Cómo se trabaja en el edificio más inteligente del mundo.
En su cuento “Baterbly, el escribiente”, tal vez la mejor expresión literaria de la rebeldía frente a la alienación y el absurdo del trabajo cotidiano, Herman Melville describía así las oficinas de los protagonistas: “ocupaban un piso alto en el n.º X de Wall Street. Por un lado daban a la pared blanqueada de un espacioso tubo de aire, cubierto por una claraboya y que abarcaba todos los pisos. Este espectáculo era más bien manso, pues le faltaba lo que los paisajistas llaman animación. Aunque así fuera, la vista del otro lado ofrecía, por lo menos, un contraste. En esa dirección, las ventanas dominaban sin el menor obstáculo una alta pared de ladrillo, ennegrecida por los años y por la sombra; las ocultas bellezas de esta pared no exigían un telescopio, pues estaban a pocas varas de mis ventanas para beneficio de espectadores miopes. Mis oficinas ocupaban el segundo piso; a causa de la gran elevación de los edificios vecinos, el espacio entre esta pared y la mía se parecía no poco a un enorme tanque cuadrado”. Un lugar oscuro, a buen seguro ocupado por ese mobiliario funcional y gris que tanto daño ha hecho al estado de ánimo de los trabajadores desde hace muchas décadas. Un espacio tan impersonal que podría decirse un no-lugar.
Tal vez Baterbly, personaje principal del relato de Melville, no se hubiera mostrado tan terco en su mansa dejación de funciones si hubiera atravesado todos los días la puerta de The Edge, en Amsterdam. Este edificio está considerado el más inteligente del mundo y, también, el más ecológico. Nadie tiene un espacio de trabajo fijo, los despachos y las mesas son ocupados según la demanda de cada momento y los trabajadores utilizan su teléfono móvil para gestionar sus agendas y necesidades: desde un lugar en el aparcamiento para coches eléctricos, a la temperatura ambiente, la altura de la silla o la reserva de una sala de reuniones. Ron Bakker, el diseñador de esta joya arquitectónica, asegura que su experiencia en The Edge les demuestra que “el espacio de trabajo en una oficina no es tan importante; lo realmente importante es construir una comunidad, y que la gente tenga un lugar a donde ir, en el que nutrirse de ideas y construir el futuro”.
Toda la actividad de The Edge es monitorizada y la enorme cantidad de datos recogida se analiza para organizar toda la actividad del edificio. La idea no es únicamente conseguir una arquitectura eficiente -los paneles solares que alimentan The Edge producen más energía de la que consumen-, sino también aprovechar los recursos humanos al máximo haciendo la vida de las personas más cómoda. Aunque sólo sea por la abundancia tecnológica, desplazarse hasta un espacio tan singular debe resultar menos duro un lunes por la mañana. Porque, como asegura Coen van Oostrom, fundado de OVG Real State (propietarios del edificio), “en esta oficina moderna cada día es diferente”.
OTRO MUNDO TENCOLÓGICO YA HA LLEGADO PERO ¿CÓMO NOS VAMOS ADAPTAR?
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