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sábado, 7 de mayo de 2022

LAS PARADOJAS DEL EMPLEO VACANTE.

 Las paradojas del empleo vacante

En España dejan de cubrirse 100.000 puestos de trabajo disponibles. La culpa de este desajuste es de la falta de cualificación, la economía sumergida, los subsidios y la ‘titulitis’ ineficaz

Pese a que, según las últimas estadísticas, el paro registrado en España supera los tres millones de personas inscritas, hay 100.000 puestos de trabajo que actualmente no se pueden cubrir. Y en los próximos años pueden superar el millón. Las razones de esta paradoja son muy diversas, pero la patronal, especialmente la de las pequeñas y medianas empresas, apunta directamente a la falta de cualificación de los desempleados. Este es un problema que no resulta novedoso, sino una evidencia que lastra la evolución y renovación del mercado laboral e impide que una parte sustancial de los jóvenes accedan a un empleo para el que estén preparados. Suele decirse que las universidades españolas siguen ofreciendo titulaciones innecesarias y que este desajuste entre titulaciones académicas y demandas laborales condena a los graduados a empleos para los que no están preparados o, directamente, al desempleo.

Sin embargo, se trata de un razonamiento demasiado simplista, al que habría que añadir un análisis sincero de las carencias de la formación profesional, que debería ser una alternativa mucho más atractiva y realista para aquellos jóvenes atrapados por la tradicional ‘titulitis’ española, que no encuentran en los estudios superiores ni su vocación ni su salida profesional.

Además, hay otros factores en las políticas públicas frente al desempleo que, con la mejor de las intenciones y con una innegable función social, acaban desincentivando o ralentizando la búsqueda activa de trabajo. El subsidio es un arma de doble filo, sobre todo cuando se estabiliza como un ingreso personal no retributivo y pasa a formar parte de la economía familiar cotidiana. También la carga impositiva al trabajo asalariado deriva empleo a la economía sumergida e impide que esos puestos de trabajo se transformen en una oferta pública y transparente al alcance de los más jóvenes. Ahora bien, el problema no afecta solo a los más jóvenes, sino también a sectores de la población adulta que, precisamente por su edad, normalmente a partir de los 45 años, y a pesar de su experiencia se quedan excluidos del mercado laboral. Es necesario que estos trabajadores, que mantienen cargas familiares e hipotecarias en sus hombros, tengan oportunidades de recapacitación para continuar su vida laboral, más aún si tanto se habla de ir retrasando la edad de jubilación para acompasarla a la expectativa de vida (y a las exigencias del erario público, que no es ilimitado).

La necesidad de reformas estructurales en el mercado laboral es algo real, aunque suene tópico, y hay que afrontarla sin paternalismo porque bastantes engaños sufren los jóvenes con un sistema educativo que les manda mensajes muy equivocados sobre las responsabilidades a las que deben enfrentarse. Debe haber un diálogo sincero entre la empresa y la universidad para que las nuevas titulaciones se correspondan con las nuevas profesiones. Un diálogo que también implica al Gobierno, para que conduzca sus políticas de empleo por la senda de la combinación de nuevas oportunidades de formación útil, por un lado, con mayores exigencias de búsqueda activa de trabajo, por otro. Y es evidente que las familias españolas tendrían que ir cambiando su mentalidad sobre la educación de sus hijos y aceptando que una buena formación profesional no desmerece en absoluto frente a la titulación universitaria, sobre todo si facilita un puesto de trabajo y una oportunidad de emancipación. Estas son, sin duda, las bases de un proceso inaplazable de trasformación y modernización del mercado laboral, que se frustrará si no se consigue entre todos los agentes sociales y políticos, y con la sociedad española al frente, una superación de viejos clichés.

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