Ucrania sigue necesitando ayuda
Es peligroso que en la UE se empiece a sentir que el menoscabo económico pesa más en su conciencia que el bien moral que se desprende de hacer lo correcto, que es parar los pies a Putin
Han pasado ya los primeros cien días de esta guerra injusta y criminal que decidió emprender el dictador ruso Vladímir Putin cuando invadió Ucrania. La determinación de los ucranianos para defender a su país ha sido hasta ahora el factor más relevante a la hora de contener una ofensiva que el Kremlin se imaginó erróneamente como un paseo triunfal y fulgurante. Lejos de esos sueños, las tropas rusas han sufrido pérdidas enormes, de dimensiones que serían insoportables para la sociedad rusa si tuviera acceso a la información veraz sobre la guerra, en vez de estar sometida a la mentira y la propaganda del régimen. No, Ucrania no es un nido de nazis como reza la versión del Kremlin, y Rusia es la que está aislada del mundo civilizado.
Los millones de refugiados que han huido de su país, los cientos de miles que han sido deportados a territorio ruso y un número de víctimas incalculable todavía son la prueba palpable de dónde está el origen de esta locura.
El resultado de estos cien días de guerra es devastador. Primero para la propia Ucrania que además de los muertos ha sufrido una agresión brutal que supone la destrucción masiva de edificios e infraestructuras. Rusia ha perdido una cifra inaudita de soldados –se habla de hasta 20.000 muertos– y se ha demostrado que su material militar es antiguo y obsoleto, lo que revela que, en los veinte años de gestión de Putin, Rusia ha perdido gran parte de su capacidad tecnológica y la calidad de su armamento es ahora más que mediocre.
Pero los daños no se limitan a Ucrania o a Rusia. Los europeos no hemos querido ni hemos hecho nada que hubiera justificado esta guerra y sin embargo estamos sometidos a este dilema que nos impone un hecho tan injusto que no se puede admitir sin correr el riesgo de abrir la puerta de par en par a otras injusticias mayores. El problema empieza a ser que esa postura tiene un coste –los efectos de las sanciones económicas contra Rusia– y es muy probable que las sociedades occidentales empiecen a sentir que esos menoscabos pesan más en su conciencia que los bienes que se desprenden de hacer lo correcto para parar los pies a un matón con armas nucleares como Putin.
No es la primera vez en la historia de Europa en que se produce este dilema y la experiencia demuestra claramente que la peor opción ha sido siempre apostar por el apaciguamiento del tirano. En Kiev, el temor a un desistimiento en la ayuda sin matices a Ucrania por parte de la UE es ya una realidad, como señala hoy en ABC el presidente de la Cámara de Comercio de Ucrania. En el hipotético dilema dinero-moralidad, Europa debe tener muy claro que no hay gas o petróleo que compensen la pérdida de lo segundo.
Desgraciadamente, en estos cien días el principal daño lo han sufrido Ucrania y los ucranianos, por lo que la perspectiva de una guerra prolongada en el tiempo representa también un panorama insoportable para ellos que si acaso llegarían a salvar a un país en ruinas. Por ello es tan importante en estos momentos enviar a Ucrania toda la ayuda militar posible, la más moderna y la más adaptada a las necesidades de los defensores, porque en estos momentos Putin solo entiende el lenguaje de la violencia. Siquiera pensando en que tarde o temprano habrá una paz negociada, los ucranianos necesitan mejorar sus posiciones no solo porque están defendiendo su país de una invasión injusta, sino porque nos están defendiendo a nosotros también. Desgraciadamente el Gobierno de Pedro Sánchez no lo entiende así y en vez de actuar con la determinación que impone esta ocasión histórica sigue poniéndose de perfil, excepto para hacerse fotos en Kiev.
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