Pedro Sánchez pasará a la historia, pero no por sus logros, sino por haber conducido a España hacia una decadencia política, moral e institucional sin precedentes. Hoy es conocido como "Pedro el Maduro", y no por edad o casualidad.
Que un presidente del Gobierno casi celebre el boicot a la Vuelta Ciclista a España es algo que roza lo delirante. Hablamos de un evento internacional que simboliza esfuerzo, superación y unidad, que proyecta una imagen positiva del país en el mundo. En lugar de garantizar que se desarrolle sin incidentes, Sánchez con sus palabras legitima el sabotaje. Así queda retratada España: un país gobernado por la dejadez, donde unos pocos pueden arruinar un espectáculo de talla mundial sin que el Estado cumpla con su deber más elemental, el de asegurar la convivencia y el respeto.
Mientras los ciclistas pedalean, Sánchez y sus socios se dedican a dividir, a tensar la cuerda y a ocultar tras la crispación sus propias indecencias políticas.
El catálogo de cesiones es interminable. Pacta con quienes homenajean a los asesinos de socialistas como Fernando Múgica, Fernando Buesa, Juan María Jáuregui o Ernest Lluch. Regala privilegios a los independentistas, perdona deudas millonarias que pagarán los ciudadanos, indulta a quienes prometió no indultar y consuma una amnistía redactada por los mismos delincuentes que se benefician de ella. Ha convertido la Constitución en un instrumento maleable para blindar a corruptos y prófugos de la justicia. Todo con un único fin: aferrarse al poder a cualquier precio.
El daño institucional es ya incuestionable. Sánchez ha colonizado el Tribunal Constitucional, ha sometido al Parlamento, ha debilitado al Poder Judicial y ha puesto a la Fiscalía al servicio de sus intereses. La igualdad ante la ley, piedra angular de nuestra democracia y derecho inalienable reconocido por los Derechos Humanos, ha sido pisoteada sin pudor.
Quien gobierna con semejante impunidad demuestra que no conoce límites. La mentira se ha convertido en su método, la claudicación en su estrategia y la degradación institucional en su legado. Hoy un prófugo de la justicia dicta la agenda de España, y el presidente de la nación se arrodilla ante sus exigencias.
España, bajo Sánchez, no solo se debilita hacia dentro: se degrada ante los ojos del mundo. Cada concesión y cada pacto oscuro nos acercan a la ruina institucional, económica y social. Mientras el deporte inspira unidad y sacrificio, la política de Sánchez encarna división, enfrentamiento y decadencia moral.
La verdadera batalla no está en la carretera, ni contra quienes pedalean dejándose la piel. La batalla real es contra quienes, desde la Moncloa, destruyen la democracia, pisotean la igualdad ante la ley y arrastran la dignidad de todo un país para salvar un sillón.
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