De Simón Bolívar a Maduro: el anhelo de reinventarse España como la peor tiranía de la historia
El «antiespañolismo» del famoso libertador fue el principal factor de su pensamiento político desde principios del siglo XIX y ha continuado siéndolo hasta hoy para el presidente venezolano y el resto de políticos bolivarianos latinoamericanos
En ‘Nueva lectura de la Carta de Jamaica’ (1999), el historiador venezolano Elías Pino Iturrieta recomendaba no dar demasiada importancia al «antiespañolismo» de Simón Bolívar en el citado texto de 1815, puesto que era, a su juicio, una «exageración» con el objetivo de alentar la lucha a favor de la independencia. Sin embargo, aunque muchos historiadores han tendido a minusvalorar el odio que el libertador sentía hacia España, lo cierto es que inauguró una larga tradición de ataques hacia el país que ha perdurado hasta el día de hoy.
Si analizamos la política exterior de Hugo Chávez y el actual presidente de Venezuela, Nicolán Maduro, o de los hermanos Castro en Cuba, es fácil comprobar cómo el movimiento bolivariano contemporáneo lleva años incluyendo esa animadversión hacia España en su discurso político. Da igual que estas proclamas se expresen con excesos retóricos, porque la consideración de nuestro país como la peor tiranía de la historia, es una práctica con más de 200 años de historia que ya descubrimos en las obras del propio Bolívar a comienzos del siglo XIX.
«No existe idea en este ensayo que no se vincule de modo estrecho con ese odio a España. Sin hispanofobia, el documento simplemente no existiría», defiende Miguel Saralegui en ‘El antiespañolismo de la Carta de Jamaica: entre la legitimidad de la independencia y la justificación del fracaso republicano’ (Revista de Indias, 2017). Esta aversión la dirigió el libertador contra la «acción civilizatoria» del imperio español tras el descubrimiento de América y constituyó el principal soporte de su pensamiento político y de su visión de la historia, de la misma forma que lo sigue siendo hoy para Maduro y compañía.
«Colonizadores genocidas»
Prueba de ello es el anuncio que el actual presidente de Venezuela hizo en octubre, durante las celebraciones del Día de la Resistencia Indígena –antiguo Día de la Hispanidad–, de que iba a cambiar el nombre de la autopista más importante de Caracas, llamaba Francisco Fajardo en honor al conquistador de origen español, por el de Gran Cacique Guaicaipuro. Un nuevo intento de borrar el legado español, bajo el pretexto de que no fue un descubrimiento, sino el inicio de un genocidio donde los aborígenes resistieron a sangre y fuego.
De eso acusaba Nicolás Maduro a Fajardo cuando anunció el cambio de nombre de la autopista, por la que pasan a diario una media de dos millones de vehículos. «¿Por qué celebrar la muerte y la masacre contra nosotros?», preguntaba en uno de sus mítines, donde instó a «iniciar un proceso para descolonizar y reivindicar todos los espacios públicos que llevan el nombre de colonizadores genocidas». Sin embargo, algunos escritores venezolanos actuales, como Francisco Suniaga, colaborador de periódicos como «El Nacional» y «El Universal», han salido en defensa de este personaje histórico, bajo la opinión de que no hay prueba alguna de que este haya cometido una sola matanza.
A esto hay que sumar en los últimos años el derribo de la estatua de Cristóbal Colón en el centro de la capital en 2004 y el cambio de nombre también del famoso cerro Ávila, al norte de Caracas, por el de Waraira Repano: «Sierra Grande», en lenguaje indígena. Consecuencias todas ellas de las políticas adscritas a la Leyenda Negra del Gobierno bolivariano que también afectaron al Paseo Colón, rebautizado como el Paseo de la Resistencia Indígena o la eliminación, en 2009, de otra estatua de Colón que tenía más de cien años de antigüedad y se encontraba en el parque El Calvario. Era la única escultura pública del descubridor que quedaba en pie en la ciudad.
La leyenda negra
No son pocos los estudiosos que, como Antonio Gutiérrez Escudero en su artículo ‘Bolívar y la Carta de Jamaica’ (Revista Araucaria, 2010), han insistido en el vínculo que existe entre este texto y el comienzo de la leyenda negra contra España tan de moda todavía hoy. El libertador ya había descrito antes a nuestro país como una nación dominadora y completamente injusta. Insistía también en subrayar los supuestos desmanes cometidos por los conquistadores, la desatención de la colonia, su enclaustramiento en el pasado y la incapacidad para entender las exigencias de los colonos, hasta el punto de que predijo, incluso, que desaparecería.
En este momento la enemistad de Bolívar no había alcanzado su plenitud, aunque ya describía a España como la tiranía perfecta, como «un imperio tan efectivamente castrador del espíritu libre que habría incapacitado a los americanos para un autogobierno eficiente», señalaba Pino Iturrieta en su libro. Una imagen que se ha perpetuado a lo largo del último siglo, a pesar de que importantes historiadores venezolanos del pasado contrarios a la Leyenda Negra –como Caracciolo Parra León, Mario Briceño Iragorry y Francisco Javier Yanes– aseguraban que la llegada de los españoles, sin negar algunos actos de crueldad, debía ser calificada de positiva. Entre otras cosas, por incorporar al país a la civilización y al mundo de la cultura y la educación con la creación de universidades, la redacción de leyes que intentaron regular el trato a los indígenas, la implantación de la imprenta, que hizo posible la circulación en Venezuela de los libros de Locke, Rousseau, Voltaire o Condillac, y hasta la propia independencia, que es española y mestiza al mismo tiempo.
Bolívar, según se recoge en su «Obra política y constitucional», reeditada en 2007 por la editorial Tecnos, no estaba muy de acuerdo. «Estamos todavía dominados por los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española, que solo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia». Con ello, el libertador quería expresar que el pueblo americano había padecido «la peor tiranía de la historia», lo que le había impedido alcanzar la libertad. «Los americanos, en el sistema español que está en vigor y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos y simples consumidores. Esta última parte, incluso, coartada con restricciones chocantes», añadía.
«Ser instrumentos de opresión»
¿Por qué la Corona española es responsable de la peor tiranía de la historia?, se preguntaba Pino Iturrieta. La respuesta: «No tiene que ver directamente ni con la crueldad del sistema penal, ni con la arbitrariedad del legal, sino con haber cortado el desarrollo de las virtudes políticas en suelo americano. La completa carencia de políticos, es decir, de personas con virtudes públicas, es el resultado de tres siglos de administración española en América». Bolívar lo explicaba introduciendo el mismo carácter opresor con el que atacaba precisamente a España: «¿Hemos podido dirigir nosotros los destinos de nuestra patria? La esclavitud misma, ¿ha sido ejercida por nosotros? No nos han concedido ni el ser instrumentos de opresión».
Para el libertador, por lo tanto, la gravedad de la supuesta tiranía española provenía de su responsabilidad por haber creado un pueblo, el hispanoamericano, completamente incapaz para la vida política. Y esta idea de que América carecía de una clase gubernativa preparada, así como de que España era un estado déspota y casi dictatorial, permanecerá en los escritos de Bolívar unos años más. Una postura curiosa si tenemos en cuenta que el mismo Bolívar ha sido acusado muy habitualmente de dictador, como defensor entusiasta del despotismo moderado que era.
Además, hace un año, el catedrático y escritor Pablo Victoria denunciaba en su libro «El terror bolivariano» (La Esfera de los Libros), las matanzas injustificadas realizadas por Bolívar durante las Guerras de Emancipación. Por ejemplo, la que llevó a cabo en 1814, un año antes de que publicara la mencionada ‘Carta de Jamaica’, cuando sus tropas asesinaron a un numeroso grupo de españoles indefensos y cautivos en las mazmorras de Caracas a sablazos, por eso de no gastar munición. Una matanza que, a juicio del autor, no fue ni mucho menos un hecho aislado, sino parte de una estrategia establecida para la eliminación total de «la malvada raza de los españoles».
A pesar de ello, la revolución bolivariana se ha apoyado constantemente en la imagen mesiánica de Simón Bolívar desde el golpe de estado de Chávez en 1992, consiguiendo que para muchos venezolanos se convierta en un líder perfecto. Un héroe de la patria que luchó contra los españoles opresores y genocidas.
¿QUÉ TIENEN EN VENEZUELA?¿DEMOCRACIA PLENA?
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