UNA DELEGADA DE GOBIERNO "HERRADA"

 Desde que Adriana Lastra, en su toma de posesión del cargo de delegada de Gobierno, dijera que se está pensando acudir a Covadonga el Día de Asturias, muchos son los socialistas que, en privado, opinan que este año Lastra debería reunirse con el delegado de la Comisión Islámica en Asturias y fijar con él su agenda para la festividad del día 8 de septiembre, pues hay más de 3.400 musulmanes con nacionalidad española en Asturias, y son también parte del pueblo que quizá disfrute viéndola acudir con todo su potencial de adhesión emocional a los actos coránicos y prácticas rituales islámicas en la mezquita, incluidos los sacrificios cruentos de animales, las mutilaciones genitales o ablaciones de las niñas o la legitimación teológica de la violencia. Creen que sería bueno que este año Adriana Lastra pudiera celebrar con ellos el rezo colectivo, pues sería no solo la primera delegada de Gobierno que lo hiciera, sino la primera mujer. Y creen que no estaría de más que, al igual que viene haciendo con la confesión católica, tome buena nota de lo que ese día grande diga el imam en su mezquita e imponga condiciones a su discurso para que se ajuste a la particular ideología del partido del Gobierno y a la locuacidad de su delegada.

Desde luego, conviene levantar a los católicos la carga que supondría su presencia cada año en el Día de Asturias con sus interdicciones, aunque sea a costa de hacerla soportar a las demás confesiones religiosas, que hasta ahora se vienen librando. Esta costumbre estaba ya resultando escandalosamente incongrua con la tan renombrada reivindicación de la izquierda del Estado aconfesional, habiendo en Asturias musulmanes, evangelistas, budistas, hinduistas y hasta Baha,í, según el Observatorio del Pluralismo Religioso en España, con sus correspondientes lugares de culto.

Lo que Adriana Lastra debe tener por firme y seguro es que en el Real Sitio de Covadonga somos Iglesia, y no militantes del PSOE, y gracias a Dios tenemos la firme convicción de la verdad que encierran las palabras del Arzobispo, que establecen el verdadero progreso moral y ético, y que, no solo por religión, son nuestras.