En busca de un equilibrio entre mayores, inmigrantes y robots en Japón.
El país nipón afronta una brutal contracción demográfica. Sus esfuerzos para paliarla son una lección para países occidentales que avanzan en una senda parecida.
La entrañable señora Fumiko Nakajima, de 85 años, parece navegar con serenidad en ese extraño territorio que es la recta final de la vida. Sentada en su silla de ruedas como un pájaro en su nido en el cuarto piso de la residencia para ancianos Zenkoukai de Tokio, menuda y alegre, habla de su pasado. Cuenta que de niña fue traviesa, que sus padres murieron pronto y no pudo completar los estudios. Nació en la ciudad de Nagoya. En ese entonces no habían ocurrido ni Pearl Harbour ni Hiroshima, y el emperador era todavía considerado un dios viviente. En su arco vital, la señora Nakajima ha podido asistir a la asombrosa reconstrucción y expansión económica de su país. Hoy, vive en una residencia para mayores que ha abrazado la tecnología para afrontar el nuevo descomunal reto que amenaza la sociedad japonesa. Un adversario que también puede hacer estragos: su grave declive demográfico.
La residencia Zenkoukai es un microcosmos que encarna el reto existencial que afronta Japón y la ecuación con la que intenta embridarlo, de la que pueden aprender mucho varias sociedades occidentales que avanzan por el mismo camino. Por un lado, la fuerte contracción de la población total –con un gran aumento de la proporción de ancianos debido a la extraordinaria esperanza de vida y una fuerte disminución de la fuerza laboral-. Por el otro, el recurso a la robotización y una mayor apertura a la mano de obra extranjera para compensar esa dinámica.
La señora Nakajima probablemente no se da cuenta de muchos de ellos, pero la residencia ya emplea múltiples sistemas de vanguardia para mejorar el cuidado de los residentes y reducir la exigencia de mano de obra física. La casa, que ahora no tiene cuidadores extranjeros, tiene además previsto contratar a seis vietnamitas en el marco de una nueva legislación que entrará en vigor en abril.
El declive demográfico japonés empezó en el año 2008 y avanza a gran ritmo. En 2017 el saldo entre nacimientos y muertes fue negativo en 394.000, y el balance se agrava con velocidad. Las proyecciones apuntan a que desde un pico de 128 millones de habitantes Japón bajará a 88 millones en 2065 con un escenario de fertilidad medio. La tasa se halla ahora alrededor de 1,4, lejos del nivel de equilibrio de 2,07. “¡Los políticos deberían avisar a la ciudadanía de que afrontamos hasta el riesgo de extinción!” dice, entre serio y provocador Toru Suzuki, director adjunto del Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social.
“La causa de todo esto es que somos un país desarrollado. Es un problema común a todos los países avanzados”, argumenta Suzuki en su despacho. “Los factores son claros: el crecimiento económico se frena, el mercado laboral empeora para los jóvenes, que apuestan por invertir más en la formación. Todo esto retrasa y complica la natalidad”, resume.
Pero, con respecto a otros países desarrollados, en el caso de Japón el problema se ve acentuado por la tradicional reluctancia a abrirse a los extranjeros. El archipiélago abrazó hace tiempo muchos aspectos de la cultura occidental –el samurái y escritor Yukichi Fukuzawa escribía en el siglo XIX: “Pese a que Japón se halla cerca de Asia, el espíritu de su pueblo ha trascendido al conservadurismo asiático y se ha movido hacia la civilización occidental”- y sin embargo se ha mantenido aferrado a su sentimiento de sociedad insular cerrada. Actualmente residen en Japón 2,5 millones de extranjeros, que representan solo un 2% de la población total. Las principales comunidades son los chinos, surcoreanos, vietnamitas y filipinos.
El Gobierno de Shinzo Abe entiende la ineluctable necesidad de permitir la entrada de más extranjeros y por eso ha impulsado una flexibilización. Pero el asunto sigue siendo muy sensible, provoca inquietud o rechazo en partes importantes de la sociedad, y por tanto se dan pasos de envergadura limitada. El programa que empieza en abril prevé la concesión de permisos para 345.000 “trabajadores invitados”. Esto es poco más que el saldo biológico negativo solo de 2016.
EL DESAFÍO DEMOGRÁFICO DE JAPÓN
Residentes extranjeros
Fuentes: Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social, OIT, OCDE y Gobierno de Japón.
Residentes extranjeros
Fuentes: Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social, OIT, OCDE y Gobierno de Japón.
Las condiciones para la concesión de permisos son muy estrictas. Los candidatos deberán superar un examen profesional previo, podrán residir en Japón un máximo de cinco años, tendrán que desplazarse sin sus familias y podrás trabajar solo en una de las 14 áreas preestablecidas. “Esta reforma se ha producido por la presión de las empresas, porque la falta de mano de obra es demasiado seria y no hay tiempo, pero el gobierno ha sido muy reluctante. Japón se verá forzado a aceptar más, pero será un proceso lento. Mientras, en la tarea de atraer a trabajadores cualificados temo la competencia de Corea del Sur y Taiwán [otros dos países con graves problemas demográficos] que se han abierto antes que Japón”, comenta Suzuki, en una entrevista concedida en el marco de un viaje financiado por el Gobierno japonés.
En este escenario, Japón apuesta con fuerza por vías complementarias para suplir la falta de mano de obra. Las principales son la robotización y la mayor inclusión de las mujeres en el mercado del trabajo. En la residencia Zenkoukai ya se utilizan varios aparatos que han permitido aumentar el número de residentes que puede atender un cuidador de 1,8 a 2,8, según la empresa que gestiona la casa. La ley requiere un cuidador por tres pacientes, pero en realidad para garantizar un buen estándar de servicios y sin complementos tecnológicos avanzados hacían falta más. Y la escasez de trabajadores en el sector es feroz. Se calcula que para 2035 faltarán unos 680.0000. “Necesitaremos robots. Piense que hoy un octavo de la fuerza laboral está empleado en el sector médico/cuidados. Pero en 2040 será necesaria una quinta parte. Piense que la mitad de las mujeres que nacen hoy vivirán 95 años!”, dice Shuichi Nakamura, presidente del Foro para la investigación sobre la medicina, el cuidado y el bienestar.
En la casa Zenkoukai ya se utilizan muchas cosas: la maquina Hug, que ayuda a los ancianos a incorporarse; sensores que miden su grado de acumulación de orina o que monitorean su estado de sueño; o el robot Sota, que interactúa con los ancianos y tiene capacidad de activar con comandos orales funciones de otros dispositivos domésticos o monitorar las constantes vitales.
En su Future Care Lab en el barrio de Shinagawa, inaugurado en febrero, la empresa SOMPO experimenta con aparatos para futura aplicación en sus casas de mayores. Hay camas que se convierten en sillas de ruedas o que ayudan al mayor a voltearse en la misma; sensores que vigilan a los ancianos durante el baño; máquinas de reconocimiento facial para impedir que el mayor salga de forma indeseada; robots que cumplen funciones a través de la transmisión de órdenes orales; robots que pueden ser teledirigidos, por ejemplo, desde la casa de un hijo dentro de la casa de un padre; robots que leen mensajes de texto, o que convierten comunicaciones orales en mensajes de texto.
La robotización como solución tiene un mercado prometedor en el sector del cuidado de mayores, pero obviamente no es exclusiva del sector. En la industria manufacturera es claramente un factor clave, pero puede serlo en otras realidades. En el centro comercial Aqua City de Odaiba, un desarrollo urbanístico reciente de Tokio cercano a los nuevos mercados generales que han sustituido la célebre lonja de Tsukiji, puede hallarse en la recepción un robot con facciones humanas francamente impresionantes. Se llama Chihira Jungo, y es un desarrollo de Toshiba junto con varios institutos universitarios. Todavía no está preparada para sustituir a una trabajadora humana, pero al verla cunde la sensación de que pronto será posible.
En otros locales comerciales, en los bajos de la torre Mori de Roppongi, un nutrido grupo de madres visita a media mañana de un día laboral una pequeña exposición comercial de productos biológicos. La escena cristaliza otro gran vector de la estrategia de Japón para afrontar su colapso demográfico. El reto es lograr que mujeres como estas puedan si lo desean reincorporarse plenamente al mercado laboral después de la maternidad. Un pesado legado de tradición en las relaciones de género y laborales ha oprimido durante tiempo el pleno desarrollo profesional de las mujeres.
Los datos muestran una aceleración considerable de la incorporación de la mujer al mercado laboral en los últimos años, y varios observadores apuntan a un positivo cambio de actitud de los hombres de nuevas generaciones. Pero queda mucho camino por recorrer, y las movilizaciones feministas masivas que viven países como España o Argentina parecen tan lejanas como las antípodas.
El reto es formidable. Como bien sabe la señora Nakajima, su país ha superado otros de envergadura enorme. Probablemente pueda con este también. Y, de paso, exportar sus soluciones a otros países que recorren el camino del envejecimiento. A la señora Nakajima se la ve serena.
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