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lunes, 10 de agosto de 2015

LOS MONSTRUOS NO TIENEN CONCIENCIA

Llegada al hospital de Montecelo de David Oubel, el presunto asesino de sus hijas

El filicida de Moraña: “Me voy de vacaciones. Regresaré el viernes”

Reconstrucción de las circunstancias del doble crimen de Moraña, el asesinato de dos niñas del que se acusa a su padre.

El jueves 30 de julio, a media mañana, David Oubel salió de su agencia inmobiliaria. La empresa se llama Gaubica, está en la calle Juan Fuentes de Caldas de Reis, una vía en la que se acumulan cafeterías y tiendas de ropa, a 40 metros del lugar en que estaba la casa de doña Urraca. Oubel hizo unos recados (él era el encargado de hacer gestiones en el exterior de la oficina; su hermana pasaba más tiempo en el local) y una familia lo encontró de vuelta por la misma calle. Caminaron varios pasos juntos: ellos lo invitaron a tomar algo, él les dijo que tenía que ir a la ferretería. Se desvió por la Rúa Real, enfrente de su negocio, y le vieron entrar en Eladio Bricotendas, un comercio con un puesto de lechugas en la puerta que vende plantas, semillas, flores y material de jardinería. Allí David Oubel compró una rebarbadora, una sierra radial que le costó unos 60 euros. Bromeó con el dependiente, como informó Raquel Torres en Diario de Pontevedra: le preguntó si esa máquina cortaba dedos, y si el chico se ofrecía para hacer la prueba. Al día siguiente, conmocionado, el joven ordenó retirar de todos los estantes las rebarbadoras, sacándolas de la vista de los clientes y de él mismo. También se decretó el silenzio stampa.
Sus hijas Candela, de 9 años, y Amaia, de 4, se encontraban ese día con él 
Sus hijas Candela, de 9 años, y Amaia, de 4, se encontraban ese jueves con él en Caldas. Un día después tenía que devolverlas a su madre para que pasasen el mes de agosto con ella. Hubo varias personas que los vieron al final del día jugando en el parque alrededor de las nueve de la noche. Entre ellas la abogada que se encargó del divorcio de David Oubel y su mujer Rocío Vieitez, que recordaba estos días que la separación no fue traumática, al menos en los despachos: él se quedó la casa de Moraña que hizo remodelar, un inmueble que había puesto a la venta en los últimos meses por cerca de medio millón de euros en su propia gestoría, y ella a las niñas. Esa noche, exactamente a las 23.00 horas, David Oubel envió un whatsapp a un amigo. Le informaba de unas gestiones y terminaba: "Mañana me voy de vacaciones. Regresaré el viernes".
En Caldas David Oubel tenía varias relaciones de confianza. Allí pasaba los días con el negocio inmobiliario, y su trabajo se producía de cara al público: enseñaba casas, vendía, alquilaba. A un vecino le alquiló dos en los últimos años y una plaza de garaje. Con él estableció una relación de amistad. Le informaba de los problemas con su mujer. Nunca le dijo abiertamente que era gay, nunca hizo una salida formal del armario, pero en un momento dado se dio por sobreentendido y él empezó a hablar abiertamente de su novio. Hablaba del "círculo gay" que había encontrado en el mundo de las competiciones de perros, a las que se había hecho aficionado, y decía entre risas que le tiraban "los trastos". En los meses que siguieron a su separación David adelgazó, se puso en forma y cuidó más su manera de vestir. A este amigo le dijo que achacaba a su exmujer algunas denuncias a la Guardia Civil, entre ellas una relativa a una fiesta que hizo en su casa y que terminó con los vecinos arrancándole un fusible. Le comentaba cosas íntimas de los dos, detalles de la vida de pareja que Oubel, en confianza, relataba con naturalidad en una cafetería del centro de Caldas.
A este amigo le dijo que achacaba a su exmujer algunas denuncias a la Guardia Civil
Moraña había pasado ya el fin de semana grande de las fiestas: el carneiro ao espeto, una tradición heredada de un inmigrante argentino que tenía por costumbre abrir en canal los carneros y asarlos como en su tierra, estirados en dos cruces de hierro. Una escultura con varios carneros de piedra abiertos en canal junto a un fuego da la bienvenida a Moraña. Ese día, en el que el pueblo se llena de miles de visitantes, Oubel también fue visto disfrutando de la jornada con sus hijas y su pareja. "Las besuqueaba y estaba pendientes de ellas todo el tiempo", recuerda un testigo que se cruzó con ellos. Una semana después, la mañana del crimen, salió con ellas a dar un paseo por el pueblo y de regreso a casa puso la música alta, algo que era costumbre y que le había causado algunos problemas con el vecindario. En su domicilio tenía aparatos tecnológicos de última generación, también musicales. Pasaron los minutos y las casas de alrededor dejaron de escuchar la música. David Oubel había hecho dos llamadas para comunicar que iba a matar a sus hijas, como informó Elisa Lois en El País: una a su ex mujer, Rocío Vieitez, que se desmayó en la calle, y otra a la Guardia Civil.
Rocío se reunió con una amiga para decirle que tenía una oferta para irse a Londres
Su separación se había producido dos años atrás. La homosexualidad de David Oubel fue un bombazo en Moraña y en Caldas, dos poblaciones pequeñas. Los amigos de la pareja recibieron esos días mensajes contradictorios de David y Rocío, ya enfrentados. Oubel decidió irlos llamando por teléfono. Con uno de ellos quedó en Caldas. Sentados en una mesa le confesó que era gay y que se había enamorado de un vecino de Cuntis, un pueblo cercano. Este amigo le dijo que le parecía bien, pero que pudo haber salido antes del armario si lo sabía desde hace tiempo para evitar el daño a su mujer. Oubel no encajó bien el reproche: le retiró el saludo. Al pasar unos meses de la separación, Rocío, que había estado muy enamorada de su marido, se reunió con una amiga para decirle que tenía una oferta para irse a trabajar a Londres. Tras recibir el consejo de que se fuese y dejase a su expareja atrás, Rocío le informó al cabo de las semanas de que el padre no le había dado permiso para llevarse a las niñas.
Cuando fue trasladado a la cárcel de A Lama David Oubel había recuperado la consciencia. Entró soberbio y altivo
Los primeros en llegar urgentemente a la moderna vivienda de Oubel el viernes 31 a media mañana fueron agentes del Seprona. Hasta allí llegó casi seguido un agente de la Policía Local del municipio, que al salir de la casa rompió a llorar. De la cantidad de sangre que se encontraron en el cuarto a los agentes les costó en un primer momento comprender qué había ocurrido. Las niñas estaban muertas en la habitación. Al entrar en el baño se encontraron a David Oubel: tenía la espalda apoyada en el suelo y una de las piernas metida en la bañera. Jadeaba con unos cortes en los brazos que, según el fiscal Alejandro Pazos, se realizaron más para llamar la atención que para suicidarse. Junto a él estaba la sierra radial tirada. No dijo nada que se le entendiese; se encontraba en estado de semiinconsciencia. Fue levantado y llevado en camilla al Hospital Montecelo de Pontevedra para que se le tratasen las heridas, que allí calificaron de superficiales; en otro centro, el Provincial, pasó por el servicio de Psiquiatría.
“Las besuqueaba y estaba pendientes de ellas todo el tiempo”, recuerda un testigo que se cruzó con ellos
Cuando fue trasladado a la cárcel de A Lama David Oubel había recuperado la consciencia. Entró soberbio y altivo, una actitud que preocupó al personal de la cárcel: si los presos por delitos contra menores corren riesgo de agresión, esa actitud les condena de inmediato. Tuvo junto a él en todo momento a un preso de apoyo para evitar que se suicidase. El miércoles, debido a la atmósfera creada contra él en Pontevedra, se le trasladó en un autobús a León (el autobús tuvo que dar la vuelta para que se le hiciese una nueva prueba que no trascendió). Para entonces sus hijas Candela y Amaia ya se encontraban enterradas en el cementerio de Couso, en el municipio de Campo Lameiro: dos cirios en dos lápidas sin inscripciones. Tras un acto mínimo, en intimidad, el lugar está siendo visitado ahora por muchos vecinos. La conmoción que ha tenido el crimen es tal que se teme que al camposanto lleguen personajes pintorescos o iluminados. El jueves un chico que decía venir de lejos merodeaba la zona diciendo a los vecinos que había sentido la llamada para estar allí, que necesitaba acompañar a las niñas. "Me dio mala espina, le pedí que se fuese", dice Carmen, una mujer que fue allí a depositar flores.
La conmoción del crimen es tal que se teme que al camposanto lleguen personajes pintorescos o iluminados
Tanto Rocío Vieitez como sus padres pasaron la semana blindados en su casa de Couso, Campo Lameiro, cercados por unidades móviles de televisión. Un periodista de Telecinco habló con los padres de Oubel, destrozados por la noticia: según él el padre se presentó en el hospital buscando a su hijo y allí le dio un infarto. Su hermana Silvia, vecina de Caldas, madre de una niña, echó el cierre a la inmobiliaria, en la que han aparecido pintadas de asesino. Candela y Amaia eran dos niñas morenas, de ojos oscuros. A la primera le encantaba patinar y tenía mucha habilidad con las matemáticas. Una mujer que las vio crecer dice que quizá ya entendiese el mundo a través de los números. Que a la segunda, a Amaia, no le dio tiempo a nada. Eran cariñosas y muy inteligentes. Aceptaron sin traumas la sexualidad de su padre; el propio Oubel presumía de lo bien que se llevaban las niñas con su novio.
Rocío Vieitez ha hablado estos días con algunas amigas de la familia. Su mensaje ha sido que seguirá luchando y viviendo en memoria de sus hijas. El viernes cientos de personas salieron a la calle en Moraña y Campo Lameiro portando un mensaje: "Candela e Amaia, sempre estaredes con nós". Delante de sus lápidas fueron dibujados dos ángeles y se colocaron velas blancas y unos patines con el nombre de las dos.

Menores víctimas mortales de violencia de género

En los últimos tiempos David Oubel se había desprendido de sus perros hasta quedarse con sólo uno, con el que solían jugar las niñas. Cuando el agente inmobiliario no estaba en casa o hacía algún viaje del animal se encargaba su vecino. Por el perro, precisamente, preguntaba en la parroquia de O Casal, Moraña, uno de los vecinos el pasado viernes. Tanto esta zona rural como el centro del pueblo está copado estos días por periodistas, que una semana después continúan preguntando a los viandantes por el suceso.
Desgraciadamente hay contexto informativo. Seis días después del crimen de Moraña una mujer entró en una casa de Castelldefels, alarmada por no tener noticias de su padre, y se encontró la escena de un nuevo crimen familiar: una mujer y dos hijos, de 12 y 7 años, disparados a la cabeza. Un hombre muerto en el sofá con el arma del crimen. La reconstrucción de la Guardia Civil concluyó que tras matar a su familia el homicida se suicidó. La Policía Local conocía la casa porque se había acercado varias veces a mediar entre las peleas de la pareja. Sin embargo la mujer nunca llegó a presentar denuncia.
Esta semana la agencia Efe ha recordado que además de estos dos casos, Moraña y Castelldefels, el pasado 4 de mayo un niño de diez años fue asesinado en Torrevieja (Alicante), presuntamente por la pareja sentimental de su madre. En la estadística de menores víctimas mortales por violencia de género, hay tres muertes de menores más en investigación. Dos de ellos, un niño de 6 años y una niña de 14, fueron asesinados en Villajoyosa (Alicante) por un hombre de 37 años -padre del primero- que se suicidó, tras acabar también con la vida de su propia madre, de 64 años.
ESTA SOCIEDAD ESTÁ PLAGADA DE MONSTRUOS.

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