El brujo de Rajoy
Sobre el asesor del presidente del Gobierno.
Mariano Rajoy tiene en plantilla a un brujo que le da instrucciones, consuelo y masajes para el ego en los trances de mayor nerviosismo, aunque el presidente del Gobierno contagie la impresión -seguramente engañosa- de que no siente ni padece. Ese émulo de Rasputín se llama Pedro Arriola y, al parecer, lleva cerca de un cuarto de siglo trazando en la sombra la política de los gobiernos de derechas: ya sean los del expeditivo José María Aznar, ya los del más circunspecto Rajoy.
Tan grande y persistente en el tiempo es la influencia del consejero Arriola que, a juicio de su delator, el antiguo ideólogo del PP Guillermo Gortázar, podría bautizarse ya como "arriolismo". Consistiría tal corriente de, digamos, pensamiento, en una especie de política zen basada en no hacer nada y dejar pasar las cosas a la espera de que el adversario cometa alguna equivocación.
De ser así, no se trataría de novedad alguna. El lema: "Dejar hacer, dejar pasar" es un famoso principio del liberalismo con el que su autor, Vincent de Gournay, defendía el libre mercado, la abolición de las aduanas, las rebajas de impuestos y la mínima intervención del Gobierno en la economía. Tales son los fundamentos de la actual Unión Europea, aunque sería exagerado pensar que Rajoy los esté aplicando a la gobernación de España.
Bien al contrario, el actual presidente usa todos sus resortes de poder para cambiar las reglas del mercado. En solo dos años ha modificado ya los procedimientos de contratación y el peso de los salarios públicos en los Presupuestos, además de facilitar el despido y la rebaja de los haberes que percibían los trabajadores en general. No parece que esa sea exactamente una política de "laissez faire, laissez passer"; pero ya se sabe que en estos asuntos de gobierno importa menos la realidad que la fama. Y Rajoy, hay que admitirlo, se ha construido una reputación de político indolente al que cuesta un mundo tomar una decisión.
Mucho es de temer que esa idea la haya propalado el mismo Rajoy con su afición a fumarse un puro, hacer ostentación del "Marca" bajo el brazo y ocultar sus intenciones incluso a la hora de designar un candidato al Parlamento Europeo. Se diría que hace como que no hace para que nadie se entere de lo que está haciendo.
El propio presidente lo aclaró con enrevesado razonamiento al explicar por qué no había solicitado hace un año la intervención de la "troika" en España, cuando todos -así en la oposición como en su propio partido- le urgían a tomar tal medida. "A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión: y eso es también una decisión", aclaró para pasmo del tendido.
Cuesta creer que un gobernante de perfil tan complejo sucumba al "arriolismo" o cualquier otra brujería de salón capaz de marcar desde la sombra las estrategias de gobierno del Estado. Difícilmente habría ocurrido así en el caso de Aznar, que solo atendía a los consejos de George Bush en materia bélica; y menos aún en el de Rajoy, que a lo sumo se limita a complacer los deseos de Angela Merkel.
No queda sino deducir que está muy sobrevalorado el papel de los brujos como Arriola. En realidad, solo hay constancia de que acudiese a esos servicios Manuel Fraga, que se hacía tratar sus dolencias de cadera por un afamado fisioterapeuta informalmente conocido como "O Bruxo" por los prodigios que obraba en las articulaciones de los deportistas. No parece que sea el caso de Rajoy.
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