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viernes, 17 de octubre de 2025

SANIDAD PUBLICA UN CRIMEN.

 De la sanidad pública se ha dicho todo. Se han llenado páginas, tertulias y campañas electorales. Pero nada cambia. Nadie escucha. Ni el Gobierno central, ni los autonómicos, ni los ministros, ni los consejeros de Sanidad. Todos miran hacia otro lado mientras el sistema se desmorona. Y lo peor: ya ni les importa.

Los sindicatos, que antaño fueron la voz del trabajador, callan o miran a otra parte. Se manifiestan por guerras ajenas, pero no levantan la voz por la que tenemos aquí mismo: la guerra diaria de miles de ciudadanos abandonados por un sistema que ya no funciona.

Mientras tanto, el país ha destruido empleo industrial y agrícola para vivir del turismo precario y de los contratos temporales. Y ante esta ruina, silencio. Silencio cómplice. Y cuando el ciudadano, el que paga impuestos y mantiene en pie este armatoste público, acude a su médico, empieza el calvario: "Eso es cosa del traumatólogo", le dicen. Pero la cita con el traumatólogo será dentro de dos años. Dos años de dolor, impotencia y espera.

Como no puede más, recurre al privado. Allí, en un día, lo atiende -muchas veces el mismo médico-, le infiltra, le hace pruebas y le cobra cientos de euros entre consulta, pruebas, infiltraciones...

Y si el tratamiento falla, y vuelve al centro de salud, recibe un rapapolvo: "Ah, muy bonita, vas al privado y ahora vienes aquí."

¿Perdón? ¿Dónde quedaron la empatía, la vocación, la humanidad? No se pide un favor, se exige un derecho. Un derecho que pagamos entre todos y que ahora nos niegan con burocracia y desdén. Esto no es saturación. No es casualidad. Es negligencia institucional.

Un sistema que permite que la gente sufra, que se agraven las enfermedades, que se pierdan vidas por culpa de la desidia política. Y, mientras tanto, los responsables siguen en su sillón, cobrando dietas y repartiéndose culpas.

Lo que está pasando con la sanidad pública en España es un crimen consentido. Nos están robando el derecho a curarnos, y lo hacen con guante blanco. Han convertido la sanidad en un negocio, y al ciudadano, en cliente forzoso de la privada. Entre todos la mataron y ella sola se muere, dicen. Pero no: la están matando a conciencia, día a día, con su abandono, su incompetencia y su cobardía. Lo peor: impotencia total. Creo que hay que empezar a denunciar. Nos roban la democracia, ahora la sanidad y pronto la dignidad.

Si alguien con coraje tomara las riendas, la sanidad pública volvería a ser lo que fue: un orgullo nacional. Pero eso exigiría algo que hoy escasea: capacidad, personalidad, compromiso, decencia, responsabilidad y respeto al ciudadano. Con cuotas, paridad y cremalleras solo se consigue poner arriba a quien no debiera estar ahí. Sea mujer u hombre.

Hasta entonces, seguiremos viendo cómo la gente espera, cómo la gente sufre, cómo la gente muere en listas interminables, mientras los de arriba se felicitan por "mejorar la gestión". Y, así, la pregunta final se clava como una herida: ¿por qué hoy sí toleramos lo que antes jamás habríamos permitido? Antes funcionaba, ¿hoy por qué no?

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