¿NO ESTORBAN LOS VIEJOS?
Con motivo del pasado Día del Padre, leí en internet una poesía referente a los padres que me conminó a meditar en profundidad y me hizo realizar un acto de contrición sin confesión.
Me sometí al siguiente examen:
¿Estoy tratando a mis padres como me gustaría que me tratasen a mí mis hijos?
¿Escucho a mis padres como me gustaría que me escuchasen a mí mis hijos?
¿Estoy ayudando a mis padres para que esa etapa final de su vida sea todo lo placentera posible?
¿Hablo con mis padres tanto como me gustaría que mis hijos hablasen conmigo?
¿Estoy procurando que su entorno vital sea de su gusto, no del mío?
¿Les permito a mis padres mantener y cultivar sus relaciones sociales sin la menor cortapisa?
¿Estoy intentando corregir o cambiar aquellos aspectos de su forma de ser que a mí no me gustan?
¿Les quiero privar de sus cosas, de sus recuerdos, de sus vivencias?
¿Me enfrento a ellos en busca de la razón, de quitarle su razón e imponer mi razón?
¿Les echo en cara sus errores, sus desvaríos o sus caprichos?
Solo planteo preguntas, no respondo, es algo muy personal. Sí he realizado como dije el acto de contrición, arrepentimiento de una culpa cometida, pero no me confesaré públicamente. Aunque sí confesaré que es más que probable que hubiese suspendido este examen. Mis padres ya no viven, por lo que tal vez escribo estas líneas para que las lean otros padres y también otros hijos.
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