Xi, más poder que Mao
La China que pretende conquistar un poder hegemónico es la que está dirigida por un déspota que se complace en mostrar la destrucción del dirigente que se sienta a su lado.
Habitualmente, los dictadores establecen sus propios códigos como un reflejo de hacer prevalecer su voluntad incluso más allá del lenguaje corriente, casi siempre para tratar de camuflar los aspectos más escabrosos de su tiranía. En este caso, al ordenar la expulsión pública de su predecesor, Hu Jintao, el máximo dirigente chino, Xi Jinping, ha querido que todo el planeta y no solo los delegados al congreso del partido comunista fueran testigos de este gesto supremo de despotismo, para que a nadie le pueda quedar la menor duda de quién es él y hasta adónde llega su capacidad de destruir a cualquiera que considere un enemigo o un adversario. Desde tiempos de Mao, cuando en China la televisión era un lujo de los extranjeros, no se había visto algo así. Hasta un tirano tan sanguinario como fue el soviético Josif Stalin detenía a sus adversarios por la noche, lejos de los focos, que era la manera de ocultar su verdadero rostro al resto de los ciudadanos y a sus posteriores víctimas. Xi, sin embargo, sabía que todo el mundo estaba observando atentamente su maniobra para hacerse con el poder vitalicio, lo que ya debía haber sido en sí mismo una señal de alerta respecto a sus intenciones, y en este escenario no tenía ninguna necesidad de llevar a cabo de forma tan escabrosa y pública la ejecución política de Hu, si no ha sido para dejar aún más claro que pretende apropiarse personalmente del poder absoluto y que está dispuesto a aplastar sin miramientos a cualquiera a quien se le pueda pasar por la cabeza criticarle.
El episodio sería grave procediendo de cualquier dictadura pero resulta escalofriante si se tiene en cuenta que China ha alcanzado unas dimensiones económicas y militares sin precedentes y que no oculta su ambición de convertirse en la primera potencia mundial. Es decir, la China que pretende conquistar un poder hegemónico en todo el mundo es la que está dirigida por un déspota que se complace en mostrar la destrucción pública del dirigente que se sienta a su lado sin el menor escrúpulo ni remordimiento. Hu no fue en modo alguno un dirigente remotamente aperturista, solo hay que recordar la dureza de la represión contra los tibetanos y los uigures, sino que ha sido utilizado sencillamente para escenificar el espíritu totalitario con el que el régimen chino mira el futuro.
Por ello no es exagerado decir que lo que China exporta ahora ya no son productos de consumo, sino una forma de gobierno profundamente incompatible con los principios de una sociedad libre. Los dirigentes europeos mantuvieron este viernes en Bruselas un debate sobre el futuro de nuestras relaciones con China y que muy significativamente se celebró a puerta cerrada y después de que todos los presidentes dejasen fuera de la sala sus teléfonos móviles, por temor a ser espiados. Es un acierto por parte del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, haber traído a colación este asunto crucial para nuestro futuro. Durante décadas nos hemos complacido haciendo negocios con China sin preocuparnos de la evolución política en Pekín, creyendo que el pragmatismo de unos y otros nos beneficiaba a todos, igual que Alemania vinculó su industria al gas ruso sin tener en cuenta que Putin estaba utilizándonos para preparar su ejército con las consecuencias que sabemos. La conclusión más relevante de la discusión en el seno del Consejo Europeo fue que debemos de reducir al mínimo nuestra dependencia tecnológica de China y combatir su penetración en África e Iberoamérica. El gesto de Xi no ha hecho sino reforzar esa necesidad.
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