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miércoles, 25 de diciembre de 2019

UNA VIDA DESTROZADA POR UN KAMIKACE.

Una vida destrozada por un kamikaze


Víctor López, de 20 años, se dirigía el domingo al supermercado en el que trabajaba como carnicero cuando chocó de frente con un coche que circulaba en dirección contraria a toda velocidad en la M-50.

Víctor solía dormir con su madre. Ocupaba el lugar de la cama que dejaba vacío por las noches su padre, que se iba de madrugada a trabajar de guarda de seguridad en un centro comercial en sus horas de cierre, patrullando pasillos vacíos. Solos, en la oscuridad de la habitación, madre e hijo a menudo recordaban a Roberto, el hermano mayor muerto un año atrás. Aquella pérdida arrasó con ellos, pero en última instancia se tenían el uno al otro a oscuras, en una escena que parecía sacada de la infancia. [Actualización: El juez imputará al kamikaze de la M-50 por homicidio doloso y lo mandará a prisión]
La madrugada del domingo, Víctor se levantó a las seis de la mañana en Rivas Vaciamadrid. En una hora debía estar en el Carrefour de San Fernando de Henares, el supermercado que lo había contratado dos días antes como carnicero. Era un empleo que podía compaginar con su grado superior en animación sociodeportiva. Se duchó, desayunó y bajó a su coche. Antes de arrancar y enfilar el camino a la M-50, una carretera con poca circulación a esas horas, no leyó el último mensaje que le había enviado su madre por WhatsApp: "Que se te dé bien el día".
No vio el amanecer. Al poco de rodar por la carretera, a la altura de Coslada, le embistió a toda velocidad en la puerta lateral, según los primeros resultados de la investigación, un Golf morado. Al volante iba Kevin Cui, un hombre de 35 años al que su familia había perdido de vista esa noche. Víctor López, de 20, murió al instante, atrapado en la carrocería. Cui, que dio positivo en la tasa de alcoholemia, salió por una ventanilla del coche tuneado y estuvo caminando por el arcén, desorientado, hasta que llegó la ambulancia.
Unos minutos antes del impacto, una mujer conducía por la M-50 de camino a una competición de triatlón que iba a disputar su hija. Subía una cuesta por el carril derecho cuando el coche de Cui le adelantó "a toda leche". El tubo de escape sonaba como un proyectil. El coche aceleró todavía más, recuerda por teléfono, y pasó a hacer eses de un lado a otro. Aminoró, asustada por lo que estaba viendo. Cuando el conductor se detuvo en el arcén, aprovechó para esquivarlo. Su hija miró para atrás y no podía creer lo que veía:
—Acaba de hacer una pirula y sube en dirección contraria a todo meter.
La mujer llamó de inmediato a las otras madres que se dirigían a la misma competición con sus hijos. Les alertó de que corrían el riesgo de toparse con un coche enloquecido. "Les dije que tuvieran mucho cuidado, estaban a punto de cruzarse con un loco". Pocos minutos después su hija recibió un mensaje de una amiga contándole que el conductor errático se había estrellado contra otro de frente.
A la mujer se le quedó mal cuerpo para el resto del día. Por la tarde, al llegar a casa, llamó a la Guardia Civil: "Para mí, es un asesino. No quiero que ahora ponga excusas como que se equivocó de salida o lo hizo sin querer. Sabía perfectamente lo que hacía". Si fuera a ella a quien le hubieran embestido, dice, le gustaría que otra gente hiciera lo mismo y contara la verdad.
La escapada del coche tuneado se llevó por delante la vida de un joven que comenzaba a salir de la bruma en la que le había sumido la muerte de su hermano, cinco años mayor. El trabajo nuevo, retomar los estudios, la perspectiva de presentarse en el futuro a las oposiciones de bombero o policía, le habían levantado el espíritu. También hacía un esfuerzo para proteger a sus padres, explica una tía, con los que hacía de bálsamo en el difícil trance que vivían tras perder a un hijo.
Víctor llevaba cinco años con Laura, su novia. Con ella pasó la última noche. Cuando se enteró del accidente se metió en Internet a buscar la noticia para desmentir lo que le contaban por teléfono (no podía ser verdad). Y encontró un resquicio. En las informaciones de agencias que circulaban esa mañana por los periódicos digitales se decía que el fallecido en el choque tenía 35 años y el superviviente, 24. Su novio estaba más cerca de la edad del segundo que del primero. ¿No sería que en realidad había muerto el otro? Llamó al hospital con la esperanza de que le dijeran que todo había sido un malentendido. No lo era. Las noticias habían confundido las edades.
Victor Loez
Víctor y su novia Laura, en una foto cedida por ella



Por la tarde, los tíos de Víctor fueron al desguace en busca de sus pertenencias. Entre los restos de su coche destrozado, un Citroën C4, rescataron la pulsera de un reloj Apple Watch, pero no su esfera, una cartera y una mochila. Un empleado del desguace les llevó también una bolsa de plástico con una toalla de playa dentro. La miraron extrañados, hasta que cayeron en la cuenta de que por error les habían entregado las cosas de Cui, el kamikaze. El descuido les incomodó.

En el hospital

La familia del superviviente de la colisión aguardaba noticias este lunes en la sala de espera de la unidad de recuperación del hospital Gregorio Marañón, donde fue ingresado con un fuerte golpe en el brazo. La Guardia Civil le tomará declaración cuando esté recuperado y decidirá de qué delitos le acusan. Su madre facilitó a este periódico el teléfono de un abogado que ha asumido su defensa. El letrado no descolgó el teléfono.
El tanatorio de Coslada se llenó de amigos de Víctor a mediodía. La sala número dos tardó en abrir. En la puerta había un cartel donde se leía Víctor López Casado. "Yo solo quiero darle dos besos a ese muchacho", dijo su madre, Gema Casado, rodeada de familiares. Lloró por su compañero de noches y desvelos, pero también por aquel al que recordaban juntos: "Hace 11 meses tenía dos hijos. Por una cosa y otra, ahora ya no tengo ninguno".
HAY MUCHO SUICIDIO VOLUNTARIO QUE SE LLEVA PARTE DE LA SOCIEDAD POR DELANTE.

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