Juncker (izquierda) con Schulz, el pasado 3 de marzo en Berlín
Arranca la campaña más reñida hacia la cúpula del poder europeo
La elección de Juncker cierra la nómina de candidatos a presidir la Comisión.
Europa se hará en los cafés, decía George Steiner. Y de pronto los diarios belgas discuten sobre el aborto en España, en los bares de Berlín se habla de la deuda griega y de la edad de jubilación en Francia, Dinamarca cuestiona el grado de libertad de expresión en Hungría, los británicos se miran en el referendo antiinmigración de Suiza. La crisis ha abierto una fractura Norte-Sur, ha visto crecer el eurodesencanto, abre la veda de los populismos y quién sabe si de algo más. Pero también europeíza los debates: la campaña para las elecciones se presenta reñida, intensa como pocas veces.
El socialcristiano luxemburgués Jean-Claude Juncker, flamante candidato del centroderecha, competirá con el socialdemócrata alemán Martin Schulz, el liberal belga Guy Verhofstadt, el izquierdista griego Alexis Tsipras y los verdes José Bové y Ska Keller, una cosecha que conjuga viejas glorias con alguna cara nueva. Todos ellos buscan desesperadamente volver a enamorar a una ciudadanía que tiende al escepticismo.
Las elecciones pueden crear un genuino espacio público europeo
Las elecciones europeas solían quedar lejos: servían para aparcar elefantes políticos, registraban gran abstención, poseían un aire como de cursillo de barrio sobre lo importante que es Europa. Ya no. Cinco años después del inicio de la crisis, la Unión tiene una (¿última?) oportunidad para recomenzar en busca de un nuevo liderazgo en la Comisión, el Consejo, el Parlamento y la diplomacia exterior. El quid de la cuestión es la respuesta a la Gran Recesión, que dista mucho de haber terminado pese a que los actuales mandarines intenten endulzar su desabrido legado. Pero tan importante como la respuesta económica es la lucha por un genuino espacio público europeo, que solo puede crearse a través de la dramaturgia de unas elecciones.
» Más democracia (o no). Los populares han ungido a su líder en unas primarias inéditas en los grandes partidos. Y el Tratado de Lisboa ofrece otra novedad: los primeros ministros propondrán al candidato a la Comisión, pero deben tener en cuenta el resultado electoral; el Parlamento que salga del 25-M tendrá la última palabra. Los partidos quieren que el candidato ganador sea presidente de la Comisión, pero en los cenáculos de Bruselas se discute ese automatismo: la fórmula es lo suficientemente ambigua como para que nadie sepa qué va a pasar. Salvo victoria clara de uno de los partidos, saldrán a la luz más nombres. Hay más cosas que no cambian: no hay listas transnacionales. Ni Juncker ni Tsipras, además, van en las listas electorales.
Ni el luxemburgués ni el griego Tsipras van en las listas al Europarlamento
» Bienvenida, gran coalición. Los sondeos dan empate técnico entre socialdemócratas y populares, que suman suficientes apoyos como para formar una gran coalición a la alemana. Por detrás, bajan liberales y verdes, sube la izquierda y crecen los populismos, pero sin llegar a asustar.
» Desafección. La gestión de la crisis corre el riesgo de convertir el proyecto europeo en una mera organización intergubernamental, con una Comisión casi convertida en una secretaría del Consejo —dominado con mano de hierro por Berlín— y un Parlamento que a menudo se limita a asentir.
La política tiene cada vez menos tracción. No es solo que los idearios económicos de los grandes partidos no presenten grandes diferencias: casi nadie en Europa habla de reestructurar las deudas, un innombrable tabú destinado a desaparecer cuando la crisis vuelva por sus fueros. Los Gobiernos no tienen margen para usar la política fiscal porque las reglas europeas son una especie de camisa de fuerza; la política monetaria está en manos de un BCE germanizado. “Con esta crisis, las crecientes desigualdades y la impotencia democrática tanto en las instituciones europeas como en las capitales, no es extraño que haya crecido tanto la desafección dentro de los países y con el proyecto europeo”, resume el sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca.
» Cabezas de cartel. “Juncker lleva un cuarto de siglo en Europa, y ha pilotado la discutible respuesta a la crisis en el Eurogrupo. El discurso de Schulz es algo más simpático con la periferia, pero él fue uno de los principales negociadores de los socialdemócratas alemanes para entrar en el Gobierno de Merkel, y no se ven grandes cambios. Quizá Tsipras sea más rompedor, pero su discurso aún es difuso. ¿Se puede hablar de un liderazgo refrescante?”, cuestiona Agustín José Menéndez, del Instituto Europeo de Florencia.
» ¿Hay alternativas? “¿Por qué Europa?”, se preguntaba Merkel antes de la crisis; ella misma apuntó la respuesta que sintetiza lo que han hecho las instituciones en los últimos años: “Necesitamos una democracia acorde con el mercado”. Tras años de indigencia, la izquierda trata de sacar la cabeza con otro punto de vista: necesitamos un mercado acorde con la democracia. “La campaña europea debería ofrecer ideas, opciones; no está claro que vayamos a tener verdaderas alternativas”, avisa una fuente europea. El consenso ha virado: “Hace unas décadas la ortodoxia giraba alrededor de la idea del Estado del bienestar. Ese contrato social se ha roto: este es el tiempo del No Hay Alternativa neoliberal. Las elecciones deberían ser catalizador que permita que eso pueda cambiar. No lo parece”, cierra un diplomático.
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