Negacionismo económico
Con la inflación al 8,7 por ciento y con la alerta europea por el calado de la crisis con Argelia, al Gobierno no se le ocurre otra cosa que negar la evidencia. Su triunfalismo ya resulta mendaz
Cada vez que el Gobierno trata de tranquilizar a los ciudadanos con sus análisis y expectativas de los datos económicos, lo único que hace es incurrir en un cerril ejercicio de negacionismo de la profunda crisis que afecta a España. No es de recibo que cuando el repunte de cuatro décimas del IPC de mayo empuja la inflación hasta el 8,7 por ciento, la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, diga a los españoles que «de momento no se aprecia una espiral inflacionista». Al principio la inflación iba a ser puntual; después iba a ser coyuntural; y ahora que empieza a convertirse en un severo problema que amenaza con lastrar estructuralmente a nuestra economía como mínimo hasta 2023, el Gobierno sostiene con sus tradicionales eufemismos que espera «una senda de desaceleración de la inflación».
Y no ocurre nada. A lo sumo, los sindicatos siguen exigiendo un alza de los salarios conforme al IPC -algo suicida- y apuntan a movilizaciones; eso sí, contra los empresarios, porque el Gobierno es intocable. No hace falta especular mucho sobre qué haría la izquierda si esta misma situación económica nos afectase con un Gobierno del PP o de Vox en La Moncloa. El incendio de las calles y las coacciones al Gobierno serían constantes.
El panorama resulta más que preocupante. La inflación subyacente -la que afecta a los precios ajenos a los combustibles y a la alimentación- se sitúa ya en el 4,9. El incremento de los precios en la alimentación es del 11 por ciento interanual, la mayor subida desde 1994; y los transportes se han encarecido el 14,9. Los carburantes son un 19,7 más caros que el pasado mes de enero, y un 32,2 por ciento más que en mayo de 2021. El Banco Mundial empieza a alertar de estanflación, y organismos como la OCDE o el Banco de España siguen revisando a la baja las expectativas de crecimiento de nuestra economía. En cambio, la respuesta del Gobierno sigue plasmándose en un triunfalismo mendaz e incomprensible. Es como si Sánchez pretendiera que la propaganda oficialista, convertida en un relato artificial, le funcionase siempre, creando la falsa esperanza de que la inflación está a punto de acabar. Ya sostuvo en otoño del año pasado que esta primavera se habría superado la fase inflacionista, y sencillamente no es cierto. Sánchez, como hizo ayer, puede anunciar cuantos ‘planes estratégicos nacionales’ quiera, y hasta figurar como el único presidente del planeta que lucha contra la obesidad infantil. Pero eso en un contexto de alarma europea por la crisis con Argelia, con el ministro de Presidencia citado a declarar por el caso Pegasus, con el litro de gasolina a dos euros, o con la inflación al 8,7 por ciento, suena ridículo. Y no porque no haya que luchar contra la obesidad infantil, sino porque empieza a ser irrisoria su capacidad de emboscamiento político, su negacionismo en definitiva, para no dar la cara ante el profundo agujero que su Gobierno está abriendo al bolsillo de los ciudadanos.
Esta etapa del sanchismo empieza a tener paralelismos miméticos con la etapa de decadencia de Rodríguez Zapatero en La Moncloa. Recluido junto a su núcleo duro, midiendo su presencia en la calle para no ser abucheado y restringiendo al máximo sus ruedas de prensa para no recibir preguntas incómodas, Zapatero inventó aquella célebre expresión de los ‘brotes verdes’. Y el PSOE empezó a ver ‘brotes verdes’ donde nadie veía más que una profunda crisis que amenazó incluso con una intervención de los ‘hombres de negro’ de la UE sobre nuestra economía. En plena campaña andaluza, Sánchez se fotografió ayer ante este demagógico lema: ‘En plan bien’. O está ciego o pretende cegar a los españoles. O ambas cosas.
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