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viernes, 19 de diciembre de 2025

DOMINIO POR AGOTAMIENTO.

 No quisiera escribir más sobre Pedro Sánchez. Me aburre. Me desgasta. Pero precisamente ahí reside una parte esencial de su estrategia política: esperar. Esperar a que el cansancio silencie a los críticos, a que la indignación se transforme en apatía y a que la denuncia persistente se diluya en hastío. No es improvisación: es cálculo. La fatiga social como herramienta de poder.

De todo su legado político -indecencias, incumplimientos, mentiras, concesiones y maniobras- hay algo especialmente grave y, a largo plazo, imperdonable: la división deliberada de la sociedad española. No hablamos de pluralidad ideológica ni de confrontación democrática sana, sino de polarización inducida, diseñada para fracturar, para obligar a tomar partido y anular cualquier espacio común. La política convertida en trinchera.

No existen cifras oficiales, pero distintos estudios sociológicos estiman que alrededor de un 14% de las separaciones de pareja se produjeron por discrepancias políticas en los últimos años. A ello se suman amistades rotas, familias fracturadas y entornos laborales envenenados por la sospecha ideológica. Este es el daño real: el que no se cuantifica en las encuestas ni aparece en los discursos institucionales, pero erosiona silenciosamente la convivencia. Ya no se puede hablar de política en casa, entre amigos y en el bar, ya no se pueden ver las noticias y la televisión en pareja, uno prefiere el activismo pagado por todos de la Silvia Intxaurrondo, programas como "Mañaneros" o "Malas lenguas", el otro prefiere la Cuatro y la Antena Tres, y hasta hay quien prefiere concursos, deporte y series para salirse de tanto periodismo y tertuliano que desprecia su código deontológico olvidándose de fiscalizar al poder e incluso por interés o ideología distorsionada prefiere ser activista y repartir propaganda sanchista. ¡Hay que tener bemoles para defender a este impresentable! Antes no pasaba, cada cual compraba su periódico con tendencias dispares, lo llevaba debajo de brazo (sin esconderlo) y nadie era señalado por ello. No existían las trincheras actuales. Aunque ya poco a poco se van cayendo del guindo casi todos con este sinvergüenza de Pedro Sánchez.

Sánchez actúa como un encantador de serpientes. O adhesión incondicional o rechazo absoluto. Él mismo ha destruido cualquier término medio, cualquier espacio de duda razonable o crítica leal. El diálogo se vuelve imposible cuando uno afirma blanco sabiendo que es negro y obliga al otro a participar en un intercambio falso, en un simulacro de debate donde la verdad es irrelevante. Quien le defiende lo traga todo. Y quien lo traga todo jamás tolerará la discrepancia.

Aquí no se discuten opiniones: se constatan hechos. Incumplió su programa electoral de forma sistemática. Prometió traer a los fugados ante la justicia y que cumplirían íntegramente sus penas. Aseguró que no habría amnistía por ser inconstitucional. Dijo que jamás pactaría con Bildu. Negó que Podemos entrara en el Gobierno. Todo ello consta en hemeroteca, en entrevistas, en debates parlamentarios. Mintió en todo. Sin excepción.

El resultado es sobradamente conocido. No necesita repetición, pero sí memoria, porque el olvido es el mayor aliado del abuso de poder.

A esto se suma el uso del poder como moneda de cambio permanente: prebendas, cesiones de competencias, condonaciones de deuda derivadas del despilfarro, y un reparto constante de recursos públicos para comprar apoyos parlamentarios. No gobierna con un proyecto de país reconocible: sobrevive mediante el trueque, prolongando su permanencia a base de concesiones sucesivas, cada vez más costosas institucionalmente.

Paralelamente, se ha producido un proceso de colonización progresiva de los contrapesos del Estado: intentos de control o influencia sobre tribunales, fiscalía, órganos de control económico, medios públicos y estructuras clave del sistema. No todos han sido capturados, pero el deterioro de la confianza institucional es evidente. La independencia deja de ser un principio y pasa a ser un estorbo.

Cuando afirma que no adelanta elecciones para "salvarnos de la derecha", no está defendiendo la democracia: la está negando. No es responsabilidad institucional, es desprecio a la soberanía popular. Se arroga la potestad de decidir qué debe votar el pueblo y cuándo puede hacerlo. Pretende salvarnos de nosotros mismos, de nuestra capacidad de decidir libremente.

¿Por qué ganan las derechas en España y en otros países? Porque las izquierdas gobernantes han sido capaces de hacerlo tan mal que hacen imposible cualquier segunda oportunidad. Conceden inmunidades a conveniencia, indultan según interés político, se corrompen, se protegen entre sí y convierten la hipocresía en ideología. El poder deja de ser un medio para mejorar la vida de los ciudadanos y se transforma en un fin en sí mismo.

La disyuntiva es simple: democracia o autocracia. Y la deriva es cada vez menos disimulada.

Conviene recordar qué exigía Sánchez al Gobierno de Mariano Rajoy: dimisiones por corrupción, por no aprobar presupuestos, por el caso Bárcenas. Llegó al poder mediante una moción de censura contra la corrupción del Partido Popular. Hoy incumple exactamente aquello que entonces consideraba inaceptable. No por ignorancia, sino por conveniencia.

Debería aplicar el mismo criterio que reclamaba: irse. No lo hará. No por falta de razones, sino por ausencia de límites. Su comportamiento se asemeja cada vez más al de un autócrata funcional que al de un demócrata convencido.

El daño social es profundo. La democracia, el pueblo, las mujeres, las personas trans o cualquier colectivo solo importan en la medida en que sirven como instrumentos retóricos y de apoyo para aferrarse al poder. Todo se utiliza. Todo se explota. La hipocresía aflora con los casos que han salpicado a su entorno político -Ábalos, Cerdán, Koldo, Salazar- y con los episodios de acoso sexual silenciados o minimizados por su partido. Silencio cómplice. Moral selectiva. Feminismo intermitente.

Y están sus socios: Podemos y Sumar, con figuras como Monedero o Errejón, exponentes de un feminismo que se desmorona cuando se le aplican sus propias consignas. Movimientos que predican virtud mientras protegen a los suyos. Por cargos, por subvenciones, por mantener el aparato, seguirán siendo tontas útiles del sistema que dicen combatir.

Se puede decir mucho más, no se cansen de denunciar. Eso es exactamente lo que espera el sanchismo -y todo lo que lo rodea-: que el agotamiento haga el trabajo que ellos no pueden imponer abiertamente. El silencio no es neutral. El cansancio no es inocente. Y la resignación es la victoria del abuso. Me cuesta resumir tanta indecencia en un mismo personaje.

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