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miércoles, 12 de febrero de 2014

A MI ME CIEGA EL AMOR AL DINERO COMO A LA INFANTA

Fanta, Infanta e infantiloides fabuladores

El amor que ciega a doña Cristina para ignorar lo que hace su marido.

La Infanta o "la que no habla" de acuerdo con el significado de su título de criatura privilegiada ante Dios y los hombres -pues es hija de un monarca y la monarquía es de origen divino, aunque los reyes ya no curan a los enfermos de bubas imponiéndoles las manos y ni siquiera se curan a sí mismos una fractura, lo que les importa no un huevo de las cinco docenas y media o por ahí que hizo Fabergé para zarinas, zares y plebeyos de mucha pasta, sino una liendre, porque los gastos de la intervención quirúrgica se los pagamos a escote pericote la gente, también la antimonárquica- podía permanecer muda y no abrir la boca y negarse a pronunciar un monosílabo por no querer convertirse en una vulgar fanta o "la que habla", cuando fue interrogada por el juez respecto de los tejemanejes financieros perpetrados por su Palmerín truhán, que no caballero, al que por su casamiento ella hizo duque. Pero, al parecer, habló y lo hizo al modo de un Crisóstomo o pico de oro, si se cree a uno de sus eufóricos abogados, ex más que simpatizante del Frente de Liberación Popular de Cataluña.
Y en cuanto a su llegada al Juzgado en el día octavo de este febrero marcial y furibundo, festividad de una serie heteróclita de santos, en los que únicamente figuran dos mujeres, una llamada Quinta, martirizada en Alejandría bajo el imperio de Decio, un emperador panonio de familia romana, pero nacido en la frontera de las actuales Hungría y Austria, apelado por los cristianos feroz tirano; y la otra Josefina Bakhita, una sudanesa de vida novelable que, comprada a unos negreros esclavistas por un diplomático italiano, viajó con él a Italia, se hizo católica, entró en un convento, falleció en la primera mitad del siglo pasado y fue canonizada por Juan Pablo II, figurando en el santoral como Virgen y Santa-, la Infanta o Fanta, que según muchos pelotas está sufriendo de modo bárbaro una tortura, merecedora de ser elevada a los altares, como también lo sabían hasta los gallos que cantaron la hora del alba, no llegó al Juzgado en el coche de San Fernando, sino en automóvil y saludando a la concurrencia para darle los buenos días, con el aspecto afable de quien no se siente perturbado y mostrando el semblante de hallarse sosegada, como la que va a la peluquería y no espera un estropicio en el corte ni en el color del cabello ni tampoco reveses más desagradables ni nuevas malas, saliendo del Juzgado muy risueña. Y sin duda que hizo requetebién dejando clara la robustez de su estado de ánimo por saberse archiprotegida de expresiones corporales y verbales agresivas o dañinas contra su persona, y porque no ignora que la justicia es, en efecto, la misma, pero sólo para cuantos son sus semejantes, como su marido y su prole, su madre, su hermana y retoños, su hermano y su esposa e hijas, no para toda la ciudadanía, como afirmó su irresponsable e intocable padre. Pues en un sistema tan bestialmente clasista como éste no hay igualdad ni en la vida ni en la muerte de las personas. No es ni parecido que éstas sean ricas o pobres. Ni siquiera a la hora de ser juzgadas, y más aún en estos precisos momentos en los que la justicia cuesta dinero y, en consecuencia, la distancia en cuanto a equidad se ha convertido en una fosa séptica infranqueable; ni tampoco en la salud y la enfermedad son ni ligeramente parecidas entre hambrientos lázaros y opulentos epulones. Pero lo peor y más ofensivo respecto del affaire Urdangarín son las culebronescas narraciones acerca de los porqués que la nueva Polinarda cuenta acerca de su pasmosa ignorancia de las bribonadas y actividades delictivas de su Palmerín no de Oliva, sino de Palma, que alcanzan en algunos tramos del relato la categoría de las llamadas novelas-romance. Su relato, traducido a ese género infraliterario, alcanzaría el clímax cuando, loca de amor, se arranca los ojos para no ver las infidelidades y cambalaches del esposo.
Sin embargo no solo ella, la Infanta o Fanta, hace literatura. Hay algunos otros fantásticos, infantiloides fabuladores, que tejen cuenteretes para consumo de mentecatos, como ese de que ahora resulta que Francisco Correa, cuyo apellido es Gürtel en alemán, como ya está en la cárcel y ya no puede entrar en ella y se encuentra hasta el bocado de Adán de delincuencias probadas, se convierte en hostia, víctima propiciatoria y chivo expiatorio que va al altar del sacrificio en el lugar de un colega y va y dice que Paco Álvarez Cascos no es el P.A.C. de los papeles muy higiénicos de Bárcenas o Luis el cabrón, sino él, algo que sólo puede tragarse un ograzo famélico que no distinga la carne de gato de la de liebre. Si a F. Correa le dieran el hipocorístico familiar de Paco, que nadie usó públicamente para nombrarlo, las siglas de su nombre y apellido serían P.C. La A no puede meterse en medio, aunque sea decorativa y muy necesaria para salvar al verdadero P.A.C. y de paso a unos cuantos más sin duda: a no ser que se llame Paco (Francisco) Alegre o Agapito o Antinógenes o Ansano Correa, y le diera vergüenza decirlo, porque los desvergonzados a lo grande suelen ser muy pudibundos y vergonzosos en las nimiedades.

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