gómez están presentes en un montón de órdenes de la vida, y quizás a los que menos nos referimos es a los que más se refería Molière, y es la religión.
-Hoy en día son otros los maestros de la mentira.
-¿Qué mejor medio para seducir que el móvil? Constantemente le estás contando quién eres, dónde estás, qué comes, con quién has estado, qué consumes... La publicidad que viene, que te seduce, que llega... que te escucha incluso. De pronto te llega un mensaje: «¿Tú no querías hacer un viaje?» «¿Y cómo lo sabe?» El tartufismo nos llega también por medios que Molière ni siquiera imaginaba. A eso se suma la necesidad que tenemos de creer en cosas.
-Las redes sociales nos crean vidas paralelas...
-Sí, ¿ve que gran mentira? En las redes sociales contamos lo que queremos que los demás sepan. Cuentas que estas feliz en la playa, cuentas tu vida en tiempo real... Y a lo mejor estás hecho polvo y ni siquiera estás en la playa. Queremos dar una imagen de nosotros mismos que, en realidad, es una impostura.
-Usted se resiste...
-Hace un mes que abandoné Twitter. Nunca entraba a contar mi vida, aunque pensaba que para promocionar cosas podía estar bien. Pero llegó un momento en que sentí que había un clima tan grande de violencia, que se disparaba antes de pensar, que me hería, me dislocaba y hacía que me desconcentrara de otras cosas, que me angustiara. y decidí quitarme de en medio. Me ha pillado muy mayor.
-La actualidad de los clásicos invita al pesimismo, porque si seguimos igual que hace cuatrocientos años...
-Estoy de acuerdo. Hemos cambiado con lo que es el cascarón; en nuestro armazón tecnológico hemos avanzado, tenemos coches, aviones, internet... Pero interiormente, en nuestra conciencia, en nuestro alma, cuando lees a Aristófanes, a Homero, están hablando de las mismas pasiones, de las mismás filias y fobias. Creo que seguimos igual que entonces, por eso siguen teniendo vigencia; nos asombra, pero cuando una persona con talento escribe algo está retratando el interior de quienes le rodean, y eso no ha cambiado.
-Las redes sociales nos dan la posibilidad de tener mucha información y conocimiento; siempre habíamos pensado que a mayor conocimiento mayor capacidad, pero...
-Se ha saturado tanto que no hay tiempo para digerir. Cuando empezamos a manejar internet, nuestra ingenuidad nos llevó a pensar que íbamos a poder estar más conectados, más informados... Pero es tal el nivel de posibilidades de estar conectado que no puedes llegar a todo, contestar a todo y, además, mucho de lo que te llega está contaminado, y la confusión se hace insoportable. No sabes cuándo te están engañando o manipulando. ¿Dónde está el poder? Ya no está en los Estados, y asusta pensar adónde nos puede llevar esta posibilidad de manipular sociedades enteras. Los que tenemos una cierta edad no lo vamos a vivir, pero no podemos imaginarnos el mundo que se avecina.
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