Entradas populares

lunes, 23 de junio de 2025

SALARIOS DE POBREZA

 Hay quien dice y repite que, si una empresa no puede pagar el salario mínimo, lo mejor que puede hacer es cerrar. Así, sin más. Como si el mundo empresarial y laboral fuera tan simple como una calculadora. Esa forma de pensar suena justa, pero, en realidad, es profundamente ignorante. Y peligrosa.

Porque si eliminamos de la economía a todas las pequeñas empresas, autónomos o emprendedores que no pueden pagar sueldos altos desde el primer día, lo que estamos haciendo no es defender la justicia laboral, sino dinamitar la base misma del tejido económico: el que crea empleo, forma a trabajadores y mantiene vivos barrios, pueblos y sectores enteros.

Es lo mismo que decir que los enfermos y los ancianos lo mejor que pueden hacer por la sanidad y la economía de un país es morirse por estar usando medios, dinero y personal que pudieran estar dedicados a los sanos.

Los trabajos duros y mal pagados no son inútiles, como no lo son los recursos invertidos en los más vulnerables.

En este discurso fácil de "todos deben cobrar lo mismo o más" se olvida algo fundamental: hay trabajos necesarios, duros, repetitivos, mal pagados... pero imprescindibles. El campo, la limpieza, el cuidado de mayores, la construcción, la hostelería. Muchos de estos trabajos los hacen inmigrantes que, con lo que ganan aquí, pueden vivir, ahorrar y enviar dinero a su país, donde el coste de vida es mucho menor. ¿Es eso explotación? No. Es parte de una economía interconectada, donde hay personas que aprovechan oportunidades que otros desprecian.

Sin sueldos bajos (temporales), la economía del país que quieran se colapsa.

Otra verdad incómoda: sin la existencia temporal de sueldos bajos -para empezar, aprender, rodarse o emprender- la economía no funciona. ¿Cómo se forma un joven sin experiencia? ¿Cómo arranca un autónomo con pocos recursos? ¿Cómo sobrevive una microempresa que apenas cubre gastos? Si obligamos a todos a pagar sueldos altos desde el minuto uno, solo las grandes empresas sobrevivirán. Y eso no es justicia: es apostar por el monopolio.

¿Y qué pasaría si todos cobraran lo mismo? Muy sencillo: nadie querría esforzarse, asumir responsabilidades ni emprender. Mejor ser peón sin preocupaciones que jefe con estrés, si al final todos ganan igual. Así se destruye la productividad y se dispara la inflación. Se premia la comodidad y se castiga el mérito.

No confundamos explotación con escalón.

La clave está en distinguir entre explotación y oportunidad. Un salario bajo como punto de partida no es explotación si existe movilidad real. Lo injusto no es empezar cobrando poco, lo injusto es quedarse ahí sin salida. Por eso necesitamos un sistema que permita progresar, no uno que mate cualquier intento que no arranque perfecto.

Cerrar empresas que no pueden pagar el salario mínimo no es defender a los trabajadores, es dejar a muchos sin ninguna alternativa. Es condenar a la informalidad, al paro o a depender del Estado. Es castigar el esfuerzo, la iniciativa y la capacidad de adaptación.

La economía real no es un eslogan. Es un equilibrio delicado entre justicia, eficiencia y sentido común. Y romperlo por ideología o ignorancia solo trae más pobreza y más desigualdad. Así de claro.

La realidad que nadie quiere decir: hay trabajos y salarios bajos que sostienen un país. Hay verdades incómodas que muchos prefieren ignorar por ideología política, pero que forman parte del día a día de cualquier país que funcione. Una de ellas es esta: la economía necesita trabajos mal pagados para sostenerse, y muchas veces esos trabajos los hacen inmigrantes que los asumen con dignidad, porque representan una oportunidad real.

Un ejemplo claro es el cuidado de ancianos. España -como otros países envejecidos- tiene millones de mayores que necesitan atención diaria. No pueden vivir solos, no pueden valerse por sí mismos. Muchos de ellos tienen pensiones mínimas, incluso por debajo de los 1.000 euros. Y no, no pueden pagar 1.200 euros al mes por tres cuidadoras/es legales, asegurados y con jornada de ocho horas. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Los abandonamos?

Hace veinte años, una inmigrante que llegó a España lo explicó claramente: "Yo cobraba 500 euros al mes como interna, vivía en la casa, trabajaba, ahorraba, mandaba dinero a mi país y estaba feliz". Hoy, esa misma mujer gana más del doble, pero ya no vive donde trabaja, paga 600 euros de alquiler, más transporte, luz, comida, y no le llega para vivir. Y lo peor: muchas otras como ella ya ni siquiera tienen trabajo, porque las familias no pueden pagar lo que la ley exige.

Convertimos a pensionistas en empresarios sin recursos. Lo absurdo es que hemos obligado a miles de ancianos con pensiones bajas a convertirse en "empresarios" de personal doméstico. Se les exige asegurar, pagar el salario mínimo, cotizar y cumplir con las normativas laborales... como si fueran grandes compañías. Pero no tienen los medios. Entonces, o contratan en negro -con miedo y culpa- o no contratan. Y mientras tanto, ni los mayores están bien cuidados, ni los inmigrantes tienen trabajo, ni el Estado da soluciones.

¿Por qué el Estado no crea residencias públicas para todos los mayores necesitados?

Muy simple: porque no da. Porque cuesta mucho dinero, personal, espacio y logística. Porque ese sistema ideal en el que todo está asegurado, regulado y bien pagado no se sostiene solo con buenas intenciones. Esa es la realidad. No es cuestión de voluntad política, es cuestión de números. Y los números no mienten.

El sistema necesita esos trabajos "mal pagados". ¿Es justo que alguien gane poco por cuidar a una persona mayor 24/7? No. Pero muchas veces es mejor eso que no tener ningún ingreso, o que esa persona mayor esté sola o en condiciones indignas. No se trata de justificar la precariedad como modelo, sino de entender que hay fases, hay contextos, hay realidades que no se resuelven con leyes rígidas ni con moral de salón.

Si el Estado quiere exigir sueldos altos, que los pague. Si no puede, que no impida que otros lo hagan con lo que tienen.

No confundamos dignidad con rigidez. Porque lo que se presenta como "progreso" sin respaldo económico, en muchos casos ha destruido empleos, ha encarecido servicios y ha dejado sin atención a los más vulnerables.

Decirlo no es ser insensible. Es tener los pies en la tierra. Porque lo verdaderamente cruel no es pagar poco. Es no permitir que nadie trabaje si no puede cobrar lo ideal. Y eso sí que margina.

No hay comentarios: