La Policía detuvo ayer, junto a otras cinco personas, al comisario jubilado José Manuel Villarejo en el marco de una operación anticorrupción ordenada por el juez García Castellón, de la Audiencia Nacional, que lo acusa de lucrarse con «servicios especializados de inteligencia y de facilitar la entrada ilegal de ciudadanos no comunitarios en territorio español». Villarejo es una de las figuras más polémicas de la jerarquía policial en los últimos treinta años. Su nombre ha venido apareciendo, como un Guadiana, en algunos de los más turbios episodios en los que se han visto envueltos altos cargos del Cuerpo, desde aquel informe Véritas (hecho a medida para comprometer al juez Garzón) hasta las andanzas de ese zarramplín conocido como el «pequeño Nicolás», pasando por otros focos de polémica más lesivos para el buen nombre de la Policía. Paralelamente, se le conoce un rumboso patrimonio surgido a rebufo de un complejo entramado de empresas que hizo compatible con su estancia en puestos relevantes en la seguridad del Estado cuya remuneración no daba para tanto. Cuando su estrella declinó, Villarejo decidió despedirse como nunca lo ha de hacer un servidor público, disparando en una entrevista televisiva contra instituciones y altos cargos del Estado, naturalmente sin aportar pruebas ante la cámara. Su apartamiento de puestos de relevancia (por organigrama o influencia real) llegó demasiado tarde, pues para entonces había acumulado un conocimiento casi cartográfico de las llamadas «alcantarillas del Estado», tan de moda sobre todo en los noventa. Su detención, acusado de cohecho, organización criminal, blanqueo de capitales y delito contra los derechos de los extranjeros, marca el final de la carrera que nunca hubo de tener una persona tan poco fiable. Mucho ha tardado Asuntos Internos en poner coto a su historial.
PARECE QUE HASTA LOS CUERPOS PÚBLICOS MÁS QUERIDOS ESTÁN TOCADOS POR LA CORRUPCIÓN. HAY MUCHAS COSAS QUE NO SE DESTAPAN O SE DESTAPAN TARDE.LA OCULTACIÓN CREA MAYOR CARCOMA.
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