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miércoles, 25 de junio de 2025

EL AMIGO INCÓMODO.

 ¿Tenemos que resignarnos a disfrutar de cada obra de teatro que vemos (o cualquier otro espectáculo similar) sabiendo que vamos a sufrir las notificaciones o llamadas de varios móviles, ver las pantallas iluminadas de otros cuantos, o padecer el estruendo de alguno de ellos cayendo al suelo?

Ojalá recordase la última vez que esto no fue así. Pero no, no lo recuerdo. En el último año he visto obras de teatro, musicales, óperas, espectáculos de baile... Lugares todos, recordemos, donde al empezar te recuerdan que está prohibido grabar o tomar fotografías, te piden que apagues el teléfono o reloj, o que al menos elimines las alarmas y notificaciones. Pues, oye, que no, que cada vez peor, mucho peor. No ha habido espectáculo en el que no hayan sonado los teléfonos varias veces, muchas veces; personas manteniendo conversaciones de WhatsApp mientras (no) ven una ópera desde la tercera fila del patio de butacas y que, aún es más, comentan la conversación con la persona que tiene al lado; (supuestos) espectadores que iluminan sus pantallas para ver qué hora es o si tienen algún mensaje (cuestión de vida o muerte, supongo), y personas que se han puesto a grabar (y en repetidas ocasiones) parte de un espectáculo de baile sin ni siquiera ponerse coloradas.

Y, claro, todo esto ocurre a tu lado. Y, aunque no quieras, lo ves, te fijas, te desconcentra, te saca de lo que estás viendo, y te cabrea. Y si a ti te ocurre esto, ¿alguien se ha parado a pensar qué supone todo ello para el profesional que está encima del escenario, que está haciendo su trabajo y cuyo éxito muchas veces depende del nivel de concentración o de la conexión con el ambiente del lugar o los espectadores que lo están viendo? Es horrible y, sobre todo, una falta de educación y respeto tremenda. La propia Lolita Flores, en una de sus representaciones de Poncia, se alegraba y agradecía al público la gran y especial conexión que esa noche había tenido con su personaje, y que en eso influía que no habían sonado móviles, o al menos que ella no los había escuchado, porque sí, lamentablemente sí habían sonado. Y si así lo cuenta al público... ¿cuánto habrá tenido que aguantar cada vez que se ha subido a las tablas?

He de reconocer que no sé cuál puede ser la solución. Es más, creo que no la hay. Nada que no sea la educación y el respeto que cada uno tiene que mostrar y demostrar, y, visto lo visto, poco se puede esperar. Animo a quien corresponda a que intente buscar alguna solución.

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