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miércoles, 31 de diciembre de 2014

UNA CORONA EN HORAS BAJAS

El rey Juan Carlos abraza a su heredero durante la formalización de su abdicación

Cambio de ciclo en la Monarquía

Juan Carlos I dejó a su heredero una leve remontada en popularidad y el problema que más daño ha hecho a la institución: la imputación de la infanta Cristina. Felipe VI prometió tras ser proclamado "una monarquía renovada"
“Los reyes no abdican, mueren”, repitió a sus próximos, durante muchos años, el rey Juan Carlos. Cada vez que sus sucesivos ingresos hospitalarios –seis en dos años- encendían el debate de su abdicación, él lo desmintió. La última vez que lo hizo fue en su discurso de la pasada Nochebuena: “Quiero transmitiros como Rey de España mi decisión de continuar...”, dijo. Fue solo seis meses antes de dirigirse de nuevo a los españoles para comunicar que había tomado la decisión de ceder al trono a su hijo para que pasara “a primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando”.
Tras casi 39 años de reinado, don Juan Carlos decidió que no serían 40 el día que cumplía 76 años, el 5 de enero de 2014. No confió su secreto ni al Papa, al que visitó en Roma el 28 de abril.
Barajó hasta tres fechas para comunicar la noticia del año y dedicó los seis meses que transcurrieron entre su decisión y el anuncio a asegurarse de que cuando se dirigiera a los españoles para informarles de que renunciaba al trono, nadie pudiera decir que se iba obligado, sino porque así lo había decidido, convencido de que era lo mejor para la institución y para España y después de que la Corona, antes la institución mejor valorada, hubiese recuperado parte de la popularidad perdida en los últimos años, los del escándalo del caso Nóos, los de la inoportuna cacería en Botsuana por la que pidió perdón ante las cámaras. El anuncio llegó, finalmente, el pasado 2 de junio, cuando el debate sobre la abdicación, candente durante los meses de quirófano y convalecencias, parecía apagarse definitivamente tras una maratoniana gira de don Juan Carlos por los países del Golfo Pérsico para demostrar que estaba en forma. Y cuando PP y PSOE todavía suponían un 80% del Congreso, un porcentaje reventado ahora por todas las encuestas.
Dejó, como pretendía, a su hijo una leve remontada en las encuestas de popularidad de la Corona pero no pudo evitar dejarle también el problema que más daño ha hecho a la institución: la imputación de la Infanta. Doña Cristina no ofreció nunca a su padre su renuncia a los derechos sucesorios, un gesto sin apenas consecuencias prácticas –entonces era la séptima en la línea de sucesión al trono- y enorme poder simbólico que habría aliviado la presión sobre la institución. Y parece seguir resistiéndose ahora que es su hermano quien ocupa el trono y quien necesita ese gesto para perder lastre.
Don Felipe es muy consciente del daño que el caso Nóos ha hecho la Corona y la corrupción generalizada a todas las instituciones. Por eso quiso que sus primeras palabras como rey fueran para prometer a los españoles “una monarquía renovada, íntegra, honesta y transparente”. En esas siete palabras están las líneas maestras de lo que quiere que sea su reinado y lo que ya han sido sus primeras medidas como Monarca: la prohibición para los miembros de la familia real de trabajar o beneficiarse de negocios privados, aceptar favores o regalos caros. Felipe VI ha sido tan contundente a la hora de reivindicar el legado de su padre, especialmente, los años de la Transición, a los que se ha referido en multitud de discursos, como en trasladar el mensaje de que no repetirá los errores del pasado; que los yates y los Ferraris de regalo no volverán a entrar en La Zarzuela y que sabe que debe ganarse el puesto todos los días ante una ciudadanía desencantada y harta de escándalos.
LA HISTORIA SI ES HONESTA HABLARÁ MUY MAL DEL REINADO DE D. JUAN CARLOS Iº COMO TODOS LOS BORBONES EN LA HISTORIA DE ESPAÑA.

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