Que un presidente y su gobierno se sienten a negociar con un prófugo de la justicia no es diálogo: es rendición.
No es estrategia política: es corrupción institucional.
No es gobernar: es traicionar el Estado de derecho.
Cuando el poder se acomoda a la mesa con quien desafía la ley, deja de representar a los ciudadanos y empieza a representar su propia supervivencia.
Se pervierte la justicia, se humilla la legalidad y se pisotea la dignidad de todos los que aún creemos en la igualdad ante la ley.
¿De qué sirve hablar de democracia si se negocia con quien la desprecia?
¿De qué sirve la justicia si el poder la convierte en moneda de cambio?
Es como ver al sheriff entrar en la cueva del bandido para pedirle que mantenga su estrella en el pecho a cambio de quemar todos los carteles de "Se busca". Una escena vergonzosa, indecente, impropia de un país que se dice libre.
Esto no es política: esto es la perversión del poder.
Y, ante esto, el silencio no es neutralidad: es complicidad.
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