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domingo, 17 de marzo de 2019

UNA BARBACOA DE DESPEDIDA EN EL ASESINATO DE LOS HIJOS

Una barbacoa de despedida.

La madre de Godella convocó a sus mejores amigas el pasado domingo. «Nos quitan la casa, y si nos vamos para no volver...»

«Nos han pasado muchas cosas, y ahora si nos vamos para no volver me gustaría que conocieras a mi hija y que vieras a Amiel, por si fuera la última vez (...)». María Gombau, la mujer acusada de matar a sus dos hijos de tres años y medio y cinco meses en Godella (Valencia), se sentía cercada por la incertidumbre de tener que volver a empezar («nos van a quitar la casa», había contado) o por la amenaza de otro brote psicótico, eso está aún por determinar. Pero las últimas semanas había dado signos a los más cercanos de que algo iba mal y en los días que antecedieron al doble crimen esos signos fueron alarmantes. Esta misma semana los servicios sociales habían sido requeridos dos veces y la pareja llegó a temer que les quitaran a los niños.
El pasado sábado escribió y telefoneó a varias de sus amigas más íntimas -de las que también se había ido alejando- para convocarlas a una barbacoa en la casa ocupada de Godella en la que vivía con Gabriel Salvador Carbajal, su pareja, y los hijos de ambos y que habían arreglado con mimo, reparando techos, encalando paredes y amueblando estancias. «No sé qué haremos aún, han pasado muchas cosas. Necesito contarte», les dijo a varias de ellas y las invitó a esa celebración que nunca llegó a tener lugar. «Gabriel no quería que fuéramos», cuentan. Dos días después mandó un whatsapp a su madre, Noemí Mensua, que vive en Rocafort, el pueblo de al lado. «Voy a reunirme con el Creador» y ese mensaje era tan explícito que la abuela de los pequeños alertó y la Policía Local se presentó en la puerta de la casa de campo. «Están las dos locas», les dijo entonces Gabriel y nadie hizo nada.
El miércoles por la tarde Cristina, de 27 años, que entabló relación con María en la biblioteca de Rocafort cuando la joven estaba embarazada de Amiel, el niño mayor, y habían seguido frecuentándose, se presentó en Godella para verla. «No está, se ha ido a pasear sola», le dijó él. «Los críos estaban bien, pero me resultó extraño que María se hubiera ido sabiendo que la iba a visitar». Fue la última persona, ajena a la familia, que vio a las criaturas vivas. A las 24 horas los encontraron en sendas fosas detrás de la casa. Tanto ella como Julia, otra de las íntimas, ayudaron a la Guardia Civil en los rastreos, les hablaron de la vida de la pareja, de sus extrañas creencias y del ensimismamiento en el que parecía haberse sumido la joven radical, pero «dulce y cariñosa» con sus hijos y con sus amigos. «Ha tardado cinco años en aislarla de todo y en volverla loca», aseguran ambas. «María ya no era María».

«Dios me lo ha ordenado»


Cuando la encontraron escondida en un bidón, desnuda, ida, aterrada aseguró a los agentes y repitió luego balbuceando: «Si no me escapo, me mata. Me ha pegado una paliza». Esa parece ser la razón de que Gombau huyera despavorida por los campos a las siete y media de la mañana, perseguida por él, y también de que su pareja dijera a los agentes cuando acudieron a la casa: «No se preocupen. Están los tres muertos», tal vez pensando que ella se habría suicidado.
Antes de pasar a disposición judicial, Gabriel contó que al despertarse no estaban los niños y que su mujer les dijo que los había matado. Ella, ingresada en la unidad de psiquiatría del hospital de Liria, admitió que «Dios se lo había ordenado». Los investigadores los acusan a ambos de homicidio a la espera de determinar quién causó los múltiples golpes en el cráneo que acabaron con la vida de Amiel e Ichel y si ambos estaban presentes junto a la piscina, el más que probable escenario del doble crimen.
Los brotes de la locura tendrán que fijarlos los psiquiatras y determinar si María está gravemente enferma o no, igual que su pareja, con trazas inequívocas de controlador mesiánico. Ambos presumían de ser antisistema, creían en la reencarnación y los extraterrestres pero «no pertenecían a ninguna secta ni son unos yonkis», insisten sus amigos que han compartido mesa y mantel, risas y confidencias en la casa de la pareja, han jugado con Amiel en la alfombra de su cuarto y les han tomado el pelo a cuenta de sus «chaladuras». «María nos contó que estaba intentando purificar a los niños. La insistencia ya dejaba de hacernos gracia, pero si ella les ha hecho algo solo puede ser porque sufriera una crisis. Los quería con locura», reiteran Cristina y Julia, que ayer prestaron declaración ante el juez de Paterna que instruye el caso.
A Noemí Mensua, la madre de María, nunca le gustó Gabriel. La pareja vivía en Godella alquilada, pero la anciana a la que cuidaba María murió y se quedaron sin ingresos. Noemí acogió a su hija y a su nieto, disgustada con el rumbo que había elegido la familia. Gabriel ocupó un chalé en ruinas y empezaron a adecentarlo. Tenían luz, agua, camas y muebles, al contrario de lo que se ha dicho. «No nos gustaba cómo trataba él al niño, se peleaban por eso. Cuando lo hacían, Gabriel se llevaba a Amiel y amenazaba a María con quitárselo. Le pellizcaba y le empujaba como si fuera un adulto. Ella sufría y se lo recriminaba», detalla a ABC una de las amigas que frecuentaba la casa.
María Gombau, que fue detenida por participar en una protesta violenta ante las Cortes valencianas tras el 15-M, decía que había cumplido parte de la pena a trabajos sociales en Rubielos de Mora (Teruel) y que tal vez se instalarían allí, si los echaban del chalé de Godella. La barbacoa del domingo formaba parte de esa despedida. Eso creyeron sus amigas. Ahora casi tienen la certeza de que no era ese el tipo de adiós con el que fantaseaba María. «Por si fuera la última vez», les escribió. «Era una despedida para siempre», se lamentan.
AHORA LA CULPA LA VA TENR EL DUEÑO DE LA CASA QUE TIENE QUE PAGAR ABOGADOS PARA EJECERCER SUS DERECHOS,ESTA ES LA MARAVILLOSA DEMOCRACÍA QUE HAY EN ESPAÑA,QUE LA PROPIEDAD PRIVADA PRÁCTICAMENTE NO EXISTE NADA MÁS QUE PARA PAGAR IMPUESTOS Y NO ESTÁS PROTEGIDO.

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