Nicolás Sartorius: «La Constitución no necesita partidarios, sino cumplidores»
Dirigente comunista durante la Transición, su actividad en Comisiones Obreras le llevó a ser imputado en el conocido «Proceso 1001» y a pasar por las cárceles franquistas.
Nicolás Sartorius (San Sebastián, 1938) es hijo de los condes de San Luis pero, para él, su cuna aristocrática carece de cualquier tipo de interés: «El concepto de aristocracia es pura irrealidad». Todo lo contrario que su militancia comunista, que no obstante siempre ha vivido –también hoy, pese a no conservar ya el carné de Izquierda Unida– desde un ángulo muy personal. Periodista, abogado, dirigente histórico del PCE y de Comisiones Obreras, acaba de publicar «La nueva anormalidad» (Espasa, 2020), un ensayo cuyo título parafrasea con cierto cinismo la expresión parida por La Moncloa para poner sordina a la última hora de una sociedad, la española, golpeada en todos sus flancos por el maldito Covid. Sartorius concluye en su último título que los tiempos previos a la pandemia eran ya «bastante anormales y los que vienen lo serán todavía más porque esta crisis ha acentuado la situación ya bastante penosa de la que partíamos».
¿Cuál es el origen de esa anormalidad?
El progresivo aumento de la desigualdad se explica por el debilitamiento de los estados sociales. Hoy, ocho grandes fortunas mundiales acumulan tanta riqueza como 3.500 millones de personas. En la desigualdad excesiva está la raíz de nuestros males actuales, porque esta no solo genera un desequilibrio social, también debilita la democracia. Ese es el punto en el que estamos.
La impresión es que en España es todo peor.
Sí, porque contamos con lastres endémicos que nos condenan: un paro estructural, una economía sumergida muy por encima de la media europea, un estado social que se resiente por la carencia que tenemos de un sistema fiscal robusto... Nuestra presión tributaria es irrisoria en comparación con el bienestar a que aspiramos. Si a todo esto sumamos que nuestra economía carece de músculo industrial y adolece de una inversión tecnológica ridícula, podemos hacernos una idea ajustada de por qué estamos peor que el resto.
No parece muy imaginativo concluir que la solución está en pagar más impuestos.
Los Pactos de la Moncloa posibilitaron un desarrollo socioeconómico basado en el incremento de la presión fiscal. Ese fue el motor de la mejora, porque propició ese estado fuerte que tanto denostan hoy los popes neoliberales. Es curioso que ahora, con la pandemia, todos reclamen al Estado que lo pague todo, que lo asuma todo. ¿Pero eso cómo se paga? Con impuestos.
¿Es Madrid un paraíso fiscal, como proclama Podemos?
Claro que no. En Madrid se tributa. En cualquier caso, conviene fijar una cierta armonización fiscal para evitar un conflicto entre territorios, sobre todo en cuanto a los gravámenes sobre la riqueza, que las comunidades autónomas utilizan como munición de guerra. Y en ese sentido yo sí diría que Madrid está incurriendo en cierta competencia desleal. España necesita una reforma fiscal profunda. Somos un país, no diecisiete.
Pero usted, como antinacionalista declarado, supongo que sentirá cierta desazón por las cesiones económicas del Gobierno a los que ni siquiera creen en España.
Yo vengo de lejos: he estado muchos años en el Congreso y en ese tiempo he visto cómo el PSOE y el PP pactaban sin rubor con los nacionalistas cuando carecían de una mayoría suficiente. Y todos sabemos que Pujol no era una hermanita de la caridad. Detecto un punto de hipocresía en las críticas hacia este Gobierno por cómo ha negociado la aprobación de los Presupuestos.
Quizá la diferencia esté en que algunos dirigentes de formaciones que apoyan al Ejecutivo no disimulan su intención de subvertir el orden constitucional.
Eso son estupideces sin valor alguno. Aquí lo importante es lo que se pacta. E insisto en que los nacionalistas han sido la muleta de todos los gobiernos de la democracia.
También se han acordado contrapartidas como la derogación parcial de la reforma laboral.
¿Acaso ha sido derogada? Una cosa es lo que se dice y otra lo que se lleva a la práctica. Otegui querrá colgarse todas las medallas del mundo ante su parroquia, pero en este asunto poco tiene que rascar.
¿Definiría esos Pactos de la Moncloa como el instrumento que permitió fomentar una cierta conciencia fiscal como base del estado de bienestar?
Fue una de las grandes herramientas que sirvieron para reforzar la unidad de España y rebajar las desigualdades sociales que comprometían el éxito de la Transición. Y ahí estuvieron todos, singularmente los sindicatos, con los que se acordó fijar un control exhaustivo de la inflación a cambio de que se normalizara el pago de impuestos, sobre todo entre las rentas más altas.
¿Cuál es el principal valor de la Constitución?
La definición de España como un estado social. Esa es la gran conquista en la que cristaliza todo el espíritu de consenso que permitió apuntalar nuestra democracia.
Desde su experiencia como político de una época en que el pacto era la consecuencia natural del diálogo, le supongo perplejo ante la actual dinámica parlamentaria.
Asisto con estupor a los debates en el Hemiciclo. Las sesiones relativas a la declaración del estado de alarma no fueron ejemplares, precisamente.
Usted participó en la elaboración de esa ley del estado de alarma.
Sí, y recuerdo que podíamos negociar cualquier aspecto. Rosón y yo acordamos que el derecho a la huelga no fuera abolido durante el estado de alarma y a cambio yo le acepté los servicios esenciales como excepción. He repasado los diarios de sesiones de la época y, efectivamente, éramos gente muy dialogante. Hoy, la crispación domina sobre el consenso, pero en realidad se negocia más de lo que parece. No es lo mismo ladrar que votar, aunque me temo que lo perdurable, algo que solo puede alcanzarse por la vía del consenso amplio, no constituye una prioridad en la política de hoy, a la que no siempre acuden los mejores.
¿Queda hoy algún resquicio para el diálogo?
Creo que en estos tiempos de pandemia los agentes sociales están dando un gran ejemplo en cuanto a su capacidad de lograr acuerdos. Ojalá ese espíritu se trasladara a las Cortes.
¿Tiene alguna explicación para la actual polarización de la sociedad española?
Es un reflejo de la propia escora política, que parte de perversiones tales como considerar que la realidad puede segmentarse en bloques. Por ejemplo, tomando la Constitución como rehén.
¿A qué se refiere?
Algunos políticos deberían abstenerse de emplear una semántica excluyente. Que alguien se arrogue la condición de constitucionalista para significar que el otro no lo es resulta un ejercicio peligrosísimo. Las constituciones no necesitan partidarios, sino tener cumplidores: amparan a todos, incluso a los que las quieren cambiar y hasta destruir. Es una temeridad tratar de convertir la Constitución en una bandera. La virtualidad del texto de 1978 es que se convirtió en la Constitución de todos los españoles.
¿Es Pablo Iglesias comunista en el sentido que usted lo es?
Yo sé qué es para mí el comunismo, pero ignoro su concepto acerca de eso. Debo decir en cualquier caso que he detectado cierta evolución en el vicepresidente segundo: pasó de descalificar abiertamente la herencia de la Transición a exhibir la Constitución en sus debates electorales como si fuera su programa electoral. Sin duda es un avance.
¿Es Europa la solución, como decía el filósofo?
¿Qué hubiera sido de España sin la UE? Nos hubiéramos ido al hoyo. Los tres grandes hitos de nuestra historia reciente son la restitución de la democracia, dotarnos de un estado de bienestar decente, aunque mejorable, y el ingreso de España en Europa. Nos falta un cuarto: lograr un sistema productivo robusto basado en un aparato industrial y tecnológico sólido.
¿Le parece que la actual generación política no aprovecha a los referentes de su tiempo y hasta se incomoda con sus críticas, como le ocurre al PSOE con Felipe González?
Todos tenemos derecho a criticar, pero creo que esas diferencias deben ventilarse en privado y con ánimo constructivo. La experiencia me ha enseñado que uno solo tiene un conocimiento cabal de la realidad cuando está dentro de ella. Por eso creo que se debe ser muy cuidadoso con lo que se dice cuando ya no se está en primera fila.
¿Hay que reformar la Constitución?
Necesita arreglos pero sigue siendo una estupenda Constitución. En lo que no veo necesidad de modificaciones es en lo que afecta a la Corona: con hacer una interpretación adecuada es suficiente.
¿Algo que decir sobre la conducta privada de Don Juan Carlos?
Me parece algo triste, pero nadie va a discutirle su contribución más que decisiva en su papel como Jefe del Estado.
ESTOY TOTALMENTE DE ACUERDO Y LO DICE UNO DE IZQUIERDAS.
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