Una imagen de las afueras de Calais, el 2 de octubre de 2015
La Jungla de Calais, un infierno en la tierra de asilo
Miles de migrantes se hacinan en la costa francesa a la espera de cruzar la Mancha.
La Jungla es un agujero negro en el corazón de Europa. A cinco kilómetros del centro de la ciudad portuaria francesa de Calais se sitúa este miserable poblado más propio de un país devastado por la pobreza y la guerra. Entre 4.000 y 6.000 personas se hacinan en tiendas de tela y plásticos sin las condiciones higiénicas más básicas y su población va en aumento. Sirios, eritreos, sudaneses, iraquíes y afganos llegan a diario con la esperanza de cruzar al Reino Unido por el canal de la Mancha. Un centenar lo logra cada día. Trece se han dejado este verano la vida en el intento. “Ya ve cómo nos tratan. ¿Cómo vamos a pedir asilo en Francia?”, dice Jaldun, un joven sirio que acaba de llegar andando con otros tres compatriotas a este infierno en esta tradicional tierra de asilo.
En el centro de Calais (20.000 habitantes) no hay se perciben rastros de inmigrantes. Hay que ir a los confines del municipio, a un maloliente descampado de dunas, para ver el drama de esta penúltima estación en tierras europeas. Ahmed es otro sirio que asegura haber atravesado Europa desde Turquía hasta Francia en un camión en diez días. Viajaba junto a otras 119 personas a razón de 3.000 dólares por cabeza. “Nos sacaban a ratos. A veces creíamos que nos íbamos a asfixiar”.
La presión del verano, con 1.500 intentos de cruzar el canal desde Calais, ha disminuido, pero el riesgo que están dispuestos a afrontar los inmigrantes y refugiados es cada día mayor. Durante la noche del pasado viernes al sábado 113 lograron entrar en el túnel y recorrer a pie quince kilómetros. El tráfico ferroviario quedó suspendido durante horas. Diez de los migrantes sufrieron heridas. Uno de ellos se rompió el tobillo. Es hermano del sudanés Ibrahim Mohammed, que el domingo buscaba a alguien que le acercara en coche al hospital para verlo.
Escondidos en camiones que entran en los ferris, andando por el túnel siguiendo las vías y rodeados de cables electrificados o encaramados en los trenes, los migrantes se juegan la vida para llegar al Reino Unido. “Yo voy a lograrlo. En tren, a pie o a nado. Mi mujer y mis hijos ya están en Manchester y me voy a reunir con ellos”, dice Thaer Ammar mientras come algo de pasta en el suelo, sentado junto a una tienda de campaña rodeada de detritus. Ofrece amablemente de su plato. Es una costumbre extendida en este lugar. En la noche del lunes, justamente, la policía rescató a siete sirios que se habían lanzado al agua y pretendían abordar un barco.
“Hay que devolverles a sus países 'manu militari'”
“Calais es una ciudad literalmente asediada", proclamó Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional, el viernes pasado en esta villa dentro de su campaña para las próximas elecciones regionales. La región Pas-de-Calais es uno de los feudos del FN. Le Pen es siempre cabeza de lista en la zona y aquí espera obtener buenos resultados. Su discurso es compartido por muchos lugareños.
El movimiento Calaisianos en cólera es uno de los que protesta contra los inmigrantes. Comparten sus miedos en voz alta. “Bloquean los camiones, ocupan casas vacías, apedrean coches, no tienen respeto a nada”, dice Robert Germain, un técnico de 57 años que el domingo se manifestaba junto a otros 300 vecinos. “La solución es bien sencilla: reenviarlos a sus países, manu militari si es necesario”. “Tenemos miedo por nosotros y por nuestros hijos”, dice Ganique Joly, portera en un edificio. “Debe saber usted”, dice otra mujer a su lado, “que en la Jungla hay traficantes de personas, traficantes de drogas, tiendas, una discoteca y hasta ¡un burdel!”.
El teniente de alcalde del Ayuntamiento, Emmanuel Agius, de Los Republicanos (la antigua UMP liderada por Sarkozy), asegura, sin embargo, que los inmigrantes no han causado graves altercados en el municipio, aparte de interrumpir una boda en el consistorio. Afirma, al igual que sus conciudadanos, que el turismo y la inversión se han visto especialmente perjudicados este año. La alcaldesa, Natacha Bouchart, ha pedido al Estado 50 millones de euros para paliar las pérdidas. El Gobierno ha aceptado realizar inversiones por ese mismo valor. Cuando se despide, pide prudencia: “Es peligroso internarse en la Jungla”, advierte.
Las zonas para poder cruzar el mar son fortines casi inexpugnables. Unos 25 kilómetros de vallas metálicas con concertinas incluidas rodean el puerto a donde llegan los ferris y el eurotúnel, a tres kilómetros. Las ONG que asisten a los migrantes las llaman “vallas de la vergüenza”. Pero la mayor vergüenza está en la comúnmente denominada Jungla. El poblado, lo más parecido a un asentamiento descontrolado en África, tiene un kilómetro de largo por medio de ancho.
Una veintena de retretes móviles dan servicio a la ciudad. Sus habitantes se quejan amargamente de ello. Unos cuantos grifos de agua corriente instalados en el exterior les sirven para asearse o llenar sus barreños. Lo único que no les falta es comida, agua y ropa. ONG y asociaciones de ayuda se encargan de ello. La mayoría son británicas, y no francesas. En el poblado, las tensiones entre grupos de diferente origen o religión saltan a menudo. El sábado por la tarde hubo una pelea y entró la policía, que vigila el exterior a bordo de dos furgonetas. “La gente duerme mal y vive mal. A veces hay tensión”, admite el sudanés Abdel Hamid.
Los habitantes del inmundo lugar intentan organizarse. Incluso han construido una destartalada iglesia y una mezquita. Y hasta un taller de bicicletas. Lo que más le sobra es basura. Organizaciones como Médicos Sin Fronteras llevan tiempo reclamando condiciones dignas. “Nos preocupa la higiene de los niños”, explica Monique Denoeux, de Réveil Voyageur.
El gobierno francés ha reaccionado con celeridad a la crisis de los refugiados y ha asegurado que dará cobijo a 24.000 en dos años. En Calais, sin embargo, hay un casi absoluto abandono después de quince años de presión migratoria en el lugar. Frente a la masiva llegada de inmigrantes que solo salen a cuentagotas hacia Dover a riesgo de sus vidas, París ha instalado junto a la Jungla un centro de día, el Jules Ferry, donde se sirven comidas calientes y donde duermen 112 personas (solo mujeres y niños).
El Gobierno ha prometido este verano que construirá un nuevo campamento con 1.500 plazas, pero de momento es solo un proyecto. “El problema es que Francia no quiere a los inmigrantes y refugiados. Los estudios demuestran que la elección del Reino Unido viene dada por descarte, que poco a poco van comprendiendo que solo pueden ir allí. Aquí no se les trata bien”, explica Jean-François Chaumette, de la organización humanitaria Emaus.
Cuando llega la noche, pequeños grupos de inmigrantes abandonan la Jungla para volver a intentar el salto. Los camiones son un medio posible. Se introducen como pueden en los bajos o entre la carga. “Yo cojo la directa desde Rouen para impedirlo. A un colega se le metieron tres y la multa allí es de 2.000 libras por cabeza”, explica el camionero español Javier Gómez, que prevé más movimiento y problemas para la campaña de navidad. Los hermanos Khaler y Reza Khalife, cristianos de Irak, se disponen a desandar el camino. “La vida aquí es terrible. Vamos a ver si conseguimos entrar en Alemania”.
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