El Ejido: la Covadonga andaluza de Vox forrada en plástico
El municipio almeriense, considerado por Vox su particular santuario en la región, se debate entre la opción de un candidato al que se le llama 'Juanma' o mantener la preferencia por una opción que supo leer desde el minuto uno las quejas del Poniente Almeriense
Ala gente de Almería le revienta que los de fuera llamen Índalo al Indalo. La figura rupestre impresa en el saliente de una cueva de Vélez-Blanco fue elevada hace mucho a icono identitario de la provincia, como luego el habla de sus paisanos, el 'Spaghetti western', la rivalidad con Málaga y el mar de plástico que encapsula el municipio de El Ejido, cuna de Manolo Escobar. Germen, también, del arraigo de Vox en Andalucía: cuando las autonómicas de 2018, la del partido que lidera Santiago Abascal fue la lista más votada en esta población de casi 85.000 habitantes. Caso único en la región que entonces supuso una convulsión enorme y el transcurrir del tiempo ha tamizado, puede que diluido, al calor de las peculiaridades del lugar.
El pueblo es, además, epicentro nacional de la riqueza desigualmente distribuida: según el INE, se sitúa como el undécimo municipio de España por la cola en renta media por habitante –el más pobre es Níjar, a unos setenta kilómetros–, lo que significa que una inmensa mayoría de los empadronados dispone de mucho menos que de los 8.358 euros que el órgano estadístico atribuye a cada cual para salir adelante cada año.
Pese a todo, la comarca del Poniente Almeriense gusta de cuidar sus señas, incluso aquellas que ofrecen ciertos claroscuros sobre una tierra cercada por los tópicos. Los invernaderos han transformado esta zona en la huerta de Europa mediante la agricultura intensiva basada en un eficaz sistema de aprovechamiento hídrico asistido por el exprimido resuello de una mano de obra de procedencia magrebí y subsahariana que percibe un sueldo mensual que frisa los 600 euros. El 30 por ciento de los residentes es de origen foráneo, casi todos norteafricanos.
«Dan pena las criaturas»
Hace veinte años, los propietarios de las explotaciones les ponían transporte; hoy van a pie o en bicicleta. O como pueden. A Manuel García Martín, empresario agrícola jubilado, le «dan pena las criaturas. En mi época, los organizábamos en cuadrillas y los trasladábamos al plástico en furgonetas. Ahora es el sálvese quien pueda. El campo ha perdido humanidad con los invernaderos».
La campaña electoral en El Bulevar, jalonado de sucursales bancarias, bares, restaurantes y tiendas de moda de gusto muy dispar, apenas se advierte si no es por una sobria cartelería entre la que predomina la del candidato del PP.
Hace un calor de plaga bíblica. Un grupo de mujeres almuerza en la terraza de La Bodega del Jamón. «Aunque seamos de El Ejido, no vamos a votar a Vox, sino a Juanma». También aquí, el aspirante popular ha mutado de Moreno Bonilla a Juanma: un logro indudable el de que un malagueño tenga buena entrada por estos pagos.
Para Javier Moreno, camarero del local, «Juanma» figura también como primera opción en sus preferencias el próximo domingo. Aunque le gusta la alicantina Macarena Olona. «Un modelo de Junta como el de Castilla y León sería bueno para El Ejido: se acabaría la cultura del subsidio y se controlaría de una vez la inmigración irregular». Sorprendentemente, ha tenido que venir un trabajador de la hostelería para poner el foco sobre dos asuntos que apenas han sido abordados por los candidatos durante esta campaña de baja intensidad. Por extraño que resulte, la Andalucía subsidiada y desigual pasa estos días de puntillas entre el soniquete de la corrupción pepera agitado por Sánchez (un lince) y el sueño alimentado, tras la inflexión de 2018, de convertir Andalucía en la California de Europa.
El desdén del PSOE
La de El Ejido supuso la primera experiencia de gobierno para Vox en España: acaparó el 30 por ciento del voto en las municipales de 2019. El alcalde, Francisco Góngora, del PP, tuvo que cohabitar con la formación para poder seguir al frente del Consistorio. Lleva con la vara de mando en la mano desde 2011. Durante ese año y medio de coalición, Vox, que asumió la Concejalía de Urbanismo, defraudó las expectativas de los ejidenses al «mostrar patentes carencias en su capacidad de gestión». Esto lo dice el propio munícipe, que no obstante dirige la artillería de sus reproches hacia el manifiesto desdén de los gobiernos del PSOE por la comarca, en la que, lo firma ante notario, no invirtieron «ni un solo euro».
Vox, que quedó en segunda posición tras el PP en esa convocatoria electoral, presentó como candidato a la alcaldía al abogado Juan José Bonilla, hijo de uno de los tres asesinados por magrebíes en los sucesos de febrero de 2000, cuando los enfrentamientos entre los vecinos y la población inmigrante conmocionaron a toda España.
Mano derecha e izquierda
La coalición naufragó por dos razones, como admitieron los propios representantes locales de Vox: un exceso de tutela desde la dirección nacional del partido y una acertada estrategia del PP, que consistió en arrebatarles banderas como la inmigración, la agricultura y la persecución del chabolismo, redoblando las acciones de integración social, mediante la intensificación de las inspecciones dirigidas a monitorizar las condiciones laborales de los temporeros en los invernaderos y con una expeditiva política orientada a acabar con los asentamientos ilegales. Combinación de mano derecha (contundencia normativa) y mano izquierda (políticas sociales) que devolvió la plena hegemonía al PP –gobierna desde 1991– y sembró dudas en torno al proyecto del otro Bonilla: el de Vox. «Su ideario es de eslogan, ese que luce bien en mítines o en las proclamas electorales, pero les falta mucha experiencia en el día a día y sobre todo conocimiento de la realidad», se recrea Góngora. Con todo, la expectativa electoral de Vox es repetir los tres escaños por la provincia obtenidos en 2018. Los mismos que obtendría el PSOE, de acuerdo con las últimas estimaciones.
Gabriel Zaccaria Sarr, de Senegal, 55 años, no lo admitirá ni aun bajo amenaza pero es de los que aún creen en las opciones del socialista Juan Espadas. Nacido en un pequeño pueblo del centro de su país, donde se desempeñó como concejal una temporada, llegó a España en 2005 «por una mezcla de curiosidad y necesidad». Recorrió las ocho capitales andaluzas antes de recalar en El Ejido, donde se casó, formó familia y, luego, se divorció. Aguantó como temporero hasta 2014, cuando se rompió la espalda en los invernaderos y tuvo que someterse a varias operaciones para recuperar la movilidad. Desde entonces, trabaja con varios colectivos de inmigrantes que tratan de ayudar a los recién llegados a integrarse en el marasmo ejidense. Él lo logró: es tan español como un señor de Burgos.
«No soy transparente»
Zaccaria se destapa como un Séneca en materia de sentencias: «La política andaluza es peor que la que yo conocí en Senegal». Y así. Hace poco, trató de gestionar una ayuda social en el ayuntamiento y jura que no le hicieron caso. «Como si fuera transparente. Y no: soy negro». Está muy enfadado, entre otras cosas porque, dice, lo que lo consigue para otros, no es capaz de lograrlo para él: «Llevo dos años intentando alquilar una vivienda, pero mi color de piel me lo impide. Date una vuelta por El Bulevar; pregunta cuántos pisos vacíos propiedad de empresarios del plástico hay. Son decenas. No los alquilan a los inmigrantes porque no les da la gana, y porque no necesitan la renta para vivir».
Para Juan Antonio Lorenzo, líder provincial del PSOE, son todo parabienes: «Hay una diferencia entre Lorenzo y los del PP: él, por lo menos, escucha. El resto de los políticos de aquí ni se percata de tus demandas».
Mientras habla, Zaccaria atiende el teléfono de forma incesante con peticiones de todo tipo que promete tratar de resolver. «Casi todos buscan una vivienda digna para abandonar los barracones de los invernaderos, donde las condiciones son inhumanas y la temperatura en verano insoportable».
El bar de los irreductibles
Muy cerca de esos barracones del infierno particular de Gabriel se sitúa la pedanía de Las Norias, donde una iglesia católica muy poco frecuentada y una inmensidad de invernaderos que daña los ojos de un solo vistazo componen un escenario que ha sido aprovechado por varias productoras para rodar series de televisión ambientadas en la Almería de hoy o en viejos parajes exóticos, como cuando David Lean escogió la playa de Los Genoveses para recrear las peripecias orientales de Lawrence de Arabia.
En el estanco, se arraciman los temporeros que acaban de concluir su jornada de trabajo, estirada como un chicle desintegrado por un sol implacable. La empleada conoce al dedillo las preferencias de la clientela. El tumulto se disuelve en cosa de minutos. Té y barracón.
Fernando Fuentes regenta en Las Norias el bar Acuario, donde ningún inmigrante puede acceder. Hace años, asegura que varios extranjeros asaltaron su local, le agredieron y robaron la recaudación de la caja registradora. A partir de ese momento, decidió tomar el todo por la parte y aplicar la reserva del derecho de admisión al 70 por ciento de los potenciales clientes del negocio. De las paredes del establecimiento cuelgan banderas de España con el águila de san Juan y algún que otro símbolo inconstitucional. La parroquia es la habitual, la de siempre: un club exclusivo que se retroalimenta. Sus conversaciones discurren en bucle: los inmigrantes no respetan la autoridad, solo causan problemas y se pasan por el arco del triunfo algún que otro precepto del Corán. Andan, eso dicen, a la espera de que «los chicos de Vox vengan a la discoteca». El local tiene una pista de baile en un reservado que Fuentes cede de forma gratuita a Abascal y su equipo cada vez que recalan por Almería. Lo dice con toda convicción, del mismo modo que presume de haber disputado una pelea de boxeo a Mayweather, quien, por cierto, le dejó algunas lesiones. Qué cabía esperar.
En su recalcitrante militancia, los clientes del Acuario niegan que Olona esté defraudando las expectativas y que Vox vaya a firmar una tarjeta discreta el 19-J. De hecho, aseguran que será la primera presidenta de la Junta de Andalucía y que, naturalmente, el triunfo habrá de ser celebrado en la discoteca que acoge las tripas del local. La sombra de Abascal y su gente planea sobre este lugar terroso y acre en el que es imposible escapar del calor.
Quién sabe: en el paradójico Poniente Almeriense nada es descartable. La contradicción, y hasta la desigualdad, a veces ofician como baza: cuando El Corte Inglés decidió abrir uno de sus centros comerciales en la provincia descartó hacerlo en la capital. Escogió El Ejido tras comprobar que no pocos, los suficientes, andaban forrados. En plástico.
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