El presidente del Gobierno está acabado y el líder de la oposición, también. Los programas y las medidas del primero fracasan sistemáticamente, mientras que las críticas del segundo son estériles para sostener su autoridad siquiera dentro del propio partido. La caída de Rajoy sería la de todo su Gobierno y los apparatchiks del partido imputados por presunta corrupción o a punto de serlo. Por eso lo mantienen en su predio, aunque más de la mitad del voto sociológico se haya esfumado. A
Rubalcaba le mueven la silla cada día y cada hora. En una coyuntura desesperada como la que expresa la EPA del primer trimestre, la obstinación de aferrarse a la poltrona puede hacerse culposa, dolosa y odiosa. Rajoy espera que cambien las cosas cuando pase Merkel su trance electoral. Tal vez flexionen, pero ya puede descartar un volantazo en auxilio de la Europa del Sur, ni algo más que retoques a la gestión del euro con el menor coste para la del Norte. Toda el área afín a la política alemana está asustada por el estancamiento de Europa, las forzosas correcciones del crecimiento a la baja y el riesgo del «crecimiento negativo». Si Merkel no tuviera más remedio que aflojar para exportar, ya lo habría hecho. Pero incluso esto comprometería su expectativa electoral enfrentada a una izquierda que saca pecho con éxitos territoriales y alianzas diseñadas para cebarse en los puntos flacos de la derecha. En todo caso, la victoria democristiana no despejaría las nubes de la unión monetaria, que ya cuchichea el «sálvese quien pueda».
Aun dando por hechos dos años de prórroga en el objetivo del déficit, el Gobierno español reconoce que el paro no bajará del 25% en 2016. Esto confirma la resistencia del mayor de todos los problemas a las fracasadas reformas laborales de Zapatero y de Rajoy, ambas impuestas desde fuera por los políticos más mediocres que ha conocido Europa desde la segunda guerra y por eurócratas que son la irrisión de los primeros científicos de la economía. Esos funcionarios reconocen el fracaso del austericidio sin superar la incapacidad -o la impotencia- de alumbrar salidas que no pasen imperativamente por más recortes. Es el colmo.
El Gobierno español maneja trampantojos de mejora en determinadas ratios para no callar vergonzantemente cuando se habla de paro, ni repetir promesas de recuperación siempre demoradas y sometidas a las contradicciones del ministro tal o la ministra cual. Los líderes están acabados, pero los partidos que dirigen no pueden estarlo porque representan sociológicamente las dos concepciones mayoritarias del país, sin posible reemplazo a la vista. Revitalizar esos partidos, cuando el «efecto Grillo» ya se anuncia demoledor en las próximas urnas, pasa de manera inevitable por deponer diferencias y aunar fuerzas -con o contra quien sea, dentro y fuera- para salir del abismo del paro y conjurar la devastación final del sistema. Aún sin saber cómo funcionará, la «extraña coalición» arduamente trabada en Italia señaliza la última de las hojas de ruta. Pacto de salvación, o caos.
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