Reflexiones de Ortega y Gasset sobre Cataluña
Este enjundioso ensayo del historiador barcelonés Andreu Navarra nos sumerge en una cuestión candente.
Dos coordenadas para situar este libro tan breve como enjundioso: José Ortega y Gasset fue una de las personalidades más influyentes del siglo XX español. Cataluña, uno de los problemas más candentes. Que ambos sigan de actualidad es más una desgracia que una suerte, al mostrar que el segundo sigue sin resolver. No porque Ortega le desatendiera, al contrario, le dedicó buena parte de su labor con pasión y, algo más difícil, ecuanimidad, hasta que tiró la toalla, como narra, con lujo de detalles e idénticas cualidades, el joven investigador barcelonés Andreu Navarra, sin identificarse con él, cosa difícil, pues la prosa de Ortega embriaga.
Que Ortega no se limitó a los lugares comunes sobre Cataluña lo demuestra que buscó el contacto con sus intelectuales más relevantes, desde Maragall (la correspondencia entre ellos llega a la ternura) hasta Ferrater Mora, discípulo suyo en lo posible. En medio hay una lista tan larga que, de enumerarlos, me quedaría sin espacio. Lo terrible es que, a pesar del esfuerzo por ambas partes, no llegaron a ponerse de acuerdo. Lo atribuyo, más que a falta de conocimientos o voluntad, a diferencia de perspectivas. Ortega es hijo del 98 y de Joaquín Costa, es decir, de la derrota y del afán de regeneración, junto al idealismo alemán y el páramo castellano, donde la vista se pierde en el horizonte.
Sin resolver
Por el contrario, sus interlocutores catalanes son mediterráneos, gentes de la inmediatez y de los sentidos. Ortega parte de tal rechazo del subjetivismo que llega a decir «una piedra del Guadarrama tiene más valor que todos los empleados de un ministerio», y aunque moderaría tales juicios categóricos, siempre defendería lo general (universal lo llama él) a lo particular. Mientras que en Levante se atiende más a lo personal y sensorial.
La República le parece la vía más ancha y casi única para resolver los problemas que se habían ido acumulando sobre aquella vieja nación, al permitirla cambiar sin trauma sus anticuadas estructuras. De ahí nació la Agrupación al Servicio de la República, que reunía a la crema de la intelectualidad. Resulta curioso que cuando Ortega intentó atraer a Cambó, se encontró con la rotunda negativa de éste, no creo que por devoción monárquica, al haber sido ministro del Rey, sino burguesa, convencido de que aquello iba a acabar mal. Como ocurrió. Todos los esfuerzos por ambas partes, el fallido estatuto de 1919 y el aprobado de 1932, bajo la República, no resolvieron la cuestión. Y eso que Ortega diseñó el Estado de las Autonomías en sus escritos de 1928 en «La redención de las provincias».
Imposible divorcio
Aunque empleaban las mismas palabras, los conceptos eran otros. Por autonomía, Ortega entendía el desarrollo de las instituciones locales para fortalecer el conjunto de la Nación, que equiparaba al Estado. Pero en Barcelona pensaban que era el núcleo «de una unidad espiritual de un pueblo que se cree con derecho a seguir su propio destino».
A lo que Ortega opone la «realidad radical» de España. Imposible el divorcio, la única salida, si salida puede llamarse, era la «conllevancia», el aguantarse mutuamente. En adelante, tras anunciar que «Cataluña continuará causando dolor a España y viceversa», prefirió sobrevivir a la Guerra Civil, la mundial y ambas posguerras, dedicado a los asuntos europeos. Como ven, el libro no puede ser de más actualidad.
ANTES HABIA PENSADORES VALIENTES AHORA HAY MERCENARIOS COBARDES.CARALUÑA, EL ETERNO PROBLEMA DE APROVECHADOS.
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