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sábado, 17 de agosto de 2019

ESTOS SON LOS RIESGOS DE UNA HIGIENE OBSESIVA.

Estos son los riesgos de una higiene obsesiva

El abuso de germicidas se traduce en la destrucción indiscriminada de bacterias de nuestra piel, algunas perjudiciales, pero también beneficiosas.

Nuestra sociedad hiperhigienizada está dejando «sin trabajo» a nuestro sistema inmunitario, ese complejísimo mosaico de células y sustancias segregadas por ellas que ha evolucionado durante millones de años para protegernos contra multitud de gérmenes y sustancias exógenas potencialmente nocivas. A veces el sistema inmune, en su celo se extralimita reaccionando frente a sustancias inocuas causando sintomatología alérgica, o incluso contra sustancias del propio organismo a las que no reconoce como tales, desencadenando enfermedades autoinmunes, según informa el doctor José Manuel López Tricas.
La instauración de la higiene en la praxis médica y en nuestra cotidianeidad contribuyó a reducir drásticamente la morbilidad y mortalidad. Un enorme logro. Sin embargo, en estos tiempos tendentes a cuestionar evidencias, hay que aseverar que nos hemos excedido.
En el año 1872, la revista British Journal of Homeopathy, incluía una curiosa observación: la «fiebre del heno» o la alergia estacional causada por el polen, era una enfermedad aristocrática. En noviembre de de 1989, otro artículo en la revista British Medical Journal, hablabla de la relación inversa entre la probabilidad de desarrollar «fiebre del heno» y el número de hermanos. Cuánto más numerosa era la familia, menor la probabilidad de sufrir esta enfermedad. Además, la probabilidad de padecerla era menor entre los hermanos pequeños.

Estrategias para sobrevivir


Durante el siglo XX, la disminución de la natalidad, excepción de incrementos limitados tras las dos guerra mundiales, la mejora de la economía, la universalización de la cobertura sanitaria, el descubrimiento de los antibióticos, y el desarrollo de las infraestructuras, han reducido los contagios interpersonales, no solo en el ámbito familiar, sino también en el conjunto de la sociedad. Morimos más tarde, pero padecemos más patología atópica y alérgica.
Nuestros ancestros evolucionaron durante millones de años adaptándose a sobrevivir. Si sobrevivimos y progresamos como especie animal fue gracias a nuestro sofisticado sistema inmunitario.Nuestro desarrollo cerebral nos permitió diseñar estrategias que nos ayudaron a sobrevivir, asumiendo comportamientos socialmente beneficiosos y rechazando otros que se evidenciaban perjudiciales y potencialmente peligrosos. Así fue como comenzamos a lavarnos las manos, evitamos alimentos que la experiencia enseñó podían resultar peligrosos. En este sentido, la religión antecedió a la ciencia; de ahí su difícil relación actual. Aspectos como la prohibición de consumo de ciertos alimentos (derivados porcinos) protegía a las personas de contraer una grave enfermedad que, hoy sabemos, es la triquinosis. La limitación del consumo de carneen determinadas épocas protegía a la sociedad de determinadas enfermedades e inducía determinados hábitos que siglos después se han demostrado saludables. Incluso la monogamia servía de freno a la expansión de enfermedades venéreas, entre ellas la sífilis.
Los hábitos evolucionaron de manera rápida, al contrario que nuestro sistema inmunitario que lo hizo lentamente, adaptándose al entorno. Y así, mientras nuestro sistema inmunitario apenas ha cambiado desde hace miles de años, nuestro comportamiento sí lo ha hecho. Ahora nos lavamos, barremos nuestras casas, evitamos los alimentos en mal estado y cocinamos los que consideramos aceptables. Al mismo tiempo cuidamos a los animales que criamos.Durante el siglo XX descubrimos en el submundo microbiano sustancias que atacan con eficiencia otras bacterias que, no hace tanto tiempo, causaban infecciones con elevada mortandad. El descubrimiento de las vacunas ha reducido la mortalidad infantil a tasas residuales en las sociedades prósperas. Todos estos avances han reducido, para bien, la «carga de trabajo» de nuestro sistema inmunitario.

Un sistema inmunitario aburrido

Un sistema inmune con poco quehacer puede reaccionar de forma exagerada y errónea. Se activa ante sustancias inocuas, como el polen de plantas o los ácaros del polvo. Es así como desarrollamos alergias y un proceso inflamatorio derivado de la activación crónica del sistema inmune.
La relación inversa entre la higiene y la aparición de alergias es indubitada. El jabón ha sido una de las armas más poderosas en la consolidación de las prácticas de higiene.
La aparición del Sida a partir de la década de 1980, hizo que el mercado de productos para la higiene persona, sobre todo aquellos que contenían sustancias germicidas, aumentara en un 81%. El abuso de germicidas se traduce en la destrucción indiscriminada de bacterias de nuestra piel, perjudiciales algunas, beneficiosas las más. Estas últimas constituyen una barrera fisiológica que bloquea la proliferación de bacterias dañinas.
Existen otros dos problemas: de un lado el desarrollo de bacterias multirresistentes (es cada vez más aceptado el anglicismo superbugs); y, de otro lado, la falta de incentivos para la investigación de novedosas moléculas antibióticas.
No debemos desdeñar el enorme beneficio que la instauración de la higiene ha supuesto para el desarrollo de la salud global. Sin embargo, un exceso de higiene, aunque deseable desde consideraciones culturales, puede llegar a ser perjudicial, al menos desde el punto de vista de la salud pública.
ES CIERTO PERO ESTAMOS CONTAMINADOS TODOS.

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