Oltra quiere convertir en un escándalo ajeno el suyo propio
La cuestión es que ella cree ser la democracia y su fiel defensora, y en cambio, los que exigen que se marche, sencillamente son dictadores
La desfachatez demostrada ayer por Mónica Oltra a la hora de exponer los argumentos para no dimitir tras ser imputada por enterrar los delitos sexuales del que fuera su marido, marcó un nuevo límite en su carencia total de ética. Oltra fue demasiado previsible cuando sostuvo que está sometida a una cacería y que siendo acusada por una justicia de ultraderecha. Pero demostró una originalidad irritante cuando presumió de haber actuado con ética, o cuando dijo que no dimite para poder defender la democracia. La cuestión de fondo ya no es solo una imputación, o que la hemeroteca la retrate como una inquisidora sin principios, como cuando en el pasado dijo a Francisco Camps que «si yo fuese imputada un día, me marcharía a casa».
¿A qué espera, atornillada al cargo? La cuestión es que ella cree ser la democracia, y en cambio, los que exigen que se marche, sencillamente son dictadores. Ximo Puig muestra el rostro más cobarde y oportunista de la política al no destituirla. Pero el rostro que muestra Oltra es en sí mismo una ofensa a la democracia cuando intenta convertir en un escándalo ajeno el suyo propio.
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