La desternillante receta de Pérez-Reverte para amortiguar la cruda realidad
En su columna dominical en el suplemento XL Semanal, el escritor relata un divertido encuentro con un desesperado taxista padre de dos adolescentes.
«Los españoles, acabo diciéndome, somos unos hijos de la gran puta pero somos nuestros hijos de la gran puta. Y aunque a veces deseas que nos lleve el diablo, hay momentos gloriosos en que no nos cambiarías por nadie». Esta es la tajante forma en la que el escritor Arturo Pérez-Reverte comienza su columna dominical en el suplemento Xl Semanal.
El autor hace esta reflexión después de detallar su vía de escape «cuando a uno se le sube la pólvora al campanario y mira en torno deseando que caiga el meteorito». No se trata más que de ir «a un bar de barrio, me apoyo en el mostrador, pido una cerveza y un pincho de tortilla, tiendo la oreja y a los cinco minutos una sonrisa me despeja el horizonte», según reconoce Pérez-Reverte.
La última vez no tuvo ni que recurrir a su truco infalible, le bastó con subirse a un taxi. Allí el conductor comenzó a desgranarle con suma ironía las desventuras que vivía ahora que sus dos vástagos habían alcanzado la adolescencia.
«La hija, aseguraba el taxista, es clásica de manual: de las que tecleas en Google hija adolescente y sale su foto: "Digo por ejemplo que algo es rojo, y sin ni siquiera mirarlo me dice que no tengo ni idea de colores. Luego argumenta como una catedrática, hasta volverme loco, por qué lo que yo veo rojo no es rojo. Y después de ponerme la cabeza hecha un bombo, acaba diciendo que tal vez sea de color burdeos", desgrana en su texto el escritor.
Mientras, el hijo, «también es otro clásico, pero en estilo muchacho: "Le digo que esto es rojo, se lo queda mirando y me pregunta qué gana él con eso. Le respondo que es importante diferenciar los colores, y el tío me mira como si yo fuera gilipollas y comenta ‘si tú lo dices…’ antes de seguir dándole al mando de la Play"», relata Pérez-Reverte.
Un poco más adelante, el escritor cuenta la traca final del monólogo del taxista a través de un capítulo imprescindible en la vida cotidiana de los padres e hijos en esa franja de edad: la pelea de los cuartos: «"Si ella se dispone a salir estará encerrada con pestillo, tendrá veinte prendas de ropa distintas sobre la cama y se las estará probando todas. En cuanto al chico, lo normal es que se le haya olvidado cerrar bien la puerta, tenga el ordenador encendido y se esté haciendo una paja… Le juro a usted que si no los mato es porque no tengo tiempo».
ES MUY ENGENIOSO Y CABAL
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