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miércoles, 6 de agosto de 2025

PERIODISMO NO OBJETIVO SINO MILITANTE

 El periodismo, en toda sociedad democrática, cumple una función irreemplazable: fiscalizar al poder. Su tarea esencial es vigilar, contrastar, preguntar e incomodar, sin importar quién esté en el gobierno o en la oposición. Cuando lo hace con rigor, se convierte en un pilar de la democracia.

Pero cuando el "profesional" se viste de ideología y arbitrariedad, deja de ser periodismo. Se convierte en activismo con micrófono y pluma interesada, en propaganda disfrazada de información. Y ese cambio no es menor: erosiona la confianza ciudadana y degrada el debate público.

El periodismo sesgado actúa como un árbitro que, en lugar de aplicar el reglamento, pita siempre a favor de su equipo. Puede que su equipo gane un partido, pero el deporte se convierte en farsa. Así también ocurre en la política: el ciudadano deja de ver información y empieza a ver militancia.

Este tipo de prácticas no solo engaña, también infantiliza a la sociedad al dar por hecho que no sabrá distinguir entre hechos y opiniones. Sin embargo, la consecuencia es más grave: al difuminar la frontera entre informar y militar, se debilita la confianza en todos los medios, incluso en aquellos que sí trabajan con rigor.

Una democracia necesita periodistas que hagan de periodistas. Que fiscalicen al poder, no que se conviertan en altavoces de él ni en opositores disfrazados de cronistas. En definitiva, el periodismo debe servir al ciudadano, no a una causa partidista.

Porque cuando el árbitro se convierte en forofo, ya no hay partido. Y cuando el periodismo se convierte en activismo, lo que se resiente no es solo la credibilidad de los medios, sino la salud misma de la democracia.

No hay democracia posible sin un periodismo fiscalizador, libre y valiente. Por eso es tan necesaria una ley de prensa que proteja la independencia de esta profesión frente a la voraz intromisión de todo poder, especialmente cuando para subsistir necesita de él en forma de subvención, publicidad o propaganda enmascarada como apoyo condicionado. Esa protección debe garantizar transparencia en la financiación, blindaje frente a presiones políticas y defensa de la libertad de informar sin miedo ni favores. Y, aún más importante, debe luchar contra la precariedad laboral del sector, porque un periodismo débil genera una sociedad débil, mientras que un periodismo digno contribuye a una ciudadanía justa y fuerte.

Porque sin prensa libre no hay ciudadanía libre, y sin ciudadanía libre no hay democracia posible.

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