Ucrania decide.
Con independencia de que Zelenskiy sea el ganador, como indican las sondeos, el país continuará siendo un Estado problemático en el próximo futuro.
Por primera vez este domingo la segunda vuelta de unas elecciones presidenciales en Ucrania discurre en un marco común proeuropeo sin el dilema entre la orientación prooccidental y la prorrusa que en semejantes ocasiones ha dividido anteriormente al país en dos bloques antagónicos. A falta de propuestas con contenidos verosímiles, capaces de renovar la fe en la clase política, la atención del electorado se ha centrado en los golpes bajos e intrigas que se han producido en la pugna entre el actual presidente, Petró Poroshenko, y su contrincante Volodymyr Zelenskiy. Pero lo fundamental es que el ciudadano puede elegir y esta circunstancia distingue a Ucrania de Rusia y de otros Estados pos-soviéticos, que no conquistaron la alternancia como parte del juego democrático.
Con independencia de que Zelenskiy sea el ganador, como indican los sondeos, Ucrania continuará siendo un Estado problemático en el próximo futuro. Esto exigirá sentido de la responsabilidad y solidaridad a la UE, que no puede ignorar la guerra híbrida del Donbás, donde se entrelazan la contienda civil y la agresión neoimperialista rusa. Como ninguno de los candidatos tiene fórmulas mágicas para acabar con la guerra, Europa va a tener que seguir alerta ante la evolución en el este de Ucrania y también ante los instrumentos que el Kremlin esgrime, como el eventual reparto de pasaportes rusos a los habitantes de los territorios no controlados por Kiev, según el modelo ya empleado en Abjasia u Osetia (autonomías de Georgia reconocidas como Estados por Rusia), pero esta vez a gran escala y con fines añadidos de ayudar a resolver problemas demográficos internos que afectan a la propia Rusia.
Entre sus méritos, Poroshenko contabiliza el haber logrado que sus conciudadanos puedan viajar por Europa sin visado, pero para la mayoría esta facilidad para el turismo es irrelevante porque no da derecho a trabajar y escapar así de la crisis económica que, junto con la corrupción, ahoga a su país. La élite política ucrania no ha estado a la altura de las exigencias formuladas en la revolución popular del Maidán en 2014 y tiende a esperar que EE UU o la UE le saquen las castañas del fuego y los ayuden incondicionalmente sea cual sea el grado de corrupción e incompetencia de los mandatarios en Kiev.
En febrero, la Rada Suprema de Ucrania ancló en la Constitución el rumbo proeuropeo y proatlantista del país. Más que de las declaraciones de principios y del uso de las armas, la fortaleza de Ucrania debe venir de la buena gestión y de la capacidad de sus dirigentes de convertirla en un país atractivo, sobre todo para aquellos ciudadanos a quienes los mitos de los políticos rusos y los errores de los propios han atrapado en un callejón sin salida.
Y HABRÁ MUCHOS MÁS PROBLEMÁTICOS
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