La tradición desprecia la historia y la verdad. ¿Por qué?, porque a menos que la tradición sea festiva ya no resulta interesante, mucho menos la verdad que nos desnuda. La verdad nos abriría la puerta para regenerar el sistema y así impedir el paso al poder a tirios y troyanos; líderes o políticos muy celosos de su partido o patrimonio, pero sin sentido de Estado, banqueros y multinacionales sin escrúpulos, clérigos que ocultan tras las tradiciones una verdad que les inculpa.
Parece lógico que la sociedad se acomode en la ignorancia de la verdad, siempre que la mentira no dañe sus intereses. Claro, sería imposible cambiarlo todo en un mundo con intereses contrapuestos a la verdad. ¿A quién le importa si el universo entero nació de una sopa orgánica venida de no se sabe dónde? ¿Qué más da, si los Reyes Magos, por capricho de los miembros y miembras del Ayuntamiento, pasan a ser las Reinas Magas? No, no eran tales reyes, sino astrólogos que practicaban la magia, sin nombre ni número, a los que un fenómeno paranormal llevó hasta el asesino Herodes para que matara al Niño Jesús. Nadie puede negar que esa es la historia, pero ¿a quién le gusta esa verdad?... La verdad que no gusta no se acepta.
¿Cuántas conferencias de paz y seguridad se han celebrado hace unas décadas?, y ¿cuál es el resultado? No se alcanza un objetivo loable sin ceder ante la verdad, y no parece que pueda caber un pacto en pro de una restauración moral cuando hay que ceder y... confesar: ¡sí, yo tengo la culpa! Claro, para eso no estamos. Los poderes se mueven por el interés, no por la moral. ¿Queda una propuesta de regeneración?
Hay que comenzar por enseñar la paz, la solidaridad y la justicia en el seno familiar, aunque se tenga que sufrir con valor, porque sin verdad no hay arreglo, ni negociación, ni pacto, ni futuro cuando ya la tierra toda está en peligro. Lo que dijo Jesús al respecto nos hace pensar: "El que ama su vida la perderá, pero el que odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna"
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