Colas en el intercambiador de Avenida de América
“Viajamos como ganado”
Inseguridad, esperas e incomodidades marcan el trayecto que cada día hacen 60.000 viajeros en los autobuses de Alsa que están en huelga desde hace un mes.
Apretados unos contra otros. Hombros contra hombros; cabezas contra espaldas. Sentados o de pie, todos van apretujados. Con espacio solo para el pensamiento. “Viajamos como ganado. No hay derecho. Así está Madrid”, se desahoga Elena Vararu, vecina de Torrejón de Ardoz, que viaja a las siete de la mañana hacia Madrid en el coche 224. Ella es uno de los 60.000 usuarios que van hacia Alcalá de Henares o la Sierra Norte y que desde el pasado 5 de marzo se ven afectados por una huelga de los trabajadores de la empresa de autobuses Alsa Next Continental. La compañía tenía previsto rebajar el tiempo de trabajo de los conductores, lo que supone también una disminución de entre 150 y 300 euros en sus sueldos.
De noche o de día. A media mañana o en la tarde noche. Viajar es un suplicio. Lo único que cambia con la hora son los olores y los humores. En la mañana se aprietan cuerpos que huelen a jabón, a champú y a pasta de dientes. Horas más tarde, el ambiente lo dominan los sudores. Durante el día, el malestar se centra en la empresa y en el Consorcio Regional de Transportes de Madrid (CRTM). Por la noche o de madrugada, las protestas son contra todo lo que se mueve.
Trece horas es el tiempo que Celeste está fuera de casa por la huelga de autobuses. Entra a trabajar en un hotel a las 15.00, pero tiene que salir de casa a las 13.00 para llegar a tiempo. Antes de los paros, solía salir a las 14.00. Pero volver a su hogar también es un martirio diario: termina su jornada a las 23.00, pero solo puede coger el autobús nocturno N202, que sale de la estación de Avenida de América, a una de la madrugada.
—¿Qué piensa de los paros?
—Entiendo los motivos, ¡pero estoy hasta las narices!
—¿Qué ha cambiado en su rutina desde que comenzó?
—Todo. Llego a casa casi a las dos de la madrugada y ya no veo a mis hijos.
Celeste es la primera de la cola y, afortunadamente, podrá viajar sentada. Pero cada minuto llega más y más gente y la fila, que empieza en la parada, se extiende unos 50 metros por la acera. Llega el autobús. Los usuarios tardan unos 15 minutos en subir. Al final, caben todos, aunque viajen con más inseguridad: unos 10 van de pie, sujetando firmes los pasamanos; el conductor, por su parte, conduce a poca velocidad. Ya nadie protesta. Mantienen, sin embargo, la mirada cansada de una jornada de trabajo. Poco a poco van dejando el autobús, que finalmente llega a Alcalá, su destino final, a las 01.45. Quince minutos después, regresa a Madrid, de donde sale otra vez a las 03.00.
Llego a mi casa casi a las dos de la madrugada y ya ni veo a mis hijos
El discurso del comité de empresa y de Alsa poco ha cambiado a lo largo del mes. Los trabajadores, representados por UGT y el Sindicato Libre de Transportes, exigen que la dirección de la empresa se siente a negociar. La compañía, en cambio, asegura que ha estado abierta a debatir una solución “en condiciones de igualdad y sin condicionantes previos” para revisar la reordenación de los tiempos de trabajo. Sostiene, además, que son los representantes de los trabajadores que se han negado a abordar cualquier clase de negociación.
Mientras, siguen en vigor los servicios mínimos, de entre el 30% y 60% conforme la hora del día, establecidos por el Consorcio.
—¡Muévanse hacia atrás!... Por favor.
—¡Ya no hay espacio!
—Todavía falta gente por entrar en el autobús.
—¡Que no hay espacio!… Solo que nos vayamos al techo.
La escena se repite día a día. Viajeros que quieren entrar y otros que no desean ir más apretados. Cuanto más apretujados vayan, más posibilidades hay que quepa otro usuario. Los autobuses tienen capacidad para 50 o 60 personas sentadas y no más de 20 de pie. Los conductores permiten que se llene la unidad hasta que el último no pueda entrar ya.
Parecemos sardinas enlatadas”, se queja Isabel Cristina Ospina, que va desde avenida de América hasta Alcalá de Henares, donde vive. Trabaja como empleada de limpieza en varias casas en Madrid y asegura que le conviene usar más los autobuses que el Cercanías porque debe trasladarse por varias zonas de la capital donde “las estaciones de trenes quedan muy lejos”. Y concluye: “Lo que más me molesta es que me cobran el abono [82 euros] y vamos así”.
A veces el malestar del viajero y de los trabajadores va más allá de las palabras. Durante la noche y los fines de semana —cuando la frecuencia de autobuses es aun menor—, varios coches han sido atacados. Durante este mes de huelga, Alsa asegura que sus unidades han sufrido unas 500 roturas de cristales y lunas, además de pinchazos de ruedas. Esto ha obligado que la Policía Nacional y la Guardia Civil hayan montado un dispositivo conjunto de vigilancia, sobre todo en las estaciones de Avenida de América y Canillejas.
La usuaria Isabel Cristina Ospina no se queja, aunque haya hecho cola durante más de 40 minutos y tenga que viajar de pie. Ella, junto a más de 30 personas, se apretuja en el pasillo del autobús. En la estación no queda nadie. El bus sale de Avenida de América y pasa varias estaciones sin detenerse. Lo hace en Canillejas, donde se bajan dos pasajeros, pero hay más de una docena esperando a subir. Entra solo la mitad. “¡Que no hay espacio!”. Los que se quedan, le gritan al conductor y se acuerdan de su madre. Ospina, agarrada al pasamano, se conforma: “Por lo menos voy camino a casa”.
EN CERCANÍAS NO PESPETAN LOS HORARIOS,SÓLO QUIEREN AUTOBUSES LLENOS Y RENTABLES Y LOS TRABAJORES SON EXPLOTADOS CON SUEDLOS MÍSEROS Y MUCHAS HORAS DE TRABAJO.
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